Cae una barrera religiosa

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Con el ingreso de Clarence Thomas en la Iglesia católica, por primera vez no hay mayoría protestante en el Tribunal Supremo norteamericano. Joan Biskupic analiza el significado de este hecho (Washington Post, 4-VIII-96).

La noticia pasó casi inadvertida para la prensa, y los observadores del Tribunal Supremo apenas se fijaron en ella. Pero cuando el juez Clarence Thomas hizo público que se había adherido a la Iglesia católica, provocó un giro en la historia norteamericana: por primera vez en 207 años de existencia, el Tribunal Supremo no está dominado por una mayoría protestante. El cambio tal vez sea sobre todo simbólico; pero no deja de resultar digno de mención en un país forjado en tan gran medida por una mentalidad fuertemente protestante que todavía influye en muchos aspectos. De hecho, de los 108 jueces que a lo largo de la historia han formado parte del Tribunal, sólo ha habido 16 no protestantes, y cinco de éstos están entre los nueve actuales.

(…) Quizá, lo más notable de este vuelco no está en lo que pueda suponer con respecto a las futuras decisiones del Tribunal, sino en que revela cómo ha cambiado la sociedad. La peligrosa división religiosa anterior a la colonización, que hizo necesaria una enmienda constitucional para garantizar la libertad religiosa y que fomentó sentimientos anticatólicos y antisemitas hasta principios de este siglo, casi ha desaparecido. (…) En el siglo pasado, el primer juez católico del Supremo, Roger B. Taney, se quejó de que en el Tribunal le servían carne todos los viernes, contra la disciplina católica entonces vigente.

(…) El fin del dominio protestante en el Tribunal era, probablemente, inevitable, a causa de la mayor diversidad religiosa que ha ido implantándose en el país. Hace varias décadas que baja la proporción de protestantes, que hoy son algo más de la mitad de la población. La Iglesia católica es la confesión cristiana más numerosa; el Islam es la religión que más crece, aunque parte de un número de fieles mucho menor.

(…) En comparación con la lentitud con que suelen producirse los cambios en el Tribunal Supremo, el fin de la mayoría protestante ha sido súbito. Dos de los tres jueces nombrados por Ronald Reagan, Antonin Scalia y Anthony Kennedy, son católicos; y los dos nombrados por Clinton, Ruth Bader Ginsburg y Stephen Breyer, son judíos. Thomas, designado por el presidente Bush en 1991, era episcopaliano; en junio pasado anunció que había vuelto a la Iglesia católica después de dos décadas fuera de ella. Así se llegó por primera vez a una mayoría de no protestantes.

Las semillas de esta transformación religiosa se sembraron hace más de un siglo. Cuando el presidente Andrew Jackson nombró a Taney presidente del Tribunal en 1836, este católico se convirtió en el primer juez no protestante. Taney se retiró en 1864, y la «silla católica» estuvo vacía hasta 1894, cuando fue nombrado Edward White. Después de White hubo otros cuatro católicos en el Supremo (…). Tanto Scalia como Kennedy fueron nombrados cuando todavía estaba en activo el último de los anteriores católicos; pero por aquel entonces, a finales de los años 80, la idea de que hubiera tres católicos en el Tribunal apenas llamaba la atención y no provocó queja alguna, en gran parte porque ninguno de los tres se definía como juez por su religión y porque las diferencias ideológicas entre ellos eran evidentes.

El primer magistrado judío fue nombrado por Woodrow Wilson en 1916. Así se inauguró lo que durante años se llamó la «silla judía» (…), que quedó vacante en 1969 (…). Durante los 24 años siguientes no hubo ningún judío en el Tribunal. En 1993, cuando se produjo la primera vacante dentro del mandato de Clinton, los líderes judíos insistieron al presidente para que nombrara a un judío. Así hizo. Pero ni Ginsburg ni Breyer, designado el año siguiente, se distinguían, a los ojos de la gente, por su religión. (…)

La nueva mayoría no ha supuesto un vuelco en la trayectoria del Supremo, pues los no protestantes no votan en bloque. (…) Sin embargo, es un claro testimonio de que en uno de los bastiones más elitistas de Estados Unidos ha caído una barrera que antaño, en gran medida, determinaba su composición y controlaba el país.

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