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Creyentes y no creyentes frente a las sectas

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Hechos tan dramáticos como el reciente suicidio colectivo de los adeptos de la Orden del Templo Solar, suscitan una lógica alarma sobre las actividades de las sectas. Pero la reprobación general de los comportamientos sectarios puede basarse en criterios diferentes y hasta contradictorios. El ensayista italiano Massimo Introvigne ha estudiado en varias de sus obras el distinto enfoque de la crítica religiosa y de la laicista ante las llamadas «nuevas religiones» (1). Resumimos aquí la argumentación central de su análisis.

Aunque pueda parecer a primera vista que la protesta contra las «sectas» es un fenómeno unitario, cualquier observador atento advierte los conflictos que se producen entre dos actitudes distintas, que tienen orígenes contrapuestos, pretenden intereses divergentes y chocan entre sí de vez en cuando.

De una parte está el rechazo de las nuevas religiones por parte de la Iglesia católica y de las confesiones cristianas tradicionales. Esta reacción -nacida sobre todo en el ambiente protestante-evangélico de Estados Unidos- critica las sectas desde un punto de vista cualitativo: pone de manifiesto los aspectos de su doctrina que contradicen la ortodoxia cristiana, basándose sobre todo en razones de carácter doctrinal. Ese juicio presupone que existe una verdad en el campo religioso, que el hombre -aunque con dificultades- puede alcanzar. Por consiguiente, existen criterios de verdad y de valor, y sobre esa base examinan y valoran las nuevas religiones.

El Movimiento Antisectas laicista

Muy distinto es el origen y los planteamientos del Anticult Movement o Movimiento Antisectas.

Nacido en ambientes laicistas, el Movimiento Antisectas afirma ocuparse exclusivamente de comportamientos -deeds- y no de doctrinas -creeds-, y ataca como «sectaria» cualquier forma de experiencia religiosa que desde un punto de vista cuantitativo resulte más intensa de lo que el secularismo moderno está dispuesto a tolerar. Considera a estos grupos religiosos como «cultos destructivos de la personalidad» y reclama del Estado que emplee todas las medidas represivas a su alcance para evitar que proliferen.

Este movimiento se aprovecha de la alarma social suscitada por las nuevas religiones, para proponer una crítica de todas las experiencias religiosas «fuertes», independientemente de que tengan lugar en el ámbito de religiones mayoritarias o minoritarias. Mientras la crítica «religiosa» de las nuevas religiones pone al descubierto los aspectos discutibles de las sectas en nombre de la verdad y de los valores, el Anticult Movement, por el contrario, considera «sectario» a quien no acepte el relativismo y se obstine en creer que existe una verdad en el terreno religioso.

También contra la Iglesia católica

La lógica interna del Movimiento Antisectas conduce a que su oposición a los nuevos movimientos religiosos se transforme fácilmente en una crítica a la religión en general.

Un ejemplo puede ilustrarlo bien. Una figura de primer orden del movimiento anticult laicista escribió que «entre iglesia y secta existe sólo una diferencia de grado y de dosis», e incluso que «legalmente, la línea fronteriza entre la conversión y el lavado de cerebro es difícil de trazar».

No se trata de un hecho aislado. En el boletín oficial de una de las principales asociaciones europeas del Anticult Movement, la ADFI (Association de Défense de la Famille et l’Individu), con sede en Francia, uno de los mayores protagonistas del movimiento, Alain Woodrow, escribía recientemente: «No hay razón alguna ‘a priori’ para mostrarse más indulgentes hacia las Iglesias que hacia las sectas». Y a propósito del cristianismo señala: «En el curso de su larga historia (…), las Iglesias cristianas -católica, ortodoxa, protestante- han sido acusadas -a menudo con razón- de los mismos excesos que ahora critican en las sectas…». Aunque, añade Woodrow, «después del último Concilio de la Iglesia católica, hay que reconocer que el clima ha cambiado mucho», y que «el espíritu sectario de la Contrarreforma por fin ha muerto».

El inesperado retorno de la religión

Desde los años sesenta, muchos intelectuales laicistas dogmatizaron sobre «el ocaso de lo sacro en la civilización industrial». Los tiempos -decían- marchaban irremisiblemente hacia una sociedad totalmente secularizada, y la dimensión religiosa no tendría sitio en la cultura tecnológica y postmoderna. Sin embargo, la vida misma ha desmentido esa tesis con rotundidad.

