·

De Confucio a los griegos y al cristianismo

publicado
DURACIÓN LECTURA: 12min.

La ética natural, en Oriente y en Occidente
De Confucio a los griegos y al cristianismo Con motivo del reciente congreso del partido comunista chino, se ha dicho que el gobierno intenta recuperar el confucianismo, para reforzar sus raíces nacionales frente a Occidente. Esta rehabilitación de Confucio, por parte de un régimen que en otros momentos lo repudió, no deja de ser acomodaticia. Pero, al margen de las instrumentalizaciones, Confucio es una prueba bien documentada de que los conceptos sobre la ética natural no son simple tradición occidental ni exclusivamente judeo-cristiana.

Kung-tsé, Confucio en la traducción y tradición occidental, vivió en la China feudal hace 2.500 años, entre el 551 y el 479 antes de Cristo. Faltaba aún un siglo para que naciera Aristóteles (384-322 a.C.). Las enseñanzas de Confucio han llegado hasta hoy gracias a los discípulos, que las recogieron en una serie de colecciones, de las cuales la mejor es la de Los cuatro libros clásicos o Shu (1).

Hay que tener en cuenta que Confucio no fundó una religión; fue un filósofo, un moralista, un filósofo práctico; y este Confucio de los libros tiene poco que ver con la reciente tradición confucianista. Es difícil de imaginar que la sabiduría de Confucio hubiera podido prever los valores imaginables en la situación social, económica y mundial veinticinco siglos después. En cualquier caso, no interesa aquí la realidad del confucionismo de hoy (2), sino la obra de Confucio en sí misma, su pensamiento. Y esto sólo como testimonio de la permanencia y de la objetividad de los valores morales básicos.

En ese sentido, las diversas circunstancias del mundo en que vivió Confucio, hace dos mil quinientos años, en vez de ser una objeción para la tesis que aquí se sostiene, contribuyen a afirmarla. Era un mundo feudal, fragmentado, con costumbres rituales muy afianzadas, con una población casi exclusivamente agraria, sin medios de comunicación. Muchos de los detalles a los que se refiere Confucio nos suenan a chino. Pero cuando se detiene en las cuestiones básicas hay una sorprendente coincidencia -que en realidad es una anticipación- con el cristianismo y, antes, con el pensamiento de algunos autores clásicos griegos.

En los libros clásicos confucianos hay, por lo demás, al menos dos estilos: unos son más propiamente morales, dirigidos al hombre concreto, para que sea sabio y santo; otros son de política, por lo demás muy unida a la moral, y aquí se introducen elementos «realistas», tomados de lo que se podría llamar, también con validez para aquel tiempo, la «razón de Estado».

La norma, en la naturaleza humana

En el capítulo 13 del Chung-Yung, o Doctrina del Medio, se lee: «Kung-tsé ha dicho: El camino recto o norma de conducta moral debemos buscarlo en nuestro interior. No es verdadera norma de conducta la que se descubre fuera del hombre, es decir, la que no deriva directamente de la propia naturaleza humana». Y en el mismo capítulo, un poco más adelante. «El prudente toma como modelo para sus actos la propia naturaleza racional humana».

Si esto no es iusnaturalismo, o doctrina de la ley natural, ¿qué puede serlo? Un iusnaturalismo que aparecerá de nuevo entre los griegos, en los filósofos estoicos, inmediatamente posteriores a Sócrates. No basta, como se conoce bien, con la simple apelación a la naturaleza. Platón es testigo de cómo algunos sofistas eran iusnaturalistas para defender la ley del más fuerte. Eso hacen, según Platón, Calicles (véase el diálogo Gorgias) y Trasímaco (véase La República). El iusnaturalismo es la declaración de una norma moral inscrita en el interior del hombre, ser racional y libre. Por eso, la norma no puede dictarse según lo que alguna vez o bastantes veces o con frecuencia ocurre -por ejemplo, que el hombre busca hacer el mal-, sino según lo que el hombre sabe que debe hacer, con su libertad, aunque, con esa misma libertad, no lo haga.

Regla áurea

Eso es lo que piensa Confucio. Por eso, a la ho-ra de concretar un primer precepto o una consecuencia inmediata de la sentencia antes transcrita, sigue diciendo: «Quien desea para los demás lo mismo que desearía para sí, y no hace a sus semejantes lo que no quisiera que le hicieran a él, éste posee la rectitud de corazón y cumple la norma de conducta moral que la propia naturaleza racional impone al hombre».

Esa es exactamente la llamada regla áurea. En Confucio está expresada con la mayor claridad. Se encontrará más tarde en la cultura griega y, como es bien conocido, en el Evangelio: Cristo recoge esa doctrina que era patrimonio de la cultura humana y la superará, reafirmándola a la vez, con la ley de la caridad.

