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De la «República de profesores» a la de los tecnócratas socialistas

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Hungría: vuelven los ex comunistas
En las elecciones legislativas del 8 de mayo ha triunfado como se esperaba el partido socialista de Gyula Horn, con más del 32% de los votos. Si el avance socialista se confirma en la segunda vuelta del día 29, los ex comunistas volverán al poder, como ya sucedió en Polonia o Lituania. Este retorno no despierta alarma en los medios húngaros ni internacionales. Paradójicamente, la mejor baza de los socialistas ha sido presentarse como gestores eficaces, capaces de dar respuesta a la frustración del electorado.

En Hungría se ha repetido también la circunstancia de que la coalición en el poder basó su campaña electoral en el miedo al retorno de los comunistas. Pero dicho argumento difícilmente funciona en unos países en los que la época del comunismo parece quedar bastante lejana tras la aceleración de los acontecimientos en los últimos años.

Tras la apariencia de prosperidad

En el resultado electoral han influido decisivamente las quejas sobre la situación económica de la que la mayoría de los votantes han hecho responsable al primer ministro Peter Boross, de la coalición Foro Democrático. Recorrer hoy en día el centro de Budapest es encontrarse con últimos modelos de automóviles alemanes, restaurantes de lujo o suntuosas tiendas de ropa de marca. Pero esta apariencia de prosperidad oculta la realidad más sombría de un 20% de inflación, un 13% de desempleo y un descenso del 20% del PIB entre 1989 y 1993.

Es verdad que, a diferencia de lo sucedido en Polonia, el gobierno no aplicó una terapia de choque para hacer la reforma económica, sino un cambio gradual. La privatización ha ido adelante, de modo que hoy día más del 60% del PIB corresponde al sector privado. Y el capital extranjero ha confiado en la economía húngara, hasta el punto de que ha invertido allí más que en todo el resto de los países ex comunistas.

Pero la nueva riqueza se ha concentrado en pocas manos. Las crecientes diferencias sociales han favorecido a los ex comunistas, que ahora se presentan como los auténticos defensores del Estado del bienestar frente a los excesos del capitalismo.

Pero el margen de maniobra de un partido socialista actual para introducir cambios significativos en la política económica es bastante reducido. Y el partido socialista húngaro, que fue el más pragmático de todo el bloque del Este para abandonar el comunismo, es perfectamente consciente de que no puede volver a fórmulas estatalistas. Esto le capacita para coaligarse con la Alianza de los Demócratas Libres, segundo partido más votado (19,4%), cuya ideología no supone un liberalismo radical. Este liberalismo es casi exclusivo del partido de los Jóvenes Demócratas (Fidesz), que tanto ahora como en las elecciones de 1990 apenas obtuvieron entre el 7 y 8% de los votos. Socialistas y liberales coinciden en su oposición a los mensajes nacionalistas y referencias cristianas lanzados en los últimos años por el partido gobernante Foro Democrático, en cuyas filas abundaban filósofos y profesores. Pero en Budapest el reinado de los intelectuales ha sido sustituido por el de los tecnócratas y el pragmatismo se ha asentado a orillas del Danubio.

Fracaso del nacionalismo extremista

En diciembre de 1993 fallecía de cáncer el primer ministro Jozsef Antall, cuyo gobierno fue el único de la región que no se había visto obligado a convocar elecciones anticipadas en cuatro años. Antall era el símbolo de la moderación, el hombre que jugó un papel decisivo en las conversaciones entre los comunistas y la oposición que llevaron a la democratización de Hungría en 1989. Antall, profesor universitario, fue uno de los intelectuales que fundaron Foro Democrático, partido que se alzó con el 43% de los votos en las elecciones de 1990. El desaparecido primer ministro simpatizaba con el pensamiento demócrata cristiano y admiraba la figura de Ludwig Erhard, el democristiano que en la postguerra acuñara la expresión «economía social de mercado» y que es considerado padre del «milagro económico alemán».

Ya antes de la muerte de Antall, algunos políticos destacados del partido pensaban que el Foro se había deslizado demasiado hacia la derecha. También advertían que el virus nacionalista había penetrado en una formación nacida como aglutinante de diferentes tendencias ideológicas frente al poder comunista.

El teórico del nacional populismo en Foro Democrático sería otro intelectual, István Csurka. Csurka acabó rompiendo con Foro Democrático y fundó su propio partido nacionalista, pero su retórica extremista ha recibido ahora el varapalo de los electores. No gusta su nacionalismo excluyente que agita los fantasmas de «la conspiración cosmopolita fomentada por los judíos» y de la reconstrucción de la gran Hungría amputada por los vencedores de la I Guerra Mundial en el tratado de Trianon (1920).

