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Cuba-EE.UU.: Hora de desempolvar las relaciones

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Las vallas publicitarias de las ciudades cubanas no anuncian chocolates ni coches, sino afirmaciones como esta: “El 70 por ciento de la población cubana ha nacido bajo el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por EE.UU”.. Y han debido pasar 55 años de desencuentro entre Washington y La Habana para que los incluidos en ese porcentaje asistiéramos al convencimiento de ambos actores de que las cosas no han marchado como ellos hubieran querido: ni los cubanos se levantaron para derrocar a Fidel Castro, objetivo con el que EE.UU. concibió las sanciones económicas ya en la época de Eisenhower, ni Cuba permaneció incólume a la erosión social y económica provocada por el embargo, de lo que es muestra que millones de cubanos han optado por emigrar ante la falta de perspectivas en su país.

El presidente Barack Obama lo ha tenido claro al reconocer que no es factible seguir una política que se ha demostrado ineficaz —que haya transcurrido medio siglo es la mejor evidencia de ello—, una estrategia que, según admite, ha aislado a EE.UU. en este tema. En Latinoamérica, incluso la OEA, que expulsó a Cuba de su seno en los años 60, ha invitado a la Isla a retornar al bloque continental. En la ONU, únicamente Israel vota a favor del embargo en la cita anual de la Asamblea General —una curiosa paradoja, toda vez que hay empresarios israelíes desarrollando sus negocios en el sector agrícola e inmobiliario de la Isla—, mientras que los estrechos aliados europeos de EE.UU. aconsejan una vía menos conflictiva para promover el objetivo de la democratización interna.

A día de hoy son mayoría los cubanos residentes en EEUU que desean una normalización de los nexos con su país de origen

Es, pues, hora de cambiar. “No podemos seguir haciendo lo mismo durante más de cinco décadas y esperar un resultado distinto”, ha dicho el inquilino de la Casa Blanca. Y no puede estar más en lo cierto.

Ni un tornillo americano, ni un grano de azúcar cubano

El bloqueo estadounidense ha sido el pretexto favorito de los burócratas cubanos para toda desgracia que acontece en la Isla. Si no hay alimentos a precios asequibles, si no hay Internet para todo el que desee conectarse, si los edificios se vuelven escombros, ahí está “el bloqueo” para cargar con una culpa que correspondería, originalmente, a la tozudez doctrinaria y a políticas económicas hipercentralizadas que no funcionan.

Pero sí: el embargo norteamericano afecta. Tiene multiplicidad de aristas, y muchas rozan el absurdo. Bajo las sanciones, por ejemplo, los estadounidenses no pueden viajar libremente al país caribeño, si bien pueden hacerlo sin restricciones a un país tan “celoso” de los derechos humanos como China, y también a Vietnam, donde murieron 58.000 norteamericanos, y a Corea del Norte.

De igual modo, ningún banco estadounidense o sus filiales en terceros países pueden operar cuentas cubanas. Por tratarse hipotéticamente de un país “patrocinador del terrorismo”, según una lista del Departamento de Estado, Cuba no puede acceder a créditos, ni comerciar libremente con empresas norteamericanas —solo se excluyen los alimentos y determinadas medicinas, en un intercambio unidireccional en que La Habana solo puede importar, con pagos al contado y por adelantado, pero nunca exportar ni un puro hacia territorio norteamericano. Asimismo, EE.UU. impide que el país caribeño adquiera en cualquier lugar del mundo productos que tengan siquiera un mínimo de componentes made in USA, a la vez que se abstiene de comprar bienes de terceros que contengan azúcar o níquel cubano.

El levantamiento del embargo y de otras restricciones plasmadas en leyes requiere la aprobación del Congreso

Como si todo esto fuera poco, en algunos momentos las restricciones se han recrudecido al punto de lesionar incluso los intereses de los cubanoamericanos, quienes durante la administración de George W. Bush debieron soportar que la Casa Blanca limitara las remesas que enviaban a sus familiares en Cuba, e interfiriera en su libertad para viajar allí, lo que solo pasó a ser posible una vez cada tres años.

