Cómo lograr que los países pobres tengan medicamentos asequibles

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Para satisfacer las necesidades de medicamentos en los países pobres, se ha propuesto que estos los produzcan, aprovechando que sus costos con más bajos. Pero esta solución presenta dificultades y hasta ahora ha tenido poco éxito.

El G-8 recomendó el año pasado a sus miembros que prestaran asistencia técnica a los países en vías de desarrollo que optaran por la producción local de medicamentos. Siguiendo la recomendación, el gobierno alemán ha decidido apoyar iniciativas de este tipo en Tanzania. El Banco Mundial, Médicos Sin Fronteras y algunos organismos dependientes de las Naciones Unidas (como la Organización de Desarrollo Industrial) también lo han hecho, animados, entre otras cosas, por las excepciones a la propiedad intelectual previstas en los acuerdos de la OMC (ver Aceprensa 68/06).

Las ventajas de la producción local

La estrategia no es nueva, aunque el impulso dado en los últimos años ha sido decisivo. En la India, Nigeria o China ya se han puesto en marcha empresas farmacéuticas encargadas de producir genéricos. El gobierno tailandés decidió en su momento recurrir a la producción nacional de un genérico contra el sida, GPO-vir. Hace también algunos años, en Kenia se puso en marcha el proyecto Advanced Bio-Extracts (ABE), con el que se pretendía cultivar artimisina, el principio activo que contienen los medicamentos contra la malaria.

Se cree que con la producción propia podrían abaratarse los precios de los medicamentos. Además de que se ahorraría en costes de transporte, los efectos de la producción local, según sus defensores, sobrepasan el ámbito sanitario, pues el establecimiento de una industria farmacéutica generaría empleos, lo que redundaría positivamente en la economía nacional.. De este modo se conseguiría reducir paulatinamente la brecha que separa a los países más pobres de los desarrollados y se reduciría la dependencia económica.

No es económicamente eficiente

El estudio elaborado por Roger Bate para el American Enterprise Institute analiza los proyectos y las iniciativas mencionadas y advierte que la producción local puede tener efectos contraproducentes, tanto para la economía de estos países como para la salud de su población. Destaca que en vez de reducir la dependencia económica, la producción local puede servir para aislar a las regiones en vías de desarrollo del comercio internacional.

En este sentido, la política económica de estos países se haría cada vez más proteccionista para beneficiar el consumo de fármacos nacionales. De hecho, en el informe se recoge un llamamiento público que se hizo en el New Vision, un periódico de Uganda, que animaba a los países africanos a imponer una tasa del 10% sobre los medicamentos importados, con el fin de promover el consumo de los elaborados en sus territorios.

La instalación de industrias nacionales obliga a promocionar la producción empleando fondos públicos que tal vez resulten imprescindibles en otros ámbitos, como el educativo. A todo ello se añaden los obstáculos que pone la corrupción de los regímenes políticos en algunos de esos países, problema ya señalado en otro informe de la misma institución (ver Aceprensa 142/06)

Los costes de la producción propia

Además, la producción farmacéutica nacional puede generar pérdidas económicas importantes. Se advierte que el gobierno en cuestión debería asumir tres tipos de costes: el inicial de la instalación de la industria, el de las ayudas públicas a la producción y un incremento del precio final, con lo que el objetivo perseguido -facilitar el acceso a los medicamentos- no se habría conseguido. El caso de Nigeria lo demuestra: los costes de la producción local de artemisina aumentaron un 15% en comparación con el precio de los productos directamente importados.

Desde un punto de vista exclusivamente económico, el estudio advierte que el fomento artificial de la producción nacional de medicamentos olvida la ley de la ventaja comparativa, formulada por David Ricardo. Según esta teoría, cada país ha de especializarse en la elaboración propia de algunos productos e importar el resto. Esto no significa que haya que eliminar las ayudas a la producción local de cualquier producto: los autores del informe se refieren al caso de los productos farmacéuticos.

Problemas en torno a la salud

Asimismo, la producción local puede perjudicar la salud de la población. Un problema es que las legislaciones de los países más pobres no están suficientemente desarrolladas en materia de control de productos farmacéuticos: según cifras de la OMS, sólo 20 de sus 190 Estados miembros poseen marcos legales adecuados.

Como ha ocurrido en la India o China, la promoción de la industria local genera una proliferación de laboratorios incontrolables en la práctica y con peligrosos efectos para la salud. En China se estima que en 2001 murieron 192.000 personas por la administración de medicamentos de mala calidad. Otro estudio reveló que 22 antibióticos elaborados en Senegal contenían únicamente harina y la OMS advirtió que el 70% de los medicamentos en Nigeria estaban adulterados. También la revista científica The Lancet indicó que el 40% de los antimaláricos no contenían principios activos.

Además, los medicamentos de mala calidad pueden aumentar la resistencia de los gérmenes. Así ocurre en el caso de la malaria, que requiere una terapia combinada para contrarrestar la resistencia del parásito a uno de los principios activos (ver Aceprensa 27/07).

Algunos ejemplos positivos

Aun en el caso de que se solventen los problemas relativos al control de la calidad de los fármacos y se logren productos de buena calidad, ¿se consigue de este modo un mayor acceso? Según el estudio, el caso de la artemisina en Kenia es elocuente: aunque el producto es de buena calidad, no se ha conseguido fabricar en cantidad suficiente.

Ahora bien, el informe recoge algunas experiencias positivas, que tratan de unir la producción local con la ayuda de las multinacionales sin por ello descuidar la calidad del medicamento. En este sentido, afirman los autores que todo proyecto de producción nacional tiene que ser controlado exhaustivamente para asegurar la calidad final. En China o la India la situación está cambiando y los gobiernos respectivos han decidido luchar contra la corrupción y la producción incontrolada. No se trata, concluye el informe, de prohibir la producción local sino de permitir sólo aquella que tenga beneficios directos sobre la salud de la población y la economía del país. En palabras de Bate, “la producción de medicamentos en países pobres puede tener sentido, pero ha de estar impulsada por empresarios que respondan a las señales del mercado”.

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NOTAS

(1) Roger Bate, “Paging Dr. Ricardo: A Dose of Economics for Healthier Pharmaceutical Production”, Health Policy Outlook (febrero 2008).

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