Cómo mejorar la enseñanza de la Religión en la escuela

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La «nueva apologética» que pide nuestro tiempo
Para educar a niños y jóvenes en la fe, con una formación intelectual y moral sólida, resulta clave la calidad de la enseñanza escolar de la Religión. Sobre esta cuestión, el teólogo Aurelio Fernández, sacerdote y profesor, acaba de publicar un interesante ensayo (1). Resumimos los consejos que da para exponer esta asignatura en la escuela.

Como especialista en teología moral, Aurelio Fernández es consciente de que un profesor de Religión ha de superar no pocos obstáculos culturales e intelectuales heredados por el auditorio (relativismo, positivismo, individualismo…), además de tener que afrontar la general ignorancia de los alumnos sobre Jesucristo y su doctrina. Por eso advierte de entrada que, si bien la enseñanza de la Religión es una exposición de la fe distinta tanto de la evangelización como de la catequesis, es preciso no separarla por completo de esos ámbitos: los alumnos necesitan tener noticia de Jesucristo (evangelización) y experimentar la religión de modo personal e íntimo (catequesis).

Una primera pauta de acción del profesor de Religión consiste en lograr una exposición científica y razonada del fenómeno religioso y, más en concreto, del cristianismo. Se trata no sólo de que los alumnos conserven la fe, sino también de que aspiren a ser puntos de referencia cristianos en la sociedad. Según Fernández, el futuro del cristianismo depende de que haya laicos que, además de conocer las verdades cristianas, sepan explicarlas y adaptarlas a la vida social.

Para que la exposición de la Religión sea científica, es imprescindible el recurso a la Biblia. «Siempre que haya textos explícitos en la Biblia, deben aportarse, pues, frente a la acusación de ‘racionalismo’ que pesa sobre algunas tendencias de la teología católica, no cabe olvidar que la fuente ‘principal’ de la Teología -y por ello también de la Religión escolar- es la Sagrada Escritura».

En algunos casos, la Biblia deberá ser el punto de partida, como cuando se trata de exponer algunos misterios de fe (Trinidad, divinidad de Jesucristo…). Pero acudir a la Biblia no ha de limitar el intento de profundización racional.

Avalar los argumentos con datos

Para dar clase a alumnos que ponen en duda verdades de la moral o el dogma católicos, propone Fernández «una nueva apologética», la cual ha de ser «más humilde». Esto significa que, a veces, en lugar de probar, el docente tendrá que aspirar a mostrar que «tal verdad es razonable, que tiene coherencia interna y que se justifica por otras verdades». De este modo también es más fácil ganarse a los alumnos, que, a ciertas edades, suelen situarse siempre «en la oposición».

La nueva apologética, más que defender, debe justificar; o sea, fundamentar la doctrina con una exposición rigurosa, una formulación clara de los argumentos y, preferiblemente, con datos. «Dado que los alumnos no valoran suficientemente el discurso racional y que grandes sectores de la cultura actual se mueven más por datos estadísticos que por razonamientos (‘no existe una razón canónica’, dice la cultura posmoderna), siempre que sea posible, se debe ofrecer a los alumnos los datos que garantizan las verdades que se exponen».

Fernández aduce algunos ejemplos: «La acusación de que el mundo actual ha superado la religión se debe refutar con datos estadísticos que muestran el nuevo resurgir de las creencias religiosas; la maldad del aborto se puede constatar con los datos que aporta la genética, agravada por el número de abortos que se lleva a cabo cuando se legaliza; la injusticia social del mundo queda patente ante las cifras de la geografía del hambre y del reparto de la renta mundial, tan injusto como desigual, entre las naciones ricas y los pueblos pobres, pues así lo garantizan los informes del Banco Mundial y de Naciones Unidas, etc.».

Con datos y argumentos, el alumno va persuadiéndose de que los contenidos religiosos no se fundan en el sentimiento, ni en una tradición cultural ya superada, y de que hay razones objetivas para creer. Por supuesto, entre los temas de esa «nueva apologética», Fernández señala algunos no nuevos: el carácter histórico del cristianismo, de la vida, muerte y resurrección de Jesús; la existencia de Dios, sobre la cual caben certezas racionales; la naturaleza específica de la Iglesia y su origen en Cristo; la altura del mensaje moral cristiano, etc.