Al llegar Obama al Despacho Oval, varias de las medidas concernientes a los viajes de los familiares y a las remesas fueron abolidas prontamente, pero la maquinaria del bloqueo continuó básicamente intacta. En 2009, la detención del contratista norteamericano Alan Gross en La Habana retrasó —según ha confirmado el presidente— su determinación de continuar una política de cambio y apertura hacia el eterno adversario. Ahora, con el canje de Gross por tres agentes cubanos presos en EE.UU., la mesa está servida. Y el menú que se ha anunciado despierta el entusiasmo de los cubanos que viven en la Isla y en el exterior.

El bloqueo sigue, pero atenuado

El embargo estadounidense a Cuba no es cosa que un plumazo presidencial pueda hacer polvo, pues es ley de EE.UU. desde 1996, cuando el demócrata William Clinton le dio esa categoría. Obama se ha comprometido a llevar el tema al Congreso, y mientras tanto ha anunciado medidas de calado, que no implican el levantamiento del bloqueo —Raúl Castro ha recordado en su discurso que este sigue siendo “el principal problema”—, pero que preparan el camino para ello.

Un gran salto es la anunciada apertura de sedes diplomáticas en La Habana y en Washington (hasta ahora, es Suiza quien representa los intereses mutuos) y la inminente retirada de Cuba de la lista de patrocinadores del terrorismo, donde se mantiene desde 1982, pese a que el informe de 2014 del Departamento de Estado reconoce que “no hay indicaciones de que el Gobierno de Cuba proporcionara armas o entrenamiento paramilitar a grupos terroristas”.

Las medidas anunciadas por Washington han provocado verdaderos arrebatos de euforia y optimismo en las calles cubanas

Por otra parte, a falta de competencia ejecutiva para abrir el banderín a todo el que quiera viajar a Cuba —la potestad para ello corresponde al Legislativo—, las licencias serán expedidas con mayor facilidad a quienes quieran visitar la Isla para participar en eventos culturales o deportivos, desarrollar labores humanitarias, realizar gestiones comerciales, y proveer de know how y tecnología a la pequeña empresa cubana en sectores como la agricultura, que no acaba de despegar. La venta de materiales de construcción también será autorizada, y asimismo la de equipos de telecomunicaciones, mientras empresas del sector podrán levantar en suelo cubano la infraestructura necesaria para facilitar las comunicaciones telefónicas y el acceso a Internet, si La Habana lo permite.

En cuestiones monetarias y financieras, las buenas nuevas van desde la posibilidad de utilizar en la Isla tarjetas de crédito y débito, hasta la anuencia para que instituciones bancarias norteamericanas operen cuentas de ciudadanos cubanos en terceros países, la posibilidad de abrir cuentas de empresas estadounidenses en bancos cubanos, y la elevación del monto de las remesas que pueden enviarse a ciudadanos residentes en Cuba: de 500 a 2.000 dólares por trimestre.

“La gente le tira besos a Obama”

Para un pueblo harto del enquistado “¡y tú más!” que ha caracterizado las relaciones bilaterales, el paquete anunciado por Washington ha provocado verdaderos arrebatos de euforia y optimismo.

En las redes sociales, el intercambio de mensajes de esperanza, de enhorabuena por la sensatez de ambos gobiernos para acabar con el contencioso, involucraba a cubanos de muy distintas preferencias políticas, de residentes en Cuba, en EE.UU. y en otros sitios. Unos recordaban “a nuestro querido Fidel en este instante de alegría”, y otros se alegraban de que las medidas desembocarán en cambios políticos inevitables, por no estar acostumbrado el gobierno de La Habana a manejarse en un contexto de libertades económicas, donde los ciudadanos puedan disponer de mayores ingresos, y en el que el acceso a la información esté menos monopolizado por el Estado.

