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«Del énfasis en la igualdad se ha pasado a la celebración de la diferencia»

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Entrevista con Gloria Solé, historiadora del feminismo
¿El feminismo es ya historia? Sin duda, mucho ha cambiado la situación desde el feminismo callejero de las sufragistas de principios de siglo hasta los estudios feministas en las universidades de hoy, donde hay tantas mujeres como hombres. Una de estas investigaciones es la Historia del feminismo. Siglos XIX y XX, obra de Gloria Solé, profesora asociada de Historia Contemporánea en la Universidad de Navarra, que publica este mes EUNSA. En estas declaraciones hace un balance de las distintas oleadas feministas.

– ¿Cuándo surge el feminismo?

– La palabra feminismo comienza a utilizarse en Francia, en el siglo XIX, como sinónimo de emancipación de la mujer, y se divulga a finales de siglo en congresos feministas y publicaciones. Era una respuesta al malestar de las mujeres, cuya situación se había ido deteriorando a partir de los últimos siglos medievales y clásicos, con la progresiva influencia del Derecho Romano, el desarrollo de la mentalidad burguesa, la modernidad y el Código Napoleónico de 1804 que se extendió por muchos países.

– ¿Cuál fue el origen ideológico del feminismo?

– En el origen ideológico del feminismo hay influencias de la filosofía de la Ilustración, de la Revolución Francesa, del protestantismo liberal y los principios cristianos, y del socialismo utópico. A las influencias ideológicas se añadieron también circunstancias políticas, económicas y sociales que discriminaron a las mujeres y favorecieron la revuelta feminista. Las contradicciones de la filosofía ilustrada -que desarrollaba los conceptos modernos de naturaleza y derechos humanos, mientras consagraba simultáneamente el sometimiento de la mujer al varón- y el modelo de desarrollo de la Modernidad iban a provocar fuertes tensiones. La exclusión de las mujeres del ámbito político, científico y económico de la Modernidad fue justificada teóricamente por Hegel y otros intelectuales, que consideraban que la mujer debía dedicarse sólo a la familia, pues no tenía capacidad para los asuntos públicos.

Influencia decisiva en la vida privada

– ¿Qué tipo de influencia ejerció la mujer en la sociedad, si estaba excluida de los ámbitos del poder?

– El dominio natural de la mujer, especialmente la de clases medias y altas del siglo XIX, fue la familia, desde donde ejerció una influencia decisiva, como señala Julián Marías. La mujer era depositaria de la vida privada y sus formas. Influía decisivamente -desde su feminidad- en la vida y costumbres de todos; inspiraba y colaboraba en la literatura, el arte y las humanidades; conservaba y transmitía los valores religiosos y éticos; educaba a los hijos; y desarrollaba múltiples servicios sociales y asistenciales. El mundo doméstico que la mujer creaba no era un mundo privado suyo -como el gineceo o el harén-, sino el «mundo de todos», el ámbito natural para aprender a vivir como personas. Por su parte, las mujeres del campo y de las fábricas compaginaban múltiples trabajos y sufrían situaciones difíciles de pobreza y desarraigo, sobre todo las de familias obreras de las zonas industriales.

– ¿En qué momento la sociedad empieza a considerar que la mujer puede incorporarse a nuevas tareas y papeles?

– Estas ideas se difundieron por muchos países a finales del siglo XIX. Surgen grupos feministas liberales, socialistas, católicos… El movimiento más amplio y conocido es el anglosajón: los grupos de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania exigirán con fuerza el voto y otros derechos de las mujeres. Al llegar la I Guerra Mundial, las mujeres realizaron con competencia muchos trabajos nuevos, sustituyendo a los hombres que estaban en el frente. Al finalizar el conflicto, varios países aceptaron el voto de las mujeres y algunos derechos educativos y sociales. Por esta razón, a partir de los años cuarenta y cincuenta disminuye la actividad feminista en esos países y desaparecen algunos grupos.

La segunda revolución feminista

– El feminismo de los años sesenta, por lo menos el más radical, insistió especialmente en la liberación sexual de la mujer. ¿Qué repercusiones tuvo?

