Células madre y cría de humanos

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Contrapunto

Aunque se habla mucho del debate en torno a problemas bioéticos, hay un tipo de posturas que van dirigidas precisamente a cancelar el debate. Basta decir que la postura contraria responde a «creencias religiosas», respetables, por supuesto, pero que no se pueden tener en cuenta a la hora de legislar para todos. Con lo que, por favor, métalas en su armario y no moleste. Si antes «Roma locuta est, causa finita est», ahora basta atribuir algo a Roma para que se pueda descartarlo sin necesidad de más argumentos.

Así está ocurriendo en la cuestión de la experimentación con células madre procedentes de embriones humanos. Sin duda, el potencial terapéutico de las células madre embrionarias y adultas es importante. Pero cualquiera puede advertir que instrumentalizar unas vidas humanas incipientes en beneficio de otras supone traspasar un límite decisivo, en el que está en juego algo más que un avance terapéutico. Por eso vale la pena debatir qué bienes hemos de ponderar para dar o no ese paso, qué medios son justificables para obtener los fines, cuáles serían las consecuencias.

Pero este tipo de consideraciones no son más que remilgos para algunos científicos que no ven nada más allá de su microscopio o para quienes solo consideran los beneficios económicos o terapéuticos que pueden obtenerse. Un caso de este estilo es el del científico español Bernat Soria, que investiga en células madre embrionarias para curar la diabetes de tipo I, y que se considera perseguido porque el gobierno no financia sus investigaciones.

Soria lo tiene claro y no necesita más elaboración mental: «Sostener que un embrión es un ser humano no es más que una creencia religiosa» (respetable, etcétera). «Pero impedir ese tratamiento a los demás aduciendo creencias religiosas es una forma de integrismo, una actitud muy lejana de la que suele orientar a las sociedades occidentales» (El País, 27-VI-2002). Bien es verdad que nadie está impidiendo un tratamiento, que aún no existe, y que otros científicos están también avanzando en su búsqueda mediante la utilización de células madre adultas, que no exigen la destrucción del embrión, y de las que Soria no habla (cfr. servicio 4/02).

En cualquier caso, otras sociedades occidentales tienen abierto este mismo debate, pero con más seriedad y no solo por principios religiosos. En Alemania, donde la ley no permite investigar con embriones, se ha planteado este debate a propósito del diagnóstico preimplantatorio de embriones y de la utilización de células madre embrionarias. A este respecto, el presidente alemán Johannes Rau afirmaba hace un año en un discurso que llamó la atención: «No hay que ser cristiano y creyente para saber y sentir que determinadas posibilidades y proyectos de la ingeniería genética se contraponen a valores fundamentales de la vida humana que se han desarrollado -y no solo en Europa- durante miles de años de historia y que se fundan en un postulado sencillo: la dignidad del hombre es inalienable».

Los remilgos de Habermas

La controversia es importante, y no solo por motivos religiosos. Uno de los que han intervenido en el debate en Alemania es el filósofo Jürgen Habermas, cuya reflexión sobre la biotecnología puede verse en el libro El futuro de la naturaleza humana, recientemente traducido en España (Paidós, Barcelona, 2002). Habermas no es de los que creen que el argumento de la dignidad humana sea extensivo automáticamente a la vida humana «desde el comienzo». Sin embargo, considera que la protección de la vida del embrión no es un asunto menor: «Qué trato demos a la vida humana antes del nacimiento (o a los seres humanos después de su muerte) afecta a nuestra autocomprensión como especie».

Por eso, la invocación de los posibles avances terapéuticos no le parece suficiente para justificar la experimentación con embriones. «Supongamos que con la investigación consumidora de embriones se impone la práctica de tratar la protección de la vida humana prepersonal como algo secundario frente a ‘otros fines’, aunque sea frente a la perspectiva de desarrollar bienes colectivos de alto nivel (por ejemplo, métodos curativos). La insensibilización de nuestra mirada sobre la naturaleza humana, que iría de la mano con el acostumbrarse a tal praxis, allanaría el camino a una eugenesia liberal».

La perspectiva religiosa de la vida humana está bien lejos de Habermas. Pero eso no le impide ver que el rechazo a tratar al embrión humano como material de experimentación no puede despacharse simplemente como integrismo religioso. Si la cuestión enciende los ánimos, dice, es porque va unida a la perspectiva de la «cría de humanos». «A medida que el engendramiento y la aplicación de embriones se extienda y normalice en la investigación médica, la percepción cultural de la vida humana prenatal cambiará, consecuencia de lo cual será que el sensorium moral para los límites del cálculo coste-beneficio se embotará absolutamente».

Quizá algunos lo tienen ya tan embotado que ni tan siquiera ven necesario discutir el asunto. Pero una sociedad que quiere no solo prolongar la vida sino vivirla con dignidad, no puede ahorrarse ese debate.

Ignacio Aréchaga

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