Benedicto XVI recibe a Hans Küng

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Análisis

Roma. El inesperado encuentro entre el Papa Benedicto XVI y el teólogo Hans Küng ha ocupado muchas primeras páginas de la prensa de todo el mundo. La entrevista, de cuatro horas de duración, incluida la cena, tuvo lugar en la residencia pontificia de Castelgandolfo el sábado 24 de septiembre, aunque no se dio a conocer hasta el lunes siguiente. Los periódicos destacaron el clima amable del reencuentro entre dos antiguos colegas de universidad, que habían seguido después derroteros opuestos.

Durante los días siguientes, Hans Küng se prodigó en declaraciones y entrevistas en las que por primera vez, hasta donde alcanza la memoria, sus palabras hacia Roma no contenían improperios sino elogios. Para los observadores que han seguido durante los últimos treinta años su magisterio paralelo, nunca exento de un cierto tono pontifical, era una sorpresa de envergadura.

La historia demuestra que, con mucha frecuencia, el factor humano tiene un peso relevante en el enconamiento de algunas posiciones e intransigencias, también en el seno de la Iglesia. Y es posiblemente desde esa perspectiva como hay que interpretar el gesto de Benedicto XVI, facilitado en esta ocasión por la antigua amistad. Hizo otro tanto, el pasado 29 de agosto, al recibir a Bernard Fellay, líder de la Fraternidad Sacerdotal de S. Pío X, que agrupa a los seguidores de Lefebvre. La razón por la que Juan Pablo II no recibiera a ninguno de ellos habría que buscarla en la antipatía manifiesta que ambos sentían hacia su persona y pontificado: tal vez pensó que un encuentro habría empeorado las cosas. O quizá nunca solicitaron una entrevista. No se entiende de otro modo la actitud de un Papa que no dudó en ir a la cárcel a visitar a quien había atentado contra su vida.

En todo caso, Benedicto XVI y Hans Küng no hablaron de cuestiones candentes. En el comunicado con el que se divulgó la noticia se dice explícitamente que «ambos estaban de acuerdo en que no tenía sentido entrar, en el marco del encuentro, en una discusión sobre las divergencias doctrinales persistentes entre Hans Küng y el Magisterio de la Iglesia católica». Fue un reencuentro en el que el Papa escuchó los proyectos en los que estaba trabajando Küng. Una ruptura del hielo necesaria para poder dar otros pasos.

Es imposible predecir cómo evolucionarán las cosas, pero un sano realismo obliga a evitar ilusiones exageradas. No se puede dejar de lado que Küng niega puntos centrales de la fe católica y que su notoriedad pública (fuera de los ámbitos especializados) procede precisamente de sus posiciones radicales. Incluso en sus declaraciones positivas hacia el Papa se advierte un fondo autorreferencial, y en esa actitud coincide con los lefebvrianos.

Para ambos, es el Papa el que puede cambiar y «dar sorpresas», si bien «hay que darle tiempo». En ningún caso se menciona que tal vez ellos también tendrían algo que cambiar.

Diego Contreras

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