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Cinco enseñanzas de la Jornada Mundial de la Juventud

Fuente: Santa Sede
publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

En su tradicional discurso de felicitación de la Navidad a la Curia romana el 22 de diciembre, Benedicto XVI hizo balance del año eclesial, destacando especialmente la Jornada Mundial de la Juventud. El gran tema del año señalado en el discurso es la nueva evangelización. A la pregunta de cómo anunciar el Evangelio hoy, el Papa expone lo que supuso y suponen las Jornadas Mundiales de la Juventud.

El Papa centra su discurso en los días en los que tuvo lugar la JMJ en Madrid. Destaca que «ha sido una medicina contra el cansancio de creer» y que se ha mostrado un «modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano; que sintetiza en cinco puntos.

En primer lugar se refiere a la experiencia que han tenido los jóvenes  de la catolicidad; de la universalidad de la Iglesia. Los participantes tenían culturas e idiomas diferentes, pero en el centro estaba ese ser cristiano. Para ello juega un papel importante la liturgia, que «constituye una especie de patria del corazón y nos une en una gran familia», afirmó el Papa.

No mirar hacia atrás
De ahí nace un nuevo modo de vivir como cristianos. El Papa hace referencia al encuentro que tuvo con los 20.000 voluntarios, que habían dedicado su tiempo en los preparativos y desarrollo de la JMJ. «Al dar su tiempo, el hombre da siempre una parte de la propia vida», dijo el Papa. Esta manifestación de la fe de los jóvenes voluntarios revelaba que no miraban a sí mismos. Benedicto XVI hace una comparación con la mujer de Lot, que se convirtió en una estatua de sal por mirar atrás. Esta actitud de pensar en los demás era lo que movía a aquellos jóvenes a actuar como lo hicieron. El Santo Padre hace eco de esta realidad para avisar de que ninguno está libre de caer en el individualismo exacerbado. «Todo eso ha estado precedido por el encuentro con Jesucristo, un encuentro que enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos libera de la búsqueda de nuestro propio «yo»».

El Santo Padre se refiere a la adoración eucarística como un tercer elemento. Rememora sus recuerdos de los actos en Hydepark (Reino Unido), con miles de jóvenes en respetuoso silencio ante el Santísimo Sacramento. Lo mismo sucedió en Madrid aquella noche con un vendaval que hizo temer lo peor. «Dios es omnipresente, sí. Pero la presencia corpórea de Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo». Por tanto, este sentimiento de adoración es ante todo un acto de fe: «Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él», concluyó el Papa.

La fuente de la alegría
Otro de los actos más importantes es «la presencia del Sacramento de la Penitencia». Con esto el hombre se da cuenta de que tiene necesidad del perdón. El hombre tiene la disponibilidad de responder a Dios en la fe, pero también existe esa tendencia (pecado original) que le lleva a su contrario. «Para ello, concluye el Santo Padre, necesitamos la humildad que siempre pide de nuevo perdón a Dios».

Pero si algo se demostró durante esos días fue la alegría de la gente. Benedicto XVI se pregunta «¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Para ello utiliza algunas ideas de Josef Pieper en su libro sobre el amor, que viene a resumirse en «es bueno que tú existas». Para poder aceptarse a sí mismo, primero el hombre debe ser aceptado por un «tú». Pero, como apunta el Papa, «toda acogida humana es frágil». Al final necesitamos ser aceptados por Aquél que nos acoge de una manera incondicional, Dios. Es entonces cuando el hombre se realiza con plenitud. En cambio cuando dudamos de Él, acabamos dudando de nosotros mismos. «Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres».

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