En el Este europeo, donde tuvo lugar el mayor y más prolongado esfuerzo de toda la historia para erradicar la religión, al final la ideología materialista resultó derrotada, precisamente porque los pueblos no quisieron renunciar a la religión.

En Occidente, la prevista «secularización» ha sido sustituida por una explosión sin precedentes de sectas, asambleas esotéricas y cultos orientales. Pero esa explosión de la «nueva religiosidad» ha suscitado también adversarios igualmente intransigentes y fanáticos.

Como, para ellos, el nuevo interés de los jóvenes por los fenómenos religiosos no podía ser espontáneo, el Movimiento Antisectas concluía que algo turbio y artificial tenía que haber sucedido. Aplicaba entonces a los movimientos religiosos las teorías de «lavado de cerebro», elaboradas para explicar el (relativo) éxito de los «campos de reeducación» comunistas norcoreanos y chinos en la época de la guerra de Corea.

El Movimiento Antisectas comenzó sus actividades combatiendo a los Niños de Dios, y en las décadas de 1960 y 1970 centró su lucha contra «sus tres grandes» adversarios: la Iglesia de la Unificación del reverendo Sun Myung Moon, la Cienciología y los Hare Krishna. Sin embargo, a partir de 1980 ha comenzado a poner en su punto de mira instituciones pertenecientes al mundo de las Iglesias y comunidades cristianas mayoritarias, y especialmente católicas.

Según muchos estudiosos de este inquietante fenómeno, la insistencia en presentar a las instituciones católicas más vivas y dinámicas como sectas peligrosas procede de una estrategia bien delineada. Sobre todo en Estados Unidos, los movimientos antisectas se desarrollan en ambientes de protestantismo radical, de liberalismo agnóstico o masónico y de hebraísmo fundamentalista. Para estos grupos, el auténtico «enemigo» al que hay que vencer a cualquier precio es la Iglesia católica. Y muy especialmente, Juan Pablo II, un Papa que recuerda las exigencias del Evangelio, que por su propia naturaleza provoca división y a nadie deja indiferente.

Métodos poco tolerantes

En la lucha contra las sectas todas las armas son lícitas, parece afirmar con su conducta el Movimiento Antisectas. Así nació una nueva profesión: los «desprogramadores». Estos expertos ofrecen a los padres de quien se haya adherido a un nuevo movimiento religioso someter a sus hijos a un «lavado de cerebro» de signo contrario: la «desprogramación», consistente en secuestrar al joven y encerrarlo algunos días o algunas semanas en la habitación de un hotel o de una casa privada, y bombardearlo con presiones físicas y psíquicas hasta que reniegue de su adhesión a la «secta».

Los «desprogramadores» -cuya actividad está en baja, pero no ha desaparecido del todo- no son médicos ni psiquiatras, sino ex miembros de esos movimientos y, más frecuentemente aún, personas que sólo podían presumir de una notable fuerza física y no pocas veces con antecedentes penales.

En torno a los primeros desprogramadores nacieron las asociaciones antisectas, estrictamente laicistas, que poco a poco se han ido transformando hasta convertirse en los actuales CAN (Cult Awareness Network: Red de alerta contra las sectas) y AFF(American Family Foundation: Fundación americana para la familia), que han apoyado con ayudas diversas el nacimiento de organizaciones semejantes en numerosos países de todo el mundo.

Los «tratamientos» de desprogramadores se extendieron desde Estados Unidos -donde actúa el CAN- hasta los países donde cuentan con organismos asociados o financiados por el Movimiento Antisectas americano, y en especial a Francia, donde funciona la ADFI.

Sin fundamento científico

Algunos psiquiatras -criticados duramente por sus colegas- elaboraron la teoría de la «manipulación mental», que de hecho aplica la metáfora del «lavado de cerebro» (aunque prefiere no utilizar ese controvertido término) a las actividades de los nuevos movimientos religiosos, para de ese modo justificar la desprogramación.

La actividad de estos psiquiatras sufrió un duro golpe cuando, en mayo de 1987, la American Psychological Association, la asociación profesional más autorizada del mundo en el campo de la psicología y de la psiquiatría, declaró después de un largo estudio que la teoría de la manipulación mental o del «lavado de cerebro» aplicada a movimientos religiosos «no era científica» (2).