En los últimos tiempos se ha hablado de una supuesta nostalgia existente en Hungría por la época del Imperio austro-húngaro, pero el nacionalismo húngaro se mueve en otras coordenadas. Los herederos de Kossuth y Petöfi, héroes de la primera república húngara de 1848, armonizan mal con los Habsburgo, y hasta el actual presidente de Hungría, Arpád Göncz, ha rechazado en más de una ocasión cualquier expectativa monárquica. Por otro lado, las inquietudes de la mayoría de la población húngara se mueven en el terreno más prosaico de la economía. Por tanto, el nacionalismo extremista como el defendido por Csurka es minoritario.

Un país vulnerable

En Europa Central y los Balcanes los nacionalismos tienen unos acusados tintes étnicos y sólo aquí han podido tener lugar los sueños territoriales de la gran Serbia, la gran Bulgaria o la gran Hungría con sus trágicas consecuencias.

A finales del siglo IX las tribus magiares del príncipe Arpád se establecieron en Europa Central, en medio de pueblos germánicos, eslavos y latinos. La singularidad del pueblo húngaro le ha llevado a lo largo de toda su historia a luchar contra cualquier intento de asimilación y el cristianismo, desde la conversión de San Esteban en el siglo X, fue en momentos difíciles uno de los rasgos definitorios de la nación húngara. Pero de allí a identificar cristianismo y nacionalismo como hace István Csurka hay un abismo (además del contrasentido de que Csurka reconoce no ser creyente). Pero junto a los magiares, en Hungría hay población de origen germánico, serbio, judío y gitano, y aunque la religión mayoritaria es la católica, encontramos también luteranos, calvinistas y judíos.

El tratado de Trianon (1920) marcó decisivamente la historia de la Hungría contemporánea y pesa todavía como una losa sobre la política interna del país. Entonces Hungría perdió las dos terceras partes de su territorio en beneficio de Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumania. En la actualidad más de tres millones de húngaros viven al otro lado de la frontera: 2 millones en Rumania, 650.000 en Eslovaquia y 350.000 en Serbia, en la región de la Voivodina. A esto habría que añadir otros 200.000 en un territorio que hoy pertenece a Ucrania.

Joszef Antall llegó a decir que se sentía «espiritualmente primer ministro de quince millones de húngaros», en alusión a los húngaros del exterior. Y sus palabras fueron ratificadas por su sucesor Peter Boross en unas declaraciones a Le Figaro (17-II-94): «Con los húngaros del extranjero, tenemos intensos lazos afectivos e intelectuales. Quieren hablar húngaro y vivir como húngaros, pero son ciudadanos de otro país. Si se les priva de sus derechos, Hungría utilizará toda clase de medios políticos para defenderles». Boross hablaba de medios políticos y también han sido soluciones políticas las defendidas por los socialistas vencedores en las últimas elecciones.

No olvidemos que los vecinos de Hungría no temen a un país bastante vulnerable desde el punto de vista militar. El ejército húngaro (apenas 150.000 hombres) es el más reducido de Europa central después del de Eslovaquia, su armamento es anticuado y en un 80% de origen soviético. Paradójicamente, Hungría, que aspira a integrarse en la OTAN y en la UE, se ve obligada a depender de Rusia en este punto. De ahí las apremiantes llamadas de Budapest a las puertas de la OTAN que, como a otros países de Europa Central, sólo le ha brindado por el momento esa solución de compromiso que es la Asociación por la Paz.

En su acercamiento a Occidente, Hungría experimenta cierta decepción. Esto explica que los socialistas húngaros hayan incluido en su programa electoral la convocatoria de un referéndum sobre la pertenencia a la OTAN, aunque su jefe, Gyula Horn, sea «personalmente» partidario de ella.

Minorías y fronteras

Hungría no teme tanto una agresión de sus vecinos, que también tienen sus problemas internos y una situación económica no mejor que la suya, como una «invasión» de refugiados que su economía difícilmente podría soportar. Ya hay en Hungría refugiados de la antigua Yugoslavia, pero una afluencia de minorías húngaras procedentes de los países fronterizos pondría a Budapest en una situación comprometida.