– Esta segunda oleada feminista aparece muy ligada al marxismo, al existencialismo y al psicoanálisis. Se incorpora la lucha de sexos y la «liberación» sexual como objetivos prioritarios para el feminismo radical, el más característico de ese momento. Simone de Beauvoir influyó mucho en este segundo feminismo. Las leyes aprobaron en muchos países los anticonceptivos, el divorcio o el aborto, que introdujeron fuertes cambios y rupturas familiares y sociales.

Surge también la necesidad de nuevos estudios. La entrada del feminismo en la academia se produce en los años setenta, en Estados Unidos. Los Women’s Studies establecidos en muchas universidades elaboraron la reflexión teórica del feminismo y comenzó la revisión feminista de las distintas ciencias humanas y sociales, utilizando el concepto de «género» en el análisis científico.

– ¿El feminismo actual ha rectificado alguna de esas premisas?

– Como tantos otros movimientos, a lo largo de los años ochenta, el feminismo se transforma y diversifica. Del énfasis en la igualdad se pasa a la celebración de la diferencia. Algunos grupos revalorizan la maternidad y la familia, y otros optan por el lesbianismo y la creación de una «cultura femenina» que supere el patriarcado. Tendrá especial influencia el neofeminismo revisionista de algunas pioneras, que ahora defienden la importancia de la familia y la «diferencia» femenina. Otras muchas mujeres se han sentido frustradas y rechazan el feminismo radical. Las circunstancias políticas y sociales también han cambiado, y se extienden movimientos a favor de la vida. Algunos grupos feministas optan entonces por dedicar sus esfuerzos al pacifismo, la ecología o la investigación universitaria desde la perspectiva femenina o de «género».

Balance histórico

– Haciendo balance, ¿qué han dejado las sucesivas oleadas feministas?

– Se podría decir que el primer feminismo aportó muchas iniciativas útiles de reforma, en el campo político, educativo y económico. Pero confundió a veces igualdad con uniformidad -devaluando la diferencia femenina- y no replanteó bien lo público y lo privado. Tanto el feminismo liberal como el socialista no valoraron la gran aportación de la mujer en la familia, y la empujaron al individualismo o al colectivismo. El feminismo católico fue más solidario, procurando compaginar la promoción de la mujer y su papel fundamental en la familia.

El segundo feminismo, muy influido por ideologías del momento, provocó fuertes tensiones sociales y contribuyó a extender la irresponsabilidad sexual y la hostilidad hacia la casa y la familia. La propuesta del neofeminismo intenta defender la igualdad y la diferencia, como solución más eficaz para las mujeres.

– ¿Se ha logrado ya una efectiva igualdad de oportunidades entre la mujer y el hombre?

– A nivel legislativo se han introducido normas decisivas en ese sentido, pero en la práctica las mujeres tienen a veces sueldos inferiores o menos oportunidades que los hombres. El esfuerzo por la igualdad, en Europa, se centra ahora en tres campos: empleo, imagen y poder de decisión.

La presencia de mujeres en las diferentes carreras y profesiones en pocos años es un cambio histórico revolucionario. Por otra parte, la mayor formación de las mujeres es un beneficio para toda la sociedad. Para que esa aportación pueda ser aprovechada, resulta ahora imprescindible una legislación adecuada y una visión renovada de la «paternidad», que permita una equilibrada atención a la familia y al trabajo, de acuerdo con las circunstancias de cada matrimonio. Algunas mujeres optan por trabajar en la casa, desarrollando un trabajo de gran repercusión social, que también la legislación y la sociedad deben reconocer de forma adecuada.

Reacción contra el radicalismo

– Hoy se advierte también, sobre todo en Estados Unidos, una reacción contra algunas tendencias del movimiento feminista: las iniciativas contra la discriminación positiva («affirmative action») por el hecho de ser mujer, la denuncia del discurso «políticamente correcto» como enemigo de la libertad de expresión… ¿No traerá esto un cambio en el movimiento feminista?

– Se están produciendo cambios que son distintos en los diferentes grupos. Por ejemplo, en el feminismo liberal reformista, que ya ha conseguido muchos de sus objetivos, hay precaución ante medidas «protectoras» para las mujeres, que supongan discriminación en otros campos, aunque en los primeros años se vieran necesarias. Estos grupos se inclinan ahora por el reparto de tareas domésticas y por apoyar acciones que faciliten la igualdad real de oportunidades de las mujeres, para acceder a los altos cargos.