Poner a Cristo en el centro

Puesto que la asignatura de Religión reaparece curso tras curso, es más fácil lograr una exposición sistemática y completa. Eso se consigue muchas veces ciñéndose a los libros de texto oficialmente aprobados. No obstante, el profesor debe evitar causar en los alumnos la impresión de que los temas se repiten. Eso resulta sencillo si el docente resalta lo novedoso de cada capítulo y sabe subrayar la esencia del cristianismo en el desarrollo de cada verdad.

Si la sistematización es completa, enunciará expresamente las verdades fundamentales de modo unitario. «Ya Tomás de Aquino afirmó que la ‘teología es átoma’, pues no tiene partes. No es posible implicar al alumno en la grandeza del cristianismo si no descubre la unidad de su mensaje salvador».

Y nada más apropiado que sistematizar el cristianismo en torno a la persona de Cristo: «Es el centro de la fe; Él fundó y está presente en la Iglesia y actúa por los sacramentos; la referencia antropológica a la dignidad del hombre es la persona de Jesús; la vida moral consiste en seguirle e imitar su vida; la existencia futura será un encuentro personal con Él, etc.».

¿Hace falta memorizar?

Como consecuencia de la sistematización y el orden, los alumnos podrán retener mejor las verdades de la fe. Pero esto no evita el esfuerzo por memorizar, que Fernández considera imprescindible. El desuso -e incluso desprecio- de la memoria, que «ya es considerado como un mal en otros ámbitos del saber humano, es una de las causas de la incultura cristiana de nuestro tiempo».

Sin caer en los excesos de antaño, es preciso emplear una dosis adecuada de aprendizaje memorístico, como ha recordado Juan Pablo II, referiéndose a la catequesis: «Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los Diez Mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de algunas oraciones esenciales, de nociones clave de la doctrina… es una verdadera necesidad. La fe y la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria» (Catechesi tradendae, 55). Con este fin, el profesor puede servirse inteligentemente de «catecismos» o resúmenes de la doctrina cristiana que complementen los libros de texto.

Coherencia entre fe y vida

Es importante que los alumnos aprendan la relación íntima entre fe y moral; que un cristiano coherente no puede declararse cristiano o católico por fe, y dejar a un lado la moral o interpretarla a su gusto, al margen de la Iglesia. A propósito de esto, Fernández cita un pasaje de la encíclica Veritatis splendor, donde se denuncia «la opinión que pone en duda el nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral, como si sólo en relación con la fe se deba decidir la pertenencia a la Iglesia y su unidad interna, mientras que se podría tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos, dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales» (n. 4).

Además de estar atento a subrayar la coherencia personal, el profesor debe tratar de superar la ruptura entre el evangelio y la cultura, que es, en palabras del Papa Pablo VI, «el drama de nuestro tiempo» (Evangelii nuntiandi, 20). La propuesta de Fernández a este respecto es que el profesor de Religión, si también explica otra disciplina, sepa hacer alusiones a esos saberes profanos; o bien, que esté en contacto permanente con los profesores de otras áreas (Filosofía, Ciencias de la Naturaleza, Geografía e Historia, Arte…) para que presten atención en sus respectivas materias a los temas que él explica.

Fernández no pasa por alto la ayuda técnica de los medios audiovisuales en el aula, y advierte que todavía no están bien aprovechados «de modo científico y pedagógico». Si bien estos medios no son la panacea, resultan muy eficaces, al menos por dos motivos: porque en la adolescencia, el alumno es más receptivo a lo emocional; y porque en la «cultura de la imagen» dominante, los jóvenes tienen más capacidad para captar los mensajes transmitidos con imágenes que los comunicados por conceptos.

En todo caso, «estos medios no invalidan y ni siquiera disminuyen la importancia decisiva del libro, el esfuerzo del alumno, la participación activa en la clase y menos aún la relación personal de maestro-discípulo».