El bloqueo estadounidense ha sido el pretexto favorito de los burócratas cubanos para toda desgracia que acontece en la Isla

A la alegría general se ha sumado la Iglesia cubana, que ha recordado la implicación personal del Papa Francisco en lograr este acercamiento, algo que han reconocido los presidentes Castro y Obama en sus alocuciones. Queda por ver, entonces, si la gratitud del gobierno cubano se traduce en responder positivamente a las demandas que la Iglesia tiene respecto a poder participar en la educación de los jóvenes, a acceder con una frecuencia mayor a los medios de comunicación para anunciar el Evangelio, y quizás a que se le devuelvan algunas de las propiedades injustamente confiscadas en los primeros tiempos de la Revolución.

En cuanto al impacto de la noticia en las calles cubanas, la bloguera opositora Yoani Sánchez apuntó que “la gente manifiesta mucha felicidad y todos relacionan lo ocurrido con la fecha de este miércoles, día de san Lázaro, un santo muy poderoso para los cubanos. En las pantallas del céntrico mercado Carlos III, en la capital cubana, proyectaron los discursos de ambos mandatarios. Entre el público, muchos le tiraban besos a Obama y se abrazaban”.

Según 14ymedio, el diario digital dirigido por Yoani, varias figuras de la oposición, convencidas de lo contraproducente del embargo, compartieron su satisfacción por el nuevo escenario planteado por Obama —el gobierno cubano liberará también a más de 50 disidentes—, y varias otras, como el activista Guillermo Fariñas, se apuraban a decir que Washington simplemente “le está dando oxígeno a la dictadura cubana”, una postura que coincide con las críticas formuladas por políticos cubanoamericanos de la Florida, tanto demócratas como republicanos.

¿Es posible una vuelta atrás?

Como, en política, dos y dos no son cuatro, algunos se preguntan si, dado que la Casa Blanca no puede remover del todo el embargo, un presidente de signo contrario no podrá echar atrás en el futuro todas estas licencias y aperturas. Poder, podría. Pero si importantes empresas norteamericanas lograran una consolidación en sus operaciones en Cuba; si los nexos “pueblo a pueblo” se intensificaran; si la sociedad cubana se volviera, de resultas, una sociedad más plural y abierta en lo político; si se familiarizara más con las dinámicas del emprendimiento empresarial (en lo que los vecinos del norte son verdaderos maestros), sería en la práctica poco aconsejable volver a meterse en la gruta y empuñar un garrote.

Por otra parte, si a día de hoy son mayoría los cubanos residentes en EE.UU. que desean una normalización de los nexos con su país de origen —lo que es, de hecho, uno de los factores que ha impulsado a Obama a dar este paso—, difícilmente algún político querrá enajenarse a una comunidad cuyo voto tiene un peso no despreciable en el “swing state” de la Florida.

El presidente demócrata, que ha visto lo que sucede en países donde se descabeza gobiernos y se deja a la gente a merced del caos mientras “construye la democracia”, no quiere un escenario así tan cerca de casa en el momento en que los veteranos dirigentes cubanos ya no estén en escena, y ha optado por influir en los cambios de un modo más civilizado. A fin de cuentas, los principales problemas que afronta EE.UU. al sur de su frontera continental, como los altos niveles de inseguridad y delincuencia, no se reproducen en la Isla, que, al contrario, colabora sistemáticamente con países del Caribe y con el Reino Unido en el enfrentamiento al narcotráfico en la región. Si el gobierno de Her British Majestic lo hace, ¿por qué no el estadounidense?

Para que el proceso de normalización no se salga del carril, uno de los puntos que seguramente discutirán Washington y La Habana será de tema migratorio: la denominada Ley de Ajuste, por la que todo cubano que ingresa de modo legal o ilegal a EE.UU. es automáticamente aceptado como refugiado y se le otorga la residencia un año después. En tal sentido, y dado que los cubanos están convencidos de que el día que las relaciones bilaterales sean fluidas sus inmigrantes perderán esa prerrogativa, ambos gobiernos deberán estar alertas ante cualquier posibilidad de que se desate un éxodo masivo “antes de que quiten la ley”, con las consecuencias humanitarias que este podría tener y el costo político que implicaría para la Casa Blanca.

Sí, muchos engranajes habría que ajustar y engrasar en este añejo mecanismo que son las relaciones entre Cuba y EE.UU.. Pero al menos Castro y Obama ya lo han sacado del sótano y le han quitado el polvo.

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