En algunas feministas y grupos de presión o instituiones oficiales relacionadas con la ONU persiste una mentalidad neomalthusiana, que desea extender el modelo liberal al resto del mundo, a pesar de sus efectos negativos para la familia.

Hay también otros grupos feministas radicales que siguen fomentando una «cultura femenina», y la defensa de la homosexualidad, al margen de los poderes establecidos. El debate sobre sexo y género se ha introducido en muchos ámbitos científicos y culturales y tiene muchas cultivadoras entre las feministas radicales.

Por lo tanto, la evolución y el número de mujeres que sigue a cada grupo es diferente. El que representa a más mujeres es el feminismo reformista. El feminismo radical tiene pocas seguidoras, pero muy activas. Hay mujeres también que no conocen el feminismo, y otras que no se sienten identificadas con ningún grupo.

Juan Domínguez Nuevas reglas del juego en la casa común

La mujer ha roto el esquema organizativo de la vida social con su real incorporación al mundo del trabajo y de la cultura. Pero ha entrado en un mundo cuyas coordenadas de interpretación y acción, cuyos márgenes y características siguen siendo en gran medida masculinas. Por su parte, los hombres han ido permitiendo, algunos incluso de buena gana, tal transformación. Pero, consciente o inconscientemente, reclaman que las mujeres que entran en su territorio adopten por ello sus reglas de juego. Algo que por fuerza resulta problemático, de forma particularmente acuciante para aquellas mujeres que tienen hijos -o quieren tenerlos- y no desean renunciar a ellos ni a su educación y cuidado.

Pero no son sólo las cuestiones directamente relacionadas con la maternidad las que plantean dificultades. Para muchos, también para muchas, son las mujeres en su peculiaridad las que plantean problemas. Problemas que tienen que ver con una mentalidad anclada en esquemas, la mayor parte falsos e inflexibles, acerca de su modo de ser, de sus posibilidades, de sus cualidades y defectos. En este orden de cosas las alternativas que se han ofrecido para solucionar las dificultades que de ahí se derivan pretenden en la mayor parte de los casos una asimilación de lo femenino a lo masculino.

Naturalmente, en nuestra sociedad se nos ofrecen ya los medios apropiados para prescindir o intentar controlar con exactitud uno de los modos de ser persona. La mujer ya no está ligada a su maternidad por la ley de la necesidad. Por una parte, ni precisa tener hijos para otorgar sentido a su existencia, ni necesita casarse para garantizar su sustento y su buen nombre. Por otra parte, puede mantener relaciones sexuales prácticamente sin riesgo de quedarse embarazada; puede planificar los embarazos; puede abortar… Se podría concluir por tanto, que la mujer se encuentra, de hecho, o se encontrará en breve, en situación de liberarse definitivamente de su naturaleza; de la maternidad.

Borrar la diferencia

Una vez más, tal dinámica se introduce dentro de los márgenes de esa razón generalizante que difumina las diferencias y la singularidad. Una actitud que pretendió, ya en generaciones pasadas, anular la supeditación de la persona a su carácter de ser natural. Algo que pudo, y aún hoy puede, ser considerado como una conquista, pero que pasa por la negación de lo que somos, de la identidad propia.

La concepción según la cual la corporalidad y con ella, en el caso de la mujer, la maternidad, es algo negativo, no deja de ser parcial. No es falsa en la medida en que ciertamente «limita», pero la declaración unilateral de su carácter negativo se inscribe dentro de las normas de la razón uniformizante. Se aspira, contradictoriamente, a lograr borrar la diferencia en todas sus formas. Para poder desenvolverse en un mundo masculino es preciso renunciar a ser mujer, puesto que ello pone en peligro su presencia en igualdad de condiciones dentro de dicho ámbito.

