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Cuatro horas con Putin

publicado
DURACIÓN LECTURA: 10min.

Oliver Stone, el cineasta norteamericano crítico con la marcha de su país, no ha dudado en acercarse al presidente ruso y hacerle hablar. El resultado es una miniserie televisiva de cuatro capítulos en los que Vladímir Putin repasa la historia y la política rusas recientes.

Oliver Stone: Entrevistas a Putin está hecha a partir de treinta horas de conversaciones grabadas entre julio de 2015 y febrero de 2017. La puesta en escena es de gran calidad, tanto en la fotografía como en los escenarios, y resulta evidente que Stone ha tratado de presentar a un Putin más cercano de lo que estamos acostumbrados.

Rusia, según Putin, es una democracia en construcción, que no puede tener las mismas características de Alemania o de Francia

Pero, desde luego, el entrevistado no alcanza la familiaridad representada por Fidel Castro en el film Comandante (2003), una de las obras más polémicas de la filmografía de Stone. No cabe duda de que se trata de una cuestión de carácter, aunque tampoco puede esperarse otra cosa de quien se dirige con frecuencia a su invitado, el cineasta, con un tono que combina al mismo tiempo los halagos y la diplomacia. De este modo, la conversación resulta a veces un tanto impostada, con un interlocutor que pretende acercarse al otro lo más posible, exponiendo sus preguntas y reflexiones con un tono de franqueza, pero que a veces es frenado por la determinación de un hombre siempre dispuesto a poner límites a sus respuestas.

Balance del hundimiento soviético

Oliver Stone se acerca al principio a la vida personal de Putin, a su pasado soviético y al de su familia. El presidente no expresa nostalgia de esa época, pero sí confiesa haber sido atraído por el KGB, que conocía por libros y películas. De esta forma, el graduado en Derecho por la universidad de Leningrado se integrará en la burocracia del régimen, en un momento en que la URSS asistía a sus últimos días en un proceso de descomposición fomentado por la perestroika de Gorbachov. Putin reconoce que el sistema no era eficiente, pero el último secretario general del PCUS fue incapaz de cambiarlo sin dañarlo. Para Putin, el balance es de desastre y de caos, aunque su enfoque es también geoestratégico: 25 millones de rusos quedaron fuera de las fronteras de su patria en los países surgidos tras la implosión de la URSS. Este dato resulta más crucial para el presidente que la caída del comunismo o que el gobierno subsiguiente de Yeltsin, despachado en imágenes que resaltan sus rasgos de patetismo y debilidad.

En contraste, Vladímir Putin surge como una figura enérgica y cargada de determinación, desde que en 2000 asume la presidencia. Envuelto en la segunda guerra de Chechenia, más encarnizada que la primera, el nuevo presidente se niega a brindar por los militares rusos caídos y aplaza el brindis hasta que los objetivos, los de eliminar la resistencia secesionista, hayan sido alcanzados. Otro de sus objetivos en política interior será la derrota de los oligarcas, los hombres que se enriquecieron escandalosamente tras el fin del comunismo, y que indudablemente subestimaron a Putin y no advirtieron que las leyes ya no estaban de su lado.

El hombre del destino

La serie reafirma la imagen de Putin como el hombre del destino, el elegido de Rusia, tal y como reza una de sus biografías. Confiesa a su interlocutor que un hombre de destino tiene que serlo hasta el final. Sus tiempos de burócrata gris terminaron desde que se convirtió en presidente. A la habitual pregunta de si se considera un nuevo zar, responde que no tiene ningún miedo al poder. Lo importante es cómo utiliza ese poder, pero también añade, aun a riesgo de ser polémico, que no es una mujer, más influenciada por las emociones, y a partir de ahí expresa su determinación de no perder el control de sus actos.

Para Putin, la religión está asociada a las tradiciones rusas, y por tanto, el renacimiento de la fe ortodoxa es paralelo al renacimiento de Rusia

Confiesa haberse sentido halagado por la declaración del presidente Bush de que era un hombre con el que se podía tratar con solo mirarle a los ojos. Era la época posterior a los atentados del 11-S, pero los años siguientes enfriaron esa relación. Putin se queja de que los norteamericanos no consideraron la rebelión chechena como un aspecto de la lucha contra el terrorismo internacional. Por el contrario, la CIA habría apoyado a los chechenos en una estrategia de desestabilización de Rusia. Más tarde, en otro momento de las entrevistas, Putin deja caer que el presidente georgiano Saakashvili no habría atacado a Osetia del Sur, en agosto de 2008, si no hubiera sido alentado a hacerlo.

Quejas contra Estados Unidos

No falta en la entrevista una referencia a la oposición de Rusia a la ampliación de la OTAN, y Putin asegura ser cierto que el secretario de Estado, James Baker, había prometido a Gorbachov que la Alianza tendría su frontera en la Alemania del Este. Lo malo es que esta promesa no fuera recogida por escrito. El presidente ruso recalca que la OTAN carecía de razón de ser tras la disolución del Pacto de Varsovia, pero si Washington había decidido su continuidad, esta solo podía basarse en la existencia de un enemigo exterior que finalmente sería Rusia. Esto explicaría la vigorosa denuncia de un mundo unipolar que hizo Vladímir Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero de 2007.