Desde entonces, y sobre todo desde que la mayoría de los tribunales norteamericanos que se han pronunciado sobre el tema han declarado ilegal la desprogramación, pocos movimientos se manifiestan abiertamente partidarios de este método (con la excepción de las organizaciones antisectas en España, donde algunas autoridades han tolerado la práctica). También la Iglesia católica ha adoptado una postura contraria: «La desprogramación -ha escrito el obispo Giuseppe Casale, presidente del Centro Studi sulle Nuove Religioni (CESNUR)- es inaceptable y está en contraste con la moral católica».

De todos modos, aunque cambiando la terminología y las etiquetas cuando ha sido preciso, los movimientos antisectas (y en cierto modo también los desprogramadores, aunque en distintos países los más famosos fueron arrestados) han perseverado hasta nuestros días. Mientras tanto, y para sobrevivir, los desprogramadores han tenido que extender su terreno de operaciones, ocupándose no sólo de los «tres grandes» o de los Niños de Dios, sino de otros muchos grupos religiosos (e incluso a veces ni siquiera religiosos) convenientemente etiquetados como «sectas».

Arma contra los adversarios

De todo este asunto se puede extraer una ulterior observación. La actitud antisectas laicista y la religiosa difieren por razones objetivas, pero no necesariamente por las características de sus partidarios. Es cierto que en el movimiento religioso contra las sectas casi todos son cristianos, pero en el Movimiento Antisectas también se encuentran personas que se declaran, desde el punto de vista personal, creyentes.

De hecho, aunque la «cúpula» de los movimientos antisectas de Estados Unidos está formada en gran medida por «humanistas» ateos o agnósticos, entre sus seguidores se cuentan relevantes miembros de las distintas corrientes del hebraísmo norteamericano. Ellos mismos explican esa aparente contradicción como un rasgo tradicional del judaísmo, religión no misionera, que mira con suspicacia cualquier fenómeno de conversión. Junto a estos hebreos se encuentran también algunos protestantes -realmente pocos, a decir verdad-, y por último, sacerdotes y religiosos -más raramente laicos- católicos, escasos en número pero muy activos.

Podríamos preguntarnos por qué un católico -y más aún un sacerdote o un religioso- participa en las actividades del Movimiento Antisectas, cuya ideología, a poco que se conozca o se estudie, es evidentemente hostil a la religión en general, o al menos a la relevancia social de la religión, que debería ser especialmente querida para un católico.

Algunos consideran que la colaboración de algunos católicos con el Movimiento Antisectas se explica por su irritación en relación con las «sectas», que les impulsa a escoger -equivocadamente, porque confunden el tono violento con una crítica enérgica- la línea más dura y decidida contra los nuevos movimientos religiosos.

Sin embargo, mi experiencia me dice que esa explicación es válida sólo para un número mínimo de católicos, cuya ingenuidad es tan grande como su incapacidad de comprender a fondo la problemática relativa a los nuevos movimientos religiosos y al Movimiento Antisectas. Para otros católicos, la decisión de colaborar con el Movimiento Antisectas responde a una lógica más inquietante. Se trata de católicos que no ignoran el esquema ideológico laicista del Movimiento Antisectas; lo conocen perfectamente, pero piensan servirse de él como de un arma para atacar a sus adversarios intraeclesiales, etiquetándolos como «sectas».

Todo lo anterior confirma de nuevo la necesidad de no dejar de interesarse -e incluso, cuando sea preciso, intervenir en la polémica- por los nuevos movimientos religiosos, pero partiendo de un punto de vista y según categorías específicamente católicas, distintas del laicismo del Movimiento Antisectas. Cada día que pasa resulta más claro que colaborar con él no sólo es inútil, sino incluso reprobable y dañino.

Esperemos que en el futuro quede clara la distinción entre la crítica religiosa a las nuevas religiones, basada en criterios doctrinales de verdad y de valor; y la crítica laicista a las sectas, cuyo punto de partida es el rechazo de cualquier experiencia religiosa intensa, tenga lugar en el ámbito de religiones tradicionales o en el de las alternativas.

¿Intervención del Estado?

