Benedicto XVI da respuestas sobre el sentido

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La prensa ha prestado mucha atención a la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia. Seleccionamos algunos comentarios aparecidos en periódicos europeos.

«Colonia ha tenido muchas multitudes y mucha coreografía, pero sobre todo contenidos comprometedores», observa Gaspare Barbiellini Amidei en «Corriere della Sera» (20 de agosto). «El Papa de la palabra más que de la imagen presenta una apuesta difícil, cuyo resultado no está garantizado en los ritmos breves de los teléfonos móviles, y de los «spots», dentro de una sociedad ascéticamente devota de la televisión y del «star system». Es más fácil dar en la pantalla que alcanzar los cerebros».

«Haciendo hincapié en los contenidos y eligiendo como primera prueba el terreno sentimentalmente más seco, donde está la Europa de la Reforma y del ateísmo práctico, Benedicto XVI ha mostrado cuál es la voluntad de su Pontificado: dar respuestas pensadas a las preguntas sobre el sentido. La metodología ha driblado a las interpretaciones que trivializan su estrategia comunicativa. Ratzinger va directamente a la solución ‘filosófica’. Con una intuición moderna, retoma su discurso precisamente en ese temido periodo epocal que es la Ilustración, momento que el conservadurismo religioso ha indicado como el punto de máximo alejamiento del hombre europeo del Dios de la tradición».

Benedicto XVI, añade el comentarista, «hace suyo, para Dios mismo, el principio liberal del derecho que precede al tema de la autoridad. Inesperadamente, el Papa ha proclamado en Colonia un derecho: el de Dios para hablar a su joven multitud, ‘esperanza del mundo’. Ha gritado: ‘dejad a Dios el derecho de hablaros'». Ante un mundo que corre el riesgo de ver negados los derechos del hombre en nombre de una violenta interpretación de Dios, «la respuesta de Ratzinger está en la oración, recitada con sus jóvenes en los umbrales de una sinagoga y de una mezquita. Aquí palabra e imagen, ser y decir, sentir y ver, pueden convertirse en la misma cosa, si cada uno es sincero. Como escribía la antigua sabiduría griega, una misma cosa son el ser y el decir».

El «carisma» de Benedicto

El escritor Vittorio Messori comenta en «Corriere della Sera» (22 de agosto) que los hechos han desmentido a «quienes temían -yo entre ellos- que el nuevo Papa habría dado la impresión de un sustituto algo cohibido, un ‘vice’ llamado a gestionar un evento que él no ha iniciado y que, tal vez, ni tan siquiera querido del todo».

A juicio de Matthias Drobinski («Süddeutsche Zeitung», 22 de agosto), «al Papa Benedicto le ha sucedido lo mismo que a los Reyes Magos, de quien ha tomado su lema la Jornada Mundial de la Juventud: ha actuado precisamente por haberse puesto en camino hacia un encuentro que no había planeado él, por haber tenido él -el tímido intelectual- la valentía de presentarse ante una multitud ruidosa».

¿Qué efecto ha causado? «Tras el entusiasmo oficial de las delegaciones -opina Drobinski- se ocultaba una cierta decepción; algún que otro católico joven dado al entusiasmo ya no estaba tan eufórico cuando se fue el Papa. A pesar de todo le han aclamado, primero los 400.000 participantes en toda la JMJ, luego los 800.000 de la noche del sábado y al final el millón de asistentes a la Misa de conclusión. En primer lugar, porque muchos participantes de la JMJ vieron con simpatía que Benedicto no intentara copiar a su carismático y espontáneo predecesor Juan Pablo II, sino que se mantuviera auténtico en su timidez y en sus gestos poco ensayados. Después porque es una costumbre muy alemana medir a un Papa por lo que dice en público… y los alemanes solo eran uno de cada cuatro participantes. Y por último porque un acontecimiento con tanta gente joven en algún momento también se celebra a sí mismo, sin preocupación y borracho de espíritu de comunidad. Aunque los grupos que cantaban, ondeaban banderas y tocaban pitos marcaran las imágenes de televisión, el encuentro de Colonia no fue sin más un ‘evento’: muchos jóvenes se mantuvieron serios, buscaron el silencio y se dedicaron a rezar, aprender y debatir».

Así, dice Messori, el encuentro de Colonia «ha demostrado que sea cual sea el carisma del Papa, los jóvenes advierten que lo que cuenta de verdad es Cristo y la Iglesia, de los cuales un hombre cada vez es vicario y jefe. Diversidad, pero no discontinuidad, por lo tanto, entre Juan Pablo II y Benedicto». El nuevo Papa «se presenta a cada uno como un padre acogedor y respetuoso pero, al mismo tiempo, consciente de ser maestro y garante de la ortodoxia de la fe. Este es el hombre que a toda costa ha querido que el Catecismo se convirtiera en un best seller: no solo para vender, sino para estudiar, mejor todavía de memoria. Precisión, rigor, rechazo de cualquier cesión al sentimentalismo, al deseo de caer bien a costa de la verdad. Es el signo de un gobierno apacible y sin embargo tenaz, que pretende dejar espacio a todos y a todo, pero no al error».

