Críticas al crimen hecho espectáculo en los «reality-shows»

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La moda televisiva de los programas de sucesos, basados normalmente en la utilización espectacular de crímenes o desapariciones, empieza a despertar reacciones críticas por parte de las autoridades y de los comentaristas de distintos países. En Alemania, el jefe de la policía criminal, Hans-Ludwig Zachert, ha aconsejado a sus hombres que no cooperen con los productores de estas emisiones. «Es indignante -ha dicho- que los peores crímenes, la desgracia de las víctimas y los más mortíferos accidentes se transformen en espectáculo».

No es extraño que esté indignado, tras la conmoción causada por el caso de Rainer B., que en varios programas pidió ayuda para resolver la desaparición de su mujer: «Cuando me desperté por la mañana, ya no estaba». Más tarde se descubrió que él mismo la había asesinado y escondido su cadáver en el sótano.

También el grupo parlamentario de la CDU, el partido de Helmut Kohl, ha pedido la prohibición de estas emisiones, que juzga tan divertidas como «las urgencias de un hospital».

En Estados Unidos, cuna de los reality-shows, la última moda es las entrevistas con famosos criminales, algunos de los cuales todavía están en prisión. Especial conmoción produjo la entrevista con Mark David Chapman, que asesinó a John Lennon en 1980. La excusa era el aniversario del crimen. De modo que Barbara Walters, de la ABC, hizo a Chapman algunas preguntas en la cárcel. Algunos días más tarde Larry King, de la CNN, hacía lo propio. Otra entrevista de efecto la protagonizó Jeffrey Dahmer, responsable de la muerte de diecisiete homosexuales negros. El género ha florecido a lo largo de todo el invierno en horas de máxima audiencia, de modo que hay quien dice que el prime time se ha transformado en crime time.

También preocupa la proliferación de canciones y espectáculos que explotan o hacen apología de la violencia. Hasta el punto de que, incluso en la prensa más liberal, los comentaristas acusan a la industria del espectáculo de promover una cultura popular que trivializa la violencia. Es uno de los males de la industria del entretenimiento que detectaba Michael Medved en su libro Hollywood versus America.

Los productores de los programas de sucesos se escudan en el argumento de que ellos dan lo que pide el público. Números cantan. Es el caso, en España, del programa de TVE-1 Quién sabe dónde, que ha encabezado la lista de las emisiones más seguidas durante cuatro meses consecutivos, con una audiencia media de 7,2 millones de espectadores. Pero este ha sido siempre el argumento tradicional de la prensa sensacionalista. La diferencia está en que antes sólo este tipo de prensa ponía los crímenes en primera página, mientras que ahora las cadenas televisivas emplean este recurso en horarios de máxima audiencia.

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