Nos enfrentamos, pues, a algo que provoca la perplejidad. El movimiento de emancipación de la mujer en Occidente respondió a un intento de recuperar su carácter personal. Y esto se ha llevado a cabo mediante la ruptura de la tradicional distribución de funciones dentro de la sociedad. Ahora bien, no se puede sustituir la supeditación unilateral a la naturaleza por su destrucción, ya que en ambos casos se anula a la persona en cuanto tal. Por ello la participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida jamás puede pasar por la asimilación con el varón, lo que además supondría volver a considerarlo como criterio y medida de la realidad. Es preciso concebir la vida social de un modo diferente que no exija la supeditación de ninguna de las partes, porque respete la pluralidad, la diferencia.

Trabajo y espíritu maternal

Frente a quienes parecen querer reducir la identidad de la mujer a la del hombre borrando las diferencias, se alza una diferente comprensión de la «feminidad» y del papel de la mujer en la sociedad. Aquella según la cual la mujer se ha de incorporar al trabajo para impregnar con sus «valores femeninos» ese duro mundo. La mujer habría de contribuir con su espíritu maternal a hacer más cálidas las relaciones humanas.

Inicialmente podría parecer que esta visión salva la peculiaridad de la mujer y su diferencia. Y sin embargo responde, igualmente, a un esquema reduccionista; aquel según el cual la mujer sólo es capaz de ser madre y de serlo con las características que se acaban de apuntar. Pero del mismo modo que el hombre no va a inspirar paternidad en su trabajo, así tampoco va a hacerlo la mujer. La mujer, como el hombre, trabaja porque lo necesita; intenta trabajar en aquello que le interesa y satisface; ha de hacerlo con profesionalidad y competencia; según su ambición y deseo de contribuir al desarrollo de la sociedad, se ha de esforzar por mejorar y ascender en su profesión, etc. Y, puesto que ni el hombre ni la mujer pueden dejar de serlo en ningún momento, cuando trabajan siguen siendo, respectivamente, hombres y mujeres, aportando así sus cualidades personales. Pero el fin del trabajo de la mujer, en cuanto tal, no se reduce a infundir humanidad o suavizar las relaciones laborales con su espíritu maternal. Esto supondría permanecer anclados en el esquema tradicional.

De nada sirve una mala cirujana con mucho espíritu maternal y poca pericia en las manos; de una guardia de tráfico se espera que sea capaz de mantener el orden, no que dé buenos consejos a quienes lo alteran. A un profesor se le exige que sea competente, cuando es hombre y cuando es mujer; no que sea maternal con los alumnos. Por la misma razón la cuestión de la presencia de la mujer en la vida pública tampoco es un problema de tantos por ciento.

Atreverse a innovar

A la hora de lograr la plena incorporación de la mujer a la vida pública existen indudablemente muchas dificultades de orden práctico que comienzan, por ejemplo, por la organización del trabajo. El estudio de cómo se puedan flexibilizar los horarios laborales, los permisos, las vacaciones, etc. es algo que reclama la dedicación de los expertos.

Sin duda, que la mujer, sin menoscabo de su identidad ni de sus posibilidades, pueda incorporarse plenamente a la vida pública exige grandes transformaciones. Pero afirmar, movidos por la costumbre o temerosos ante las dificultades, que no es posible un cambio en las relaciones laborales, económicas e incluso políticas, que incluya una mayor serie de variables, es despreciar la capacidad humana para crear nuevas formas de vida y cultura.

Es preciso conformar de otro modo, no exclusivamente masculino, el ámbito de la acción. Un proceso que afecta tanto a los hombres como a las mujeres. Se trata, por una parte, de lograr el difícil equilibrio que consiste en respetar la identidad de lo humano, masculino y femenino, sin reducirlo a un todo informe e irreconocible. Y, por otra, de ser capaces de incorporar las nuevas creaciones culturales; los nuevos modos de relacionarnos con el mundo de la naturaleza, de la técnica, del trabajo; la nueva forma de establecerse las relaciones interpersonales; las mil y una formas posibles de llevar a plenitud lo humano.

Carmen SeguraCarmen Segura es profesora de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra._________________________Este texto reproduce algunos párrafos de la comunicación sobre «Diferencia e identidad» presentada en el simposio «El espacio social femenino» (Pamplona, 15 al 17 de mayo de 1995).

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