Corán y democracia

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¿Es incompatible, como a veces se dice, el islam con la democracia? The Economist (19 febrero 2000) señala en un editorial que los abusos que se producen en algunos países islámicos poco tienen que ver con la religión.

(…) Por desgracia, el mundo islámico no tiene muchos ejemplos de buen gobierno, y no digamos de sistemas democráticos. Pero la religión rara vez tiene la culpa: la tienen más bien autócratas crueles, sistemas feudales corruptos, ejércitos despóticos o una mezcla de los anteriores. Indonesia, el país con mayor población musulmana, trata, con dificultad, de dejar atrás la pesada herencia del pasado, pero el nuevo presidente elegido democráticamente es un musulmán moderado, perteneciente a una antigua tradición tolerante. Pakistán, un Estado diseñado específicamente para musulmanes, está en mal momento, pero no por culpa de su religión. La democracia de Turquía sería más convincente si el Ejército no hubiera derribado a un gobierno dominado por islamistas moderados.

La escena se oscurece a medida que nos movemos hacia el oeste, donde los árabes habitan la parcela menos democrática del Oriente Medio. La mayoría de los gobernantes árabes, sean reyes o presidentes, toman todas las decisiones de importancia y sus hombres de confianza las hacen cumplir. Y si no pueden reclamar una corona, consiguen ser reelegidos mediante referendos convenientemente organizados. Los partidos árabes en el poder, que tienen dinero en abundancia y dominan los resortes de Estado, normalmente pueden ganar elecciones sin necesidad de hacer trampas, aunque para mayor seguridad las hacen. La religión es ajena a esos extendidos abusos.

La adhesión a una severa e incluso cruel versión de la ley islámica ha relegado a Arabia Saudí al último lugar de los destinos turísticos. Pero no son los preceptos islámicos, sino el feudalismo de la familia real lo que prohíbe hasta las aspiraciones de democracia. El presidente de Siria, Hafez Assad, que se libró de la «amenaza» islamista asesinando a varios miles en Hama en 1982, gobierna como un déspota y pretende, al estilo feudal, legar el puesto a su hijo. Hosni Mubarak, presidente de Egipto, que dejó vivos a los islamistas pero luego tuvo que luchar contra el brazo armado del movimiento, ahora mete entre rejas a los islamistas civiles para mantenerlos fuera de la política. El ejército de Argelia precedió al de Turquía en expulsar del gobierno a los islamistas, pero de una manera que condujo a una cruenta guerra civil.

Hay, desde luego, excepciones en que el propio islamismo es el culpable. En Sudán, el rígido gobierno islamista en un país divido por la religión ha provocado una larga guerra civil. Y los talibanes han implantado en Afganistán una primitiva forma de Islam que causa estupor a los iraníes, como al resto del mundo. (…) En cambio, en Irán la gente empieza a descubrir que es posible librarse de restricciones. El islamismo político todavía presenta peligros, pero también ofrece motivos de esperanza.

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