A propósito del amor al prójimo, la tradición confuciana no es unánime. En los libros morales, la coincidencia con el Evangelio es llamativa; así, en Lun-Yu, I, 4, 15, se lee: «El Maestro dijo: ¿No es verdad, Tseng-tsé, que mi doctrina es simple y fácil de comprender? Tseng-tsé sólo respondió: Así es. Cuando el Maestro hubo salido, los demás discípulos le preguntaron qué había querido dar a entender con sus palabras, y Tseng-tsé dijo: La doctrina de nuestro maestro se reduce a obrar siempre con rectitud y a amar al prójimo como a nosotros mismos; en esto se contiene todo lo demás».

En la segunda parte de ese mismo libro, otro discípulo, Tse-kung, recoge la respuesta de Confucio a la pregunta de «si el noble -es decir, el hombre noble, recto- conoce también el odio». La respuesta es: «El hombre noble odia a los difamadores y calumniadores, odia a quienes, siendo por su parte mezquinos, propagan los defectos de los que están sobre ellos, odia a los petulantes que se burlan de las costumbres y no se amoldan a ellas, odia a los fanáticos y a quienes inician muchas empresas sin llevar a término ninguna». El amor a los enemigos no está presente en la doctrina de Confucio, como no lo estuvo, que se sepa, en ninguna doctrina antes de Cristo (el mismo Cristo lo recuerda: «Se os ha dicho: ojo por ojo, diente por diente; pero yo os digo…»).

La virtud, término medio

El concepto confuciano de virtud coincide plenamente con lo que dicta el sentido moral natural, tan bien recogido, entre otros, por Aristóteles: la virtud como término medio, no mediocre, entre dos extremos viciosos. Entre otras muchas citas posibles, valgan éstas del Chung-Yung: «Hei [su discípulo predilecto] era verdaderamente un santo. Escogió el camino de la perseverancia en el centro, siempre alejado por igual de los extremos. En cuanto conseguía una nueva virtud, se apegaba a ella, la perfeccionaba en su interior y ya no la abandonaba en toda la vida» (cap. 8). «Muy superior es la virtud del que se mantiene con perseverancia en el camino recto, siempre igualmente alejado de los extremos» (cap. 10).

Coincidencia también sobre las virtudes principales «capitales y universales». Son: «la prudencia del entendimiento, el amor hacia todos los hombres y la fortaleza de ánimo» (cap. 11).

Las referencias podrían multiplicarse, pero pueden bastar ya para advertir cómo los principios básicos de la conducta moral natural son accesibles en una cultura tan distinta en sus rasgos y tan distante en el tiempo como era el fragmentado mundo feudal, históricamente muy oscuro, en el que vivió Confucio. O lo que es lo mismo: no parece cierto que todo sea relativo a la cultura. Hay constantes que están por encima de cualquier cultura y entre esas constantes están las normas morales básicas.

¿Qué hay del totalitarismo confuciano?

Se ha dicho que la moral de Confucio no conoce la libertad individual y que la persona no es casi nada, al depender absolutamente de la familia por una parte y de la comunidad política por otra. Sólo algunas precisiones:

El dominio de la comunidad sobre el individuo es la norma general en las culturas primitivas que no conocen otro ámbito que el de la propia y limitada sociedad. Así se desprende tanto del estudio antropológico de las culturas primitivas supervivientes como de la historia de las civilizaciones antiguas: egipcia, sumeria, india, china.

La libertad como algo propio del individuo y, por tanto, los primeros atisbos de democracia, sólo se da en un periodo avanzado de la historia griega, y sólo para determinada clase de personas. No hay que olvidar que incluso en Aristóteles el esclavo no es considerado persona.

Los fundamentos de una democracia en sentido profundo, no sólo de método político, no se dan hasta el cristianismo, al proclamarse la igual dignidad de todos los hombres o mujeres, esclavos o libres. Pero incluso con esos principios, las libertades reales no empiezan a garantizarse, y parcialmente, hasta el siglo XVIII, en Europa y América. Aun así, la garantía de los derechos del individuo -como el del voto- sólo empieza a generalizarse en el siglo XX. Confucio conoce la idea antropológica de libertad y la defiende. En el Lun-Yu (I, XI, 18) se lee: «El Maestro dijo: Nadie puede negar la existencia de la libertad en el hombre. Si deseo elevar un montículo de tierra y, antes de haber llenado el primer capazo, quiero interrumpir mi trabajo, lo hago (…). Siempre soy libre de hacer lo que quiera».