Manuel Guerra Gómez, doctor en Filología Clásica y en Teología y Ciencias Patrística, y estudioso de las religiones orientales, plantea qué postura han de adoptar las autoridades ante las sectas. Los siguientes párrafos, que sintetizan su respuesta, están tomados de su obra Los nuevos movimientos religiosos (Las sectas), Pamplona, 1993 (ver recensión en servicio 102/93).

No es competencia del Estado civil determinar la autenticidad o falsedad de una religión, iglesia y nuevo movimiento religioso (NMR), ni jurisdicción de los magistrados, juzgar las creencias ni discernir la autenticidad de una «conversión» religiosa, por ejemplo: paso de una religión tradicional a un NMR. Además, el reconocimiento del derecho de libertad religiosa y los postulados de la aconfesionalidad o separación de la Iglesia y del Estado, vigentes en los Estados democráticos, incapacitan a los poderes públicos para juzgar las creencias individuales así como para favorecer o, al revés, coartar a una determinada forma religiosa, tradicional o reciente, en función de sus creencias y de sus prácticas específicamente religiosas. En cambio, pueden y deben juzgar, castigar y hasta prohibir las acciones de los grupos religiosos si violan la legalidad penal, civil, laboral o administrativa estatuida, vigente. La competencia de los poderes públicos se circunscribe a los métodos usados por los NMR para el reclutamiento de sus adeptos, para obtener -si se da- su «despersonalización», para financiarse, etcétera, en cada caso concreto, o sea, pueden juzgar acerca de los efectos destructivos en lo psicológico y en lo sociológico, no en lo específicamente religioso y filosófico e ideológico. El Estado puede intervenir sólo cuando hay indicios de ilegalidad en las acciones, nunca en las creencias.

(…) El ya famoso Informe Vivien o del diputadoAlain Vivien, presentado al Primer Ministro francés, enumera una serie de infracciones del código penal, a saber: de las normas de seguridad pública,de la legislación de la Educación nacional, de la seguridad social, etc, por ejemplo: secuestro de personas, proxenetismo, prostitución, atentado a las buenas costumbres, homicidio involuntario, provocación a la discriminación racial, ejercicio ilegal de la medicina, etc. Este informe y las experiencias habidas en casi todos los países con no pocas sectas han planteado una cuestión candente: ¿Para proteger a los individuos gravemente afectados ya (adeptos) o con riesgo de serlo y a sus familiares basta la legislación vigente o se precisa una legislación específica, ad casum? Los especialistas en la materia, los juristas, deben dar la respuesta. Pero, tenidas en cuenta las circunstancias generales y ordinarias, debería bastar la aplicación del código penal existente, común, en los países democráticos. En cualquier supuesto, las transgresiones de la legalidad cometidas por los adeptos de un NMR no suponen -y menos necesariamente como se tiende a concluir- la condición delictiva e ilegalidad del NMR en sí mismo a no ser que se demuestre la ilegalidad -criminal o no- de su finalidad misma y de los medios usados habitualmente para alcanzarla. Además, por principio, hay que presuponer la bona fides de los adeptos así como su inocencia mientras no haya sentencia firme condenatoria de un Tribunal de Justicia. En fin, el Estado tiene en su poder un arma eficaz, a saber: la concesión o la denegación de la inscripción de un NMR en el Registro de Entidades Religiosas (denominación en España) que le confiere o le niega la adquisición de personalidad jurídico-civil.

(…) Precisamente, en abril de 1993 se denegó la inscripción de la Iglesia de la Unificación (el moonismo) en el Registro de Entidades Religiosas, de la Iglesia de la Cienciología en 1985; en febrero de 1988 hubo 31 denegaciones.

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(1) Ver especialmente los libros: Le nuove Religioni, SugarCo, Milán 1989; Le sette cristiane. Dai testimoni di Geova al reverendo Moon, Mondadori, Milán 1990. Ver también los trabajos: «Il movimento «anti-sette» laico e il movimento «contro le sette» religioso: strani compagni di viaggio o futuri nemici?», en Cristianità, n. 217, mayo 1993, pp. 15-21 (publicado también en inglés bajo el título «Strange Bedfellows or Future Enemies?», en Update & Dialog, vol. 1, n. 3, octubre 1993, pp. 13-22); «L’Opus Dei e il movimento anti-sette», en Cristianità, n. 229, mayo 1994, pp. 3-12.(2) Cfr. American Psychological Association, Board of Social and Ethical Responsibility, Memorándum al comité DIMPAC, 11-V-1987.

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