Putin expresa su decepción por la actitud de EE.UU., que considera que no tiene aliados sino vasallos, y señala que los norteamericanos se opusieron a que Rusia formara parte de la OTAN porque esto habría significado concederle una capacidad de decisión que a ellos no les interesaba. Putin muestra su disconformidad con la expansión de la OTAN, aunque sorprendentemente considera que habría bastado con que EE.UU. hubiera suscrito acuerdos bilaterales con los países interesados, lo que demuestra que el presidente ruso teme, sobre todo, la existencia de un bloque militar homogéneo en estructuras y procedimientos.

Putin recalca que la OTAN carecía de razón de ser tras la disolución del Pacto de Varsovia

A partir de ahí, la entrevista va sacando a relucir las diferencias estratégicas con Washington, especialmente en la cuestión del escudo antimisiles, oficialmente no dirigido contra Rusia y sí contra una supuesta amenaza iraní, para insistir en que EE.UU. no ha cambiado su política tras la firma del acuerdo nuclear con Irán. La conclusión es que Rusia pretende una vuelta a los tiempos de un cierto equilibrio nuclear. Los tiempos de la cooperación en esta materia, apuntados en los inicios de la posguerra fría, parecen haber quedado atrás. De hecho, el visionado de la película de Stanley Kubrick, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), que Stone ofrece a Putin, hace pensar, y no tanto sonreír, al presidente ruso. Antes bien, serviría para reafirmarlo en su tesis de que Rusia es un país cercado por las armas estratégicas norteamericanas.

El pueblo que reza de pie

El Putin supuestamente cercano de las entrevistas es el deportista, el campeón de judo y el aficionado al hockey sobre hielo, pero en esas situaciones, bastante más distendidas, Stone aprovecha para plantearle una pregunta sobre la situación de los homosexuales en Rusia. El mandatario ruso niega que sufran ninguna persecución y que determinadas normativas únicamente pretenden salvaguardar a los menores de la propaganda homosexual. Sin querer entrar en polémicas, Putin se opone a la adopción de niños fuera de la familia tradicional, pero su argumento se reduce a que Dios así lo ha decidido.

Es la mentalidad del mandato divino, de la obediencia a la ley, y esto también está presente en sus breves opiniones sobre la religión, que para él, sin duda, está asociada a las tradiciones rusas. El renacimiento de la religión ortodoxa es, por tanto, paralelo al renacimiento de Rusia. La caída del comunismo ha dejado un vacío ideológico que solo puede llenarlo la religión, según Putin. Vemos en estas entrevistas imágenes de iconos que pueblan algunas estancias del Kremlin y también alguna que otra ceremonia ortodoxa, pero al mismo tiempo el presidente resalta un carácter específico de la religión mayoritaria en Rusia: la gente no reza de rodillas. Reza de pie.

La serie reafirma la imagen de Putin como el hombre del destino, el elegido de Rusia

Putin despacha con rapidez algunas preguntas que pueden resultarle comprometidas. Por ejemplo, sobre el carácter democrático del régimen ruso. Sobre este particular señala que en Rusia se ha creado un sistema diferente a la monarquía autocrática del pasado y al comunismo, pero que es una democracia en construcción, que no puede tener las mismas características de Alemania o de Francia.

Snowden y Ucrania

Respecto al caso de Edward Snowden (ver corte abajo), se permite decir que no es un traidor en sentido estricto, pues no vendió la información a otro país. Tan solo se limitó a hacerla pública. Lo considera un hombre valiente, pero imprudente. Putin señala que no aprueba lo que hizo y piensa que debería haber abandonado su trabajo si no estaba conforme con él. Al no existir tratado de extradición de Rusia con EE.UU., el gobierno ruso se habría visto forzado a conceder asilo a Snowden.

En lo referente a la crisis de Ucrania y la anexión de Crimea, Putin señala que el desencadenante de la tensión fue el acuerdo de la UE con Ucrania, una apertura de los mercados ucranianos que no se consultó a Rusia, parte interesada. El presidente Yanukóvich habría sido presionado para firmar el acuerdo y a partir de ahí llegaría una revuelta antirrusa, alentada por los nacionalistas ucranianos, que llevaron al derrocamiento del jefe del Estado. Esto supondría la implantación de un régimen hostil a los rusófonos del este de Crimea, lo que llevó a los rusos a prestar apoyo a esa parte de la población. Sin embargo, Putin niega que Rusia se haya anexionado Crimea, pues la mayoría de los habitantes de la península habrían decidido libremente en un referéndum la unión ante la llegada al poder de los nacionalistas ucranianos. Y en otro momento, el presidente defiende la intervención rusa en Siria para evitar un vacío de poder semejante al que EE.UU. había dejado en Irak tras el derrocamiento de Sadam Husein.

Vladímir Putin se abstiene de hacer comentarios sobre la política interior norteamericana y niega cualquier injerencia en las elecciones presidenciales. No expresa preferencias por ningún candidato y no se muestra excesivamente confiado en que las relaciones bilaterales puedan mejorar con la presidencia de Donald Trump. Quizás sea porque Oliver Stone es norteamericano y le interesan más las relaciones entre los dos países, pero se echa de menos en las entrevistas otros aspectos de la diplomacia rusa como, por ejemplo, la relación con China y, en general, todo lo relacionado con el continente asiático y América Latina. Otro tanto podría decirse de cuestiones relacionadas con la economía y la sociedad rusas, que son recogidos muy fugazmente. Sin embargo, todo podría explicarse porque el protagonista de esta serie de entrevistas es Vladímir Putin, un hombre de destino.

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