Balas sobre Hollywood

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Los tiroteos protagonizados por jóvenes en Estados Unidos siguen poniendo sobre el tapete tanto el control de armas como los contenidos violentos de películas y videojuegos y, en concreto, su exhibición ante audiencias juveniles. Ofrecemos a continuación diversas opiniones recientes sobre el tema.

En algunos casos las posiciones ideológicas confluyen en echar la culpa sólo a las armas (por parte de los liberales en sentido americano, o «progresistas» en sentido europeo) o sólo a las producciones audiovisuales, que cada vez tienen más violencia (por parte de algunos conservadores). Y aunque Hollywood haya cerrado filas invocando la primera enmienda en defensa de la libertad de creación, también son detectables ciertos cambios aunque sólo sea para «limpiar» la fachada y no añadir más leña al fuego. La revista Time (5-VII-99) se hacía eco de algunos de ellos.

La Warner Bros. ha rechazado participar en una nueva producción avalada por Martin Scorsese con la participación de Leonardo di Caprio sobre las bandas de Nueva York, dado su contenido fuertemente violento. Disney ha confirmado que estará en la película «sólo si el tono de violencia es rebajado sustancialmente». Gone in 60 seconds, de Nicholas Cage, una película sobre un ladrón de coches, está siendo revisada con el fin de «que haya suficiente humor y un mensaje moral claro». Y en algunos casos, cuando la película está ya terminada, se está evitando cuidadosamente realizar una promoción basada, como sucede muchas veces, en sus contenidos más violentos.

Pero más allá de estos cambios que quizás tienen que ver sobre todo con el marketing, el conocido crítico cinematográfico Michel Medved, autor, entre otros, de los ensayos Hollywood versus America y Saving Childhood, escribía en The Wall Street Journal (16-VI-99) un artículo sobre el papel de la industria del entretenimiento.

El primer punto que señalaba es el relativo al sistema de calificación de películas vigente en Estados Unidos. Tras el reciente acuerdo entre la Administración Clinton y la asociación de propietarios de salas cinematográficas, el sistema va a ser reforzado en su vertiente «práctica», esto es exigiendo que se cumpla y que las películas que no son calificadas para menores… no sean vistas por menores. Por otro lado, existen diversas propuestas para simplificar y unificar criterios de calificación para películas, programas de TV y videojuegos. Mientras estas medidas provocan objeciones en muchos escépticos, Medved las compara con las prohibiciones de venta y consumo de tabaco a los menores: es cierto que la prohibición puede actuar como atracción y siempre habrá algunos que se la salten, pero no cabe duda de que estas restricciones funcionan limitando el acceso a la amplia mayoría y generando un clima de rechazo entre ellos.

Según Medved, el efecto de la violencia en películas puede ser comparado al de la publicidad. Efectivamente, no todos compramos todo lo que nos anuncian, de igual forma que no todo el que ve una película violenta acaba cogiendo una pistola. Pero el cine crea un «clima», como lo crea la publicidad. «Los anuncios de coches pueden hacer de un producto un valioso símbolo incluso para aquellos que nunca podrán comprarlo. De igual modo, las películas, la televisión, los videojuegos y la música pop redefinen el comportamiento violento y la sexualidad irresponsable como algo atractivo, deseable, normal e inevitable. Incluso si estos retratos no llegan a promover la imitación, fomentan siempre la aceptación».

Pero Medved va más allá. «En los años 50 nuestros padres raramente consideraban la televisión y las películas como fuerzas hostiles (…). La vieja generación podía estar segura de que los programas de televisión o cualquier película ofrecida en sesión matinal reforzaría los valores que ellos querían para sus hijos. La cultura popular podía ser cursi o simplista (como siempre lo es), pero mi padre y mi madre sabían que estaba de su lado. Hoy, por contraste, muchos padres perciben a los medios como el enemigo, un implacable adversario decidido a corromper a sus hijos».

Esta percepción de muchos padres existe, como señala Medved, mucho antes de los drámaticos sucesos de chavales que tirotean a sus compañeros o profesores en cualquier escuela. Por eso, la industria del entretenimiento no puede ser señalada como culpable de ningún asesinato cometido por un joven o por nadie -no sería justo-, pero sí como quien ha matado la inocencia de muchos chicos. En este contexto, las medidas de la industria o del gobierno no pueden sustituir a los padres en su deber de proteger a sus hijos, pero siempre serán un valioso refuerzo en la difícil tarea de educar. Y si bien es cierto que algunas medidas son puramente cosméticas, la mayoría de los padres, dice Medved, incluso aunque no reconozcan la conexión entre violencia en las películas y crimen juvenil, les dan la bienvenida.

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