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De la fe como asunto privado a la manifestación pública

publicado
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El concierto de rock dentro del Congreso Eucarístico de Bolonia provoca un debate sobre la presencia social de la Iglesia

Más de ocho millones de telespectadores siguieron en Italia la transmisión de la velada musical presidida por el Papa en Bolonia (ver servicio 133/97), lo que significa casi la mitad de cuantos estaban viendo la televisión a esa hora. Tal éxito de audiencia, sin embargo, estuvo precedido y acompañado por un vivo debate periodístico. A algunos comentaristas sorprendió que esa manifestación musical, a la que asistieron 300.000 personas, tuviera lugar dentro de las celebraciones de un congreso eucarístico.

Algunos, en efecto, apuntaron el riesgo de convertir el congreso en una «fiesta pagana» o de ceder superficialmente al modelo de la televisión-espectáculo. Ese fue el caso del escritor Carlo Bo, quien -aun respetando esas opciones- se mostró un poco fuera de juego ante el festival y señaló que ese tipo de actos pueden confundir a algunos fieles. «Se tiene la impresión de que siguiendo al mundo se corra el peligro de fomentar equívocos y de desviar a quien espera dentro de sí este encuentro con Cristo (Corriere della Sera, 24-IX-97).

Otro escritor, Pietro Citati, concluyó sus observaciones subrayando -quizá con intención poética- que el puesto de los cristianos está en las catacumbas, no en las plazas… (La Repubblica, 30-IX-97). Esas y otras tomas de posición se entienden mejor si se considera que tampoco faltaron quienes saludaron el evento como una «apertura del Vaticano al rock», centrando además los comentarios e informaciones en aspectos secundarios de tipo organizativo.

En realidad, el tema de fondo de la discusión no era otro sino el alcance de la presencia de la Iglesia y de los cristianos en la vida social. Así lo entiende el politólogo Ernesto Galli della Loggia, quien afirma (Corriere della Sera, 27-IX-97) que con este pontificado la Iglesia ha recuperado su capacidad de «ocupar espacios públicos populares», un aspecto en el que siempre fue maestra pero del que se fue retirando desde la mitad del siglo XVIII. Según Galli della Loggia, esa «dimensión social fuerte» es un rasgo distintivo del catolicismo frente a las otras confesiones cristianas.

Los que se han sentido más molestos ante esta fiesta pertenecen sobre todo a dos tipos de personas: «Los custodios celosos de aquel laicismo que se muestra incompatible con cualquier presencia pública y social de la Iglesia, y, por otra parte, los sectores católicos que consideran una traición a la Palabra cualquier religiosidad distinta de la suya: una religiosidad que se complace en ser austera, alejada programáticamente de los sonidos y los colores que tanto gustan a las masas no cultivadas, una religiosidad ligada a una lectura del Concilio según los años setenta».

Una opinión similar expresa el periodista Domenico del Rio (La Stampa, 29-IX-97): la idea de Juan Pablo II, afirma, es que si esta Iglesia Católica Romana existe, debe aparecer en público. La expresión pública, también en forma de manifestaciones deportivas o musicales, es un modo de agradecimiento a Dios. «Dios vive donde se le deja entrar».

Otros comentarios pusieron de relieve que actos como la manifestación musical de Bolonia, en la que participaron conocidos personajes del mundo del espectáculo, cabe que se vean como un «espectáculo más». Es lícito preguntarse, por tanto, dónde está la diferencia. El sociólogo Franco Garelli (La Stampa, 25-IX-97) afirma que el objetivo «es llevar a todos el mensaje religioso, acercándose a las ‘preguntas’ de la gente y utilizando los medios del tiempo presente. Pero precisamente esa ‘proximidad’ de lenguaje y de instrumentos puede hacer que se diluya la novedad del mensaje religioso». Según el sociólogo, no basta por tanto con ofrecer «genéricas ocasiones de socialización», sino propuestas específicas, que para ser eficaces deben ir contracorriente con respecto a la cultura dominante.

Concluido el festival, Adriano Celentano, uno de los participantes junto con Bob Dylan, Gianni Morandi, Lucio Dalla y otros, dijo que «sobre el estrado, el verdadero líder era el Papa, aunque hubieran estado allí Elvis Presley y Frank Sinatra». Y, en efecto, su mensaje fue realmente el centro del encuentro. El interrogante que se plantean algunos es que este «saber hacer» no es un arte que esté a la altura de todos.

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