Confucio es defensor acérrimo de la piedad filial, pero no somete el individuo al poder absoluto ni siquiera de sus padres. Véase, entre otras sentencias, las siguientes del Lun-Yu (I, IV, 18-21: «El Maestro ha dicho: Cuando os encontréis con vuestros padres, absteneos de darles consejos si veis que no se hallan dispuestos a seguirlos; mostraos respetuosos con ellos y obedecedlos en todo momento; aunque no estéis conformes con su proceder, no murmuréis. El Maestro ha dicho: Mientras vivan vuestros padres, no os alejéis de ellos. Si os veis obligados a separaros de ellos, debéis indicarles el país a que marcháis. El Maestro ha dicho: Cuando hayan muerto vuestros padres, intentad imitar en todo su conducta durante un periodo de tres años; de este modo cumpliréis con el principal deber de la piedad filial. El Maestro ha dicho: Debéis tener siempre en cuenta la edad de vuestro padre y de vuestra madre; esto fomentará en vosotros el cariño y el respeto hacia ellos». Sobre esta base, es posible que, por parte de los que Confucio llamaría «perversos», se dé un familiarismo más o menos opresor. Pero esas sentencias pueden verse también como una expresión del antiguo precepto de «honrar padre y madre».

Las acusaciones de totalitarismo al confucianismo pueden tener sentido en realizaciones históricas recientes, pero respecto a la obra original -no se olvide: concebida hace 25 siglos- es completamente anacrónico. Además, el totalitarismo es una deformación del individualismo. Cuando existe más sentido comunitario y familiar, los defectos posibles son otros, pero no el totalitarismo de «nada sin el Estado, todo con el Estado».

Los mismos mandatos en distintas culturas

El hinduismo primitivo califica la conducta humana de buena si se asemeja al Rta, los griegos buscan en la Physis la razón de ser de las cosas, la tradición de Confucio llamaba Tao al camino por el que marcha el universo, la idea de Bien de Platón y la Verdad de San Agustín, la Naturaleza de Aristóteles y el Noúmeno de Kant… son diversas concepciones culturales que coinciden en dar un valor objetivo a ciertas actitudes y que han nacido en civilizaciones alejadas en el espacio y en el tiempo. El escritor inglés C. S. Lewis hace un elenco de tales prescripciones como anexo de su libro La abolición del hombre, para ilustrar la coincidencia de distintas civilizaciones en aspectos éticos fundamentales. Uno de los apartados se refiere a las que mandan no hacer mal al prójimo:

* «No he matado» (tradición egipcia: De la Confesión del Alma justa, «Libro de la Muerte», V; Encyclopedia of Religion and Ethics, [ERE], vol. V, p. 478).

* «No matarás» (tradición judía: Éxodo 20, 13).

* «No atemorices a los hombres o Dios te atemorizará a ti» (tradición egipcia: Preceptos de Ptahhetep; en H.R. Hall, Historia Antigua del Oriente Próximo, p. 133).

* «En el Nástrond [Infierno] vi… asesinos» (tradición nórdica: Volospá 38, 39).

* «No he causado desgracia alguna a mis semejantes. No he hecho más arduo el inicio de cada jornada a los ojos de los que trabajan para mí» (tradición egipcia: Confesión del Alma justa, ERE, vol. V, p. 478).

* «No he sido codicioso» (tradición egipcia: ibid.)

* «Quien ejerce opresión, busca la ruina de su morada» (Babilonia: Himno a Samas, ERE, vol. V, p. 495).

* «Aquel que es cruel y calumniador tiene el carácter de un gato» (hindú: Leyes de Manu, en Janet, Historia de la Ciencia Política, vol. I, p. 6).

* «No calumniarás» (Babilonia: Himno a Samas, ERE, vol. V, p. 445).

* «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (tradición judía: Éxodo 20, 16).

* «No pronuncies una palabra que puede herir a alguien» (Hindú: Janet, p. 7).

* «¿Ha apartado a un hombre honesto de su familia? ¿Ha roto un clan fuertemente unido?» (Babilonia: Relación de Pecados de las tablas del Conjuro, ERE, vol. V, p. 446).

* «No he causado hambre. No he causado tribulación» (tradición egipcia: ERE, vol. V, p. 478).

* «No hagas con los demás lo que no quieras que hagan contigo» (tradición china: Anales de Confucio, XV, 23).

* «No guardes rencor en tu corazón a tu hermano» (tradición judía: Levítico 19, 17).

* «Aquel cuyo corazón está orientado hacia la bondad incluso en su grado mínimo, a nadie disgustará» (tradición china: Anales, IV. 4).

Rafael Gómez Pérez _________________________(1) Confucio. Los cuatro libros clásicos. Traducción de Oriol Finas Sanglas. Ediciones B. Barcelona (1997), 450 páginas.Los cuatro libros son: el Ta-Hio o Gran Ciencia, atribuido al nieto de Confucio, Kung-Ki; el Chung-Yung o Doctrina del Medio, que trata de las reglas de la conducta humana; el Lun-Yu o Comentarios Filosóficos, que resume en forma dialogada lo esencial de la doctrina del Maestro; y Meng-Tsé o Libro de Mencio, compuesto por el más notable seguidor de Confucio, Meng, que vivió entre el 371 y el 289 a. de C.(2) Ver, en cambio, los servicios 143/94: «Los dragones asiáticos revalorizan la ética confuciana», 75/95: «Asia del Este reivindica el confucianismo», de José Eugenio Borao; y 80/96 y 73/97 sobre «Los valores asiáticos».

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.