Claro con los musulmanes

Magdi Allam, especialista en temas islámicos del «Corriere della Sera», comenta en el diario milanés (21 de agosto) el encuentro de Benedicto XVI con representantes musulmanes y alaba a «un Papa que rehúye el diálogo que se consuma en el rito formal y algo hipócrita de un apretón de manos ante las cámaras de televisión». Por el contrario, el Papa ha colocado a los musulmanes en la situación de «confrontarse explícitamente con el sistema de valores que fundamenta la civilización humana. Sin concesiones a los temas sociales y económicos (la marginación, la miseria) que acompañan al fanatismo violento. En Colonia, Benedicto XVI ha inaugurado una nueva época en las relaciones con los seguidores de la tercera religión abrahámica, catapultados al centro de la principal emergencia internacional por el terrorismo y las preocupaciones suscitadas por las comunidades islámicas radicadas en Occidente».

Allam afirma que Benedicto XVI ha evitado el error de usar para la comprensión de los musulmanes parámetros que son propios del cristianismo y de Occidente. «Comprende que no tienen un Papa, ni hay clero ni sacerdotes islámicos. Reconoce que solo una ínfima minoría de musulmanes se identifica en las mezquitas, aun siendo creyentes, porque el fundamento del Islam es la relación directa entre el fiel y Dios. Se da cuenta de que, por una mezcla de ingenuidad, cobardía e ideología, Occidente ha regalado gran parte de sus propias mezquitas a los extremistas que legitiman, explícita o solapadamente, el terrorismo y relativizan el valor de la vida según la identidad de las víctimas».

Es evidente, concluye, que «la guerra mundial contra el terrorismo y la ideología nihilista que niega la sacralidad de la vida de todos, podrá ser ganada solo con la participación convencida del conjunto de los musulmanes, los cuales -hay que recordarlo- son paradójicamente tanto los principales verdugos como las principales víctimas de este horror globalizado».

Benedicto XVI frente a la crisis de Alemania

A partir de la acogida dispensada en Alemania al Papa, Hermann Tertsch, columnista de «El País» (Madrid, 23 de agosto), advierte desde una perspectiva no religiosa la ayuda que puede suponer Benedicto XVI para su patria.

«El papado de Karol Wojtyla fue lo peor que les pudo pasar a quienes apostaban por el cinismo y la resignación para perpetuar la dictadura comunista y defender los dogmas chatos del determinismo histórico. Todo indica que el de Benedicto XVI -por lógica, más breve- puede movilizar las conciencias individuales con consecuencias imprevisibles. Si con el primer viaje a su país natal, Polonia, Juan Pablo II desató el movimiento que habría de devolver la libertad y la dignidad a las naciones y a los individuos oprimidos por una ideología corrupta, criminal y mentirosa, el nuevo Papa, mucho más intelectual que su antecesor, ha realizado la primera visita a su país natal y levantado una inaudita oleada de entusiasmo con su llamada a la activación de la valentía y la fuerza del individuo. Si el primero llamó a la insumisión frente a la opresión, éste llama a la activación del sentido trascendente del individuo -también del no religioso- en la libertad y la confianza frente a la docilidad que impone el reduccionismo no laico, sino antirreligioso. Por ello pone énfasis no ya en el diálogo intereclesial, sino en lo que cabría llamar comunión transreligiosa».

Tertsch piensa que Alemania era un campo de pruebas especialmente difícil para este propósito, pues «en ningún país europeo ha estado la Iglesia católica tan tentada de ganarse aceptación por la renuncia a sus principios y códigos. Ninguna iglesia como la católica alemana ha tenido un movimiento seglar e intelectual tan activo y jaleado para imponer unas reformas a gusto del ‘consumidor’ y una modernización que concluyera en la demolición de sus estructuras jerárquicas y su denostada organización, que han permitido a la Iglesia católica mantener su unidad y no confundir modernidad con modas».

«Si todo el mundo sufre hoy la incertidumbre, en Alemania, donde, tras el desastre del nazismo y la guerra, la identidad y la confianza se fundaron exclusivamente en la prosperidad material, la crisis económica ha causado estragos anímicos. El Papa no va a sacar a Alemania de su crisis. Pero muchos creen ya que este Papa puede ayudar tanto a su patria como Juan Pablo II a la suya».

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