Avances y deficiencias de la libertad religiosa en Cuba

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Desde el viaje de Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, la situación de la Iglesia en la isla ha conocido algunas mejoras, pero sigue habiendo importantes restricciones a su libertad. El propio Papa resumió la evolución el pasado 6 de julio en su discurso a los obispos cubanos, que habían acudido a Roma en visita ad limina.

Juan Pablo II expresó satisfacción por varios avances registrados después de su viaje a Cuba. Mencionó «la recuperación de la fiesta de la Navidad», «la posibilidad de realizar algunas procesiones», la «mayor participación de los católicos en la vida del país», la presencia de jóvenes cubanos en la pasada Jornada Mundial de la Juventud, en Roma, así como «un notable incremento de la participación de los fieles en la recepción de los sacramentos». Todo ello, dijo, es signo de que el pueblo cubano «tiene un alma cristiana», expresión que él mismo usó en una homilía en La Habana.

A continuación, el Papa alabó una iniciativa de los obispos cubanos: la apertura de numerosas «Casas de Misión o de Oración» en hogares de familias cristianas. «Han de ser -dijo- verdaderas escuelas donde se transmita la fe y se instruya en ella, a la vez que se la alimente con la plegaria». La idea muestra la creatividad de los obispos frente a los obstáculos que encuentran para construir nuevos templos en zonas desprovistas de ellos.

Juan Pablo II se refirió luego a otras dificultades que sufre la Iglesia en Cuba. Una de ellas es el escaso número de sacerdotes, religiosos y religiosas, «insuficientes para atender todas las necesidades». Se podría recurrir a personas procedentes del extranjero, pero el gobierno pone muchas trabas. Por eso el Papa expresó el deseo de que «se agilice cada vez más la entrada de nuevos sacerdotes y religiosos». A la vez, alentó a los obispos a reforzar la pastoral vocacional, con la creación de seminarios menores, «donde fuera posible». Y manifestó su esperanza de que llegue pronto a término la edificación del nuevo seminario de La Habana, cuya primera piedra bendijo hace tres años.

También se refirió a los seglares, con mención de «las dificultades de muchos de ellos por su condición de creyentes», debidas a que «los condicionamientos externos no facilitan la práctica de las enseñanzas de la Iglesia». El Papa pidió a los obispos que sigan transmitiendo a los laicos «las enseñanzas sobre el matrimonio y la familia, la acogida de los hijos como don de Dios y primavera de la sociedad», y los animen a participar en la vida del país. E, insistiendo una vez más en su mensaje de concordia para Cuba, instó a los obispos a «seguir iluminando las conciencias de los cubanos, orientándolos hacia un diálogo perseverante y una reconciliación sincera».

Al dirigirse a los obispos de un país de régimen comunista, el Papa subrayó la total diferencia entre las ideologías y la fe en Jesucristo. «Las ideologías (…) son caducas y consumen las energías de los hombres y los pueblos con metas intramundanas, muchas de ellas, además, inalcanzables». Por eso mismo, «es cada vez más urgente presentar la riqueza insondable de la espiritualidad cristiana en estos comienzos del nuevo milenio, ante un mundo cansado de las viejas ideologías, las cuales, al perder su atractivo inicial, han dejado en muchos un vacío profundo y una falta de sentido de la vida».

El Papa dedicó gran parte del discurso a la doctrina social de la Iglesia. Recalcó el respeto que se ha de dar a los derechos humanos, empezando por el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Y mencionó también otros derechos no plenamente reconocidos por el régimen cubano, como «las libertades de movimiento, de expresión o de asociación». Pero tampoco omitió una alusión a «las medidas económicas restrictivas impuestas desde el exterior» -el embargo de Estados Unidos-, que calificó con las mismas palabras que usó en su discurso de despedida al final del viaje a Cuba: «injustas y éticamente inaceptables».

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