Más que otras asignaturas, la enseñanza de la Religión requiere que el profesor sea optimista en sus explicaciones y que sepa crear un clima de confianza con los alumnos. Sólo así resulta posible transmitir al alumno «la certeza de que el estudio de la Religión es imprescindible para dar sentido pleno a su vida». Según Fernández, viene bien que el docente -sin perder rigor académico, con respeto de la libertad personal y sin un estilo catequístico- valore positivamente la importancia de la práctica religiosa: «De poco serviría el rigor académico o que el alumno obtuviese una buena calificación escolar, si esos conocimientos no tienen influencia en su vida. En consecuencia, el profesor de Religión ha de subordinar la enseñanza y aun la evaluación a que el alumno valore la práctica religiosa». Para lograr esa unidad entre teoría y práctica, formación doctrinal y vida de piedad, sugiere también la coordinación entre el profesor y el capellán del colegio.

Dimensión social de la fe

Finalmente, pero no menos importante, el profesor ha de transmitir la dimensión social de la fe: «El alumno ha de tener claro en todo momento que la vida cristiana -que ocupa un lugar tan personal e íntimo en la existencia de cada individuo- no por ello finaliza en un individualismo, sino que tiene exigencias sociales y políticas».

Con este fin sugiere el autor proponer a los alumnos algunas actividades sociales, como las que suelen realizar las ONG, de acuerdo con las edades e intereses de los alumnos. «Hoy es imprescindible en la formación religiosa de la juventud alentar el compromiso en la reforma de la convivencia social».

España: encuesta sobre la asignatura de Religión

La Conferencia Episcopal Española ha publicado las conclusiones de un estudio sociológico sobre la enseñanza escolar de la Religión católica. Después de insistir tanto en la importancia de mantener esta asignatura como evaluable dentro de los planes de estudio de las escuelas españolas, hacía falta investigar sobre la calidad de la enseñanza: qué saben los alumnos y qué piensan padres y profesores sobre esta cuestión.

El estudio se elaboró en noviembre de 1997 mediante entrevistas a unos 6.000 implicados en las clases de Religión, incluidos alumnos (casi 3.000), padres y algo más de mil profesores.

De las entrevistas a los alumnos se concluye que un 74,2% atribuye a la Religión «mucha» o «bastante» importancia para su formación. Sólo uno de cada cinco alumnos la valora poco, y un 5% no la tiene en cuenta. Pero a medida que los alumnos se hacen mayores, disminuye el número de los que consideran que la asignatura les ayuda mucho para su fe: así dicen el 83% de los alumnos de 11 años, el 37% de los de 15 años y el 24% de los de 17 años.

La imagen que el alumno tiene del profesor de Religión es buena, en comparación con otros docentes. Más de la mitad lo valoran igual que a otros profesores. Y una tercera parte de los alumnos de 16 y 17 años consideran que es mejor que los otros. El mismo porcentaje de alumnos dicen mantener una relación más cercana con el profesor de Religión que con los otros docentes.

¿Qué saben y creen los alumnos?

Lo que saben los alumnos no es una sorpresa, al menos para los profesores. Un 68,8% de los jóvenes encuestados considera a Dios como Padre, y casi dos tercios de los alumnos afirman la necesidad de comunicarse con Él por la oración. Pero algo menos de la mitad de los alumnos (47,6%) está completamente de acuerdo con que Dios es el valor supremo de su vida, y un tercio está de acuerdo con esa afirmación sólo «en parte».

Sobre Jesucristo se propusieron a los alumnos algunas frases. Un 70% suscribieron que «es el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos». El 30% restante, sobre todo alumnos mayores, se divide a partes iguales entre quienes dicen que Jesucristo es un «hombre excepcional» y los que lo consideran un «líder social».

Las verdades sobre la vida eterna son las que más dudas producen. Sólo un 48% de los alumnos formulan claramente que creen en una vida después de la muerte (otro 20% no lo cree, y el 31% restante lo cree «en parte»). Menos aún creen en la resurrección de los muertos (42,2%) y en la resurrección personal (35,4%).