A principios de 1993 Hungría firmaba un tratado reconociendo la intangibilidad de sus fronteras con Ucrania, a la vez que este país reconocía un estatuto de derechos colectivos para su minoría húngara. Eslovaquia y Rumania esperan un reconocimiento semejante de sus fronteras, mas Hungría les ha respondido que son una garantía suficiente el Acta de Helsinki y la Carta de París para una nueva Europa que proclaman la inviolabilidad de las fronteras y la prohibición del uso de la fuerza. Pero Hungría y sus vecinos saben muy bien que estos documentos de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) son acuerdos políticos y no tienen la misma fuerza vinculante que un tratado bilateral. Hungría se reserva el derecho de concluir tratados cuando -a su juicio- se respeten los derechos de las minorías húngaras.

En foros como el Consejo de Europa, Budapest no se conforma con el reconocimiento de derechos individuales, sino que aspira a que se reconozcan los derechos colectivos. Y esto podría traducirse en formas de autonomía territorial que tanto eslovacos como rumanos mirarían con recelo. Un problema no pequeño que incide en la seguridad de Hungría y que los socialistas han prometido abordar según se desprende de estas palabras de Gyula Horn: «sólo podemos reforzar las relaciones con las minorías si tenemos buenas relaciones con las mayorías».

Antonio R. RubioEx comunistas reciclados

En diversos países de Europa Central y del Este, los ex comunistas siguen gobernando o han vuelto al poder, reciclados como partidos socialistas. Por lo general, el apoyo que encuentran no es debido a la ideología -también ellos han abandonado el marxismo- sino a su experiencia de gobierno y a su conocimiento de los mecanismos del poder.

Polonia

En las elecciones legislativas de septiembre de 1993, resultó vencedora la Alianza de Izquierda (ex comunista) con el 20,4% de los votos, seguida por el Partido Campesino (15,4%), que durante el régimen anterior fue un compañero de viaje de los comunistas. Ambos partidos formaron un gobierno de coalición, dirigido por el líder del Partido Campesino, Waldemar Pawlak, que cuenta con la mayoría absoluta en el Parlamento.

Eslovaquia

Desde su separación de la República Checa en enero de 1993, estuvo gobernada por el nacionalista Vladimir Meciar. El conflicto con el presidente de la República, Michal Kovac, y la desunión en la coalición gobernante, hizo que Meciar fuera destituido en marzo de 1994. El nuevo gobierno, dirigido por Jozef Maravcik, es una amplia coalición que va desde los demócratas cristianos a los ex comunistas. Éstos ocupan siete carteras entre las más importantes.

Lituania

En las elecciones de noviembre de 1992, los lituanos dieron la espalda al movimiento nacionalista Sajudis, que gobernaba hasta entonces, y apoyaron con el 47% de los votos al Partido Demócrata del Trabajo, encabezado por Algirdas Brazauskas, ex secretario del partido comunista lituano. Éste había roto sus lazos con Moscú en 1989 y apoyó la independencia. Brazauskas fue elegido presidente de la república en las elecciones presidenciales de febrero de 1993. Los dirigentes del partido de Brazauskas han abandonado gran parte de su antigua ideología, y quizá muchos ni siquiera eran ya comunistas antes de la independencia. Frente a los nacionalistas que protagonizaron la transición, ellos hacen valer su experiencia de gobierno en un momento en que lo prioritario es salir de la crisis económica.

Letonia

Letonia sigue gobernada por el mismo equipo de ex comunistas que llevó al país a la independencia. En las primeras elecciones generales, en junio de 1993, triunfó con el 32,4% de los votos el partido de la Vía Letona, dirigido por el ex comunista Anatolijs Gorbunovs, integrado por antiguos miembros del PC y jóvenes tecnócratas.

Ucrania

En el nuevo Parlamento, elegido en abril de este año, los comunistas son la fracción más numerosa. El actual presidente Leonid Kravchuk, que en su época fue secretario de ideología en el partido comunista ucranio, consiguió astutamente ser elegido presidente en diciembre de 1991. Ahora intenta, todavía sin éxito, aplazar las elecciones presidenciales, que están fijadas para el próximo junio. Sus ex correligionarios comunistas no han presentado candidato a las elecciones presidenciales, pero apoyarán al líder de los socialistas ucranios.

Rumania

Rumania es el país en que la ruptura con el antiguo régimen comunista es menos neta. Después de dos elecciones presidenciales y dos generales, sigue mandando el presidente Ion Iliescu, con el apoyo de los pilares del régimen anterior. Su partido, el Frente de Salvación Nacional, no dispone más que del 34% de los escaños del Parlamento, pero cuenta con el respaldo de otros partidos ultranacionalistas. El gobierno de «expertos», nombrado tras las últimas elecciones legislativas de septiembre de 1992, sigue una tímida política de reformas. Rumania ostenta el récord de lentitud de los países ex socialistas en las privatizaciones, pues sólo se ha vendido un 2% de las propiedades estatales.

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