Creencias a la carta

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En un artículo publicado en La Stampa (Turín, 10-IX-98), el escritor italiano Claudio Magris explica que lo más característico de la vida y del pensamiento actual es la actitud de que todo es optativo. Reproducimos algunos párrafos.

Para Claudio Magris, nuestra época podría ser definida como «la era de lo optativo: religiones, filosofías, sistemas de valores, concepciones políticas se exponen en las baldas de un supermercado y cada uno -según sus necesidades y sus deseos del momento- toma de un estante u otro los artículos que le parecen bien» (…).

En este clima cultural es cada vez más difícil definirse de un modo preciso. «Si uno es cristiano, no es budista, y viceversa, aunque se respeten en ambos casos las elevadas enseñanzas de Cristo y de Buda y se aprenda tanto de su ejemplo. Sólo se respeta una concepción del mundo si se la toma en serio hasta el fondo, si se confronta rigurosamente la verdad que anuncia y la propia capacidad de adherirse o no realmente a ella. (…) Lo que una filosofía o una fe propugna es una unidad orgánica, no una ensalada en la que cada ingrediente es optativo, algo que se puede tomar o no a la carta. Ahora, en cambio, todo parece reducirse a optativo, a elemento aceptable o rechazable a capricho, sin que eso comporte la alternativa entre una adhesión o un rechazo completo». New Age sería, a juicio de Magris, la típica expresión de este picotear en los platos del Absoluto.

«Este sincretismo exagerado es característico de los momentos de cambio de una civilización a otra; no por casualidad floreció al final del Imperio Romano y de la civilización antigua, cuando prosperaban cultos supersticiosos de todo tipo y se fabricaban nuevos ídolos con los fragmentos de los desconchados dioses del Panteón. (…) La tendencia a reducir todo a optativo es una defensa frente al desbarajuste de un mundo en el que es objetivamente cada vez más difícil decir qué es lo necesario y sustancial».

«Este nuevo sincretismo es diferente de aquel sincretismo universal practicado siempre por el hombre, que ha hecho y hace suyos tanto la desesperación de Hamlet como la risa de los amantes de Bocaccio o la alegría de San Francisco. Todos tomamos legítimamente tantas cosas, distintas y contrastantes, de todas partes, porque la vida no es dogma ni sistema. Pero sólo se hace justicia a su creativa contradicción si se distinguen y respetan las diversidades enfrentadas, no si se las confunde en un montón».

Magris pone como ejemplo de actitud seria la de Simone Weil: «Tenía una fe ardiente, pero también algunas dudas sobre ciertas afirmaciones de la Iglesia -ni tan siquiera fundamentales, pero tampoco de libre elección-, que le indujeron a quedarse en el umbral y a no acercarse, por respeto, a los sacramentos. Una actitud mucho más religiosa que la de quien comulga sin saber siquiera si ha observado o no las normas prescritas para participar en la Eucaristía».

«Lo optativo inspira sobre todo las elecciones éticas, porque es particularmente cómodo escoger como a uno le gusta entre mandamientos y prohibiciones». Refiriéndose a la situación italiana, Magris señala que este clima ético está invadiendo también el terreno de lo que debería estar impuesto o prohibido por el Código Penal. Incluso el secuestro «no despierta la execración que despertaba y debería despertar siempre, sino que termina por aparecer casi como una actividad anómala y criticable, pero quizá comprensible en ciertas situaciones, visto que la sociedad es inicua, la vida es compleja, el corazón es confuso y juzgar es siempre difícil».

Magris concluye que escoger a la carta es agradable y lícito cuando es posible. «Pero a veces no se puede. A la hija que le exhortaba a ceder, a dar la razón al rey para salvar su cabeza, Tomás Moro, en la cárcel en que esperaba la ejecución, respondía que le gustaría mucho hacerlo, porque no era partidario de ideas fijas moralísticas sino que amaba la vida, pero -añadía- ‘esta vez, créeme, querida Meg, realmente no puedo».

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