Jerarquía, sexualidad y aborto

Otro dato positivo de la encuesta es que la imagen que se tiene de la Iglesia parece haber superado algunos prejuicios. Casi el 80% considera que la jerarquía es necesaria. Y más del 70% de los alumnos estiman que la Iglesia defiende valores importantes y ayuda a los pobres.

Los valores más compartidos por los alumnos son los de carácter social. Los más discutidos tienen que ver con la sexualidad. Casi la mitad de los alumnos están de acuerdo con la frase «cada individuo debe tener la posibilidad de disfrutar de completa libertad sexual, sin limitaciones». La adhesión a esa tesis aumenta con la edad, hasta alcanzar el 60% de los alumnos de 17 años. Algo menos del 30% rechaza las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y casi el 70% se opone a la práctica de la homosexualidad. Rechazan el aborto por completo el 60% de los alumnos, aunque el porcentaje se reduce al 41% entre alumnos de 16 años y al 32,2% entre los de 17.

Los valores que los jóvenes consideran absolutos se pueden descubrir a través de las respuestas afirmativas que dieron a una serie de acciones propuestas bajo el lema «nunca pueden justificarse». Así, la mitad de los alumnos consideran que nunca es justificable la eutanasia (aunque un 18% de los entrevistados dicen que está justificada «siempre o casi siempre»). Algo más del 40% rechaza en todo caso el divorcio. Casi el 60% sostiene que no es admisible en ningún caso la pena de muerte.

Los padres valoran la Religión

El 58% de los padres encuestados afirman dar «mucha» o «bastante» importancia a la clase de Religión. Hay pluralidad de opciones políticas entre los padres que optan por la enseñanza religiosa para sus hijos: el 37% dicen ser de centro-izquierda, el 32% de centro y el 30% se considera a la derecha.

En general, los padres eligen la Religión de común acuerdo y porque son católicos. Esta motivación es más declarada por los practicantes (68,4%) que por los no practicantes (46,3%). Sólo un 27% dialogan con sus hijos sobre el modo en que se desarrolla la asignatura. Sin embargo, los padres se declaran generalmente satisfechos con la educación religiosa que reciben los hijos: un 52% estaba «bastante» satisfecho, el 17% muy satisfecho. Sólo el 8% estaba muy poco o nada satisfecho.

El 89% de los padres practicantes y el 70% de los no practicantes son favorables a que la asignatura sea evaluable en el plan de estudios.

Profesores mejor preparados

La mayoría de los profesores de Religión (58%) son seglares; el 40% están casados. Y son bastante estables en su trabajo: un 53% lleva entre 15 y 20 años impartiendo esta materia. La preparación académica del profesorado ha mejorado. Ya sólo queda un 0,2% sin titulación académica alguna. En cambio, el 42% de los docentes han estudiado Magisterio, el 30,4% son licenciados, un 15% hicieron estudios eclesiásticos y el 1,7% son doctores. Además de sus estudios, un 80,6% ha obtenido la Declaración Eclesiástica de Idoneidad, título que en 1989 sólo tenían el 35% de los docentes.

Entre las razones que aducen los profesores para dedicarse a la enseñanza de la Religión, destaca la motivación evangelizadora (39%), seguida del gusto por el trabajo docente (27%). De los profesores encuestados, un 71% considera que el objetivo mejor cumplido con las clases es la exposición del núcleo del mensaje cristiano; le sigue la presentación de las exigencias éticas (53%). El resto de los objetivos, entre ellos el diálogo fe-cultura, se consideran raras veces alcanzados.

Una amplia mayoría (62%) de los profesores denuncia la situación de las asignaturas alternativas a la clase de Religión, que ni siquiera se imparten. En la práctica, el tiempo se ocupa en descanso, vídeos, o hacer deberes de otras materias. No pocos profesores se quejan de los padres: dicen que el 41% no se interesan por la educación religiosa.

ACEPRENSA_________________________(1) «La enseñanza escolar de la Religión en el momento actual», Scripta Theologica XXX-2 (mayo-agosto 1998), pp. 589-612.

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