Robert P. George, un intelectual sin miedo a debatir

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

No es fácil defender ideas críticas frente al progresismo establecido en ambientes universitarios de EE.UU., y a la vez ganarse el respeto de los adversarios por la altura intelectual y la afición a debatir con un estilo dialogante. Esto lo ha conseguido Robert P. George, jurista de la Universidad de Princeton, que se ha convertido en un punto de referencia en la discusión pública sobre temas polémicos como la concepción del matrimonio o los asuntos bioéticos.

Robert P. George es un paradigma de profesor universitario capaz de influir en la vida política. Licenciado por la Harvard Law School y doctor en filosofía del derecho por la Universidad de Oxford, ha asesorado al Tribunal Supremo de Estados Unidos, a los gobiernos de Clinton y Bush, y ahora está en la primera línea de batalla de algunos de los debates más candentes de su país.

Un reportaje del New York Times le consideraba “el pensador cristiano conservador más influyente de Estados Unidos”. Pero si esta postura puede situarle a contracorriente en los medios universitarios, George es un intelectual que se ha ganado el respeto de sus adversarios, por su profundidad de pensamiento y su apertura al debate en un país muy polarizado últimamente.

La magistrada del Tribunal Supremo Elena Kagan, propuesta por Obama para ese cargo, elogia de George “su brillantez, el poder analítico de sus argumentos, la amplitud de sus conocimientos”. Lo que ha valido a George galardones de asociaciones de juristas de diversas tendencias, como por ejemplo la liberal American Bar Association o la conservadora Federalist Society of Law and Public Policy.

Tras muchos años en la esfera pública, George no se impresiona ante quienes invocan la neutralidad para imponer sus ideas

La fuerza de la razón
Una de las preocupaciones fundamentales de George –católico y casado con una judía– es mostrar cómo la ley natural puede servir de guía en las controversias públicas, tema del que se ocupa en su libro Moral pública: debates actuales (1). Considera que una teoría de la ley natural ha de presentar razones que muestren la existencia de unas normas morales objetivas, incluidas algunas que no admiten excepciones (“absolutos morales”); y razones para creer que los seres humanos, en cuanto agentes libres y racionales, poseen una dignidad profunda, intrínseca e igual.

Estas razones “se pueden identificar sin necesidad de apelar a ninguna autoridad aparte de la autoridad de la razón misma”, lo que no excluye el recurso a una autoridad religiosa o laica (por ejemplo, legal) para discernir cómo actuar.

Si en los debates controvertidos no alcanzamos acuerdos con la facilidad que nos gustaría es porque “somos propensos a cometer errores intelectuales y morales (…), especialmente cuando nos desvían emociones poderosas que van en contra de lo que demanda la razón. Incluso cuando obedecemos a nuestras conciencias, como estamos moralmente obligados a hacer, podemos equivocarnos”.

Pero eso no significa que la razón quede rebajada a ser “la esclava de las pasiones” (Hume). Frente a quienes consideran que la experiencia de deliberar, juzgar y elegir es ilusoria, sostiene que la razón humana es capaz de identificar determinados fines y propósitos que son intrínsecamente valiosos (la amistad, el conocimiento, la virtud, la apreciación de lo estético…). “Son inteligiblemente ‘dignos de elección’ no simplemente como medios hacia otros fines, sino como fines en sí mismos”. Estos bienes humanos básicos “proporcionan las bases de los juicios morales, incluidos nuestros juicios relativos a la justicia y a los derechos humanos”.

Dos concepciones del matrimonio
George considera que el debate más urgente que hoy se libra en EE.UU. es preservar la institución del matrimonio frente a los intentos de despojarla de sus notas esenciales (cfr. Aceprensa, 7-12-2012). Le preocupa particularmente que esté ganando terreno la concepción del matrimonio como una comunidad de apoyo mutuo, desvinculada de la paternidad y el sexo.

En su libro What is Marriage? (2), publicado conjuntamente con Sherif Gergis y Ryan T. Anderson, explica que el debate sobre las bodas gay está mal planteado: este asunto no tiene que ver con la igualdad –las situaciones que se plantean son distintas–, sino con la realidad del matrimonio. Por eso propone repensar dos preguntas básicas: qué es el matrimonio y por qué le interesa al Estado.

George expone dos modos de concebir el matrimonio en las democracias modernas. Según la “visión conyugal”, el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer que establecen un compromiso permanente y exclusivo. Este compromiso se consuma y renueva mediante la comunión carnal de los esposos, y llega a su plenitud de forma natural a través del cuidado y la educación de los hijos.

En cambio, la “visión revisionista” sostiene que el matrimonio es la unión de dos personas (ya sean del mismo sexo o del opuesto) que se comprometen a quererse, brindarse apoyo mutuo y compartir las cargas y la ventajas de la vida doméstica. Se trata de una unión de corazones y de mentes, en la que se da cualquier forma de intimidad sexual que la pareja decida establecer.

A estas dos concepciones se corresponden argumentos distintos para exigir la protección del Estado. Para la “visión conyugal”, el matrimonio es valioso en sí mismo (sea o no fértil), pero su orientación intrínseca al cuidado y la educación de los hijos da lugar a una estructura característica (reforzada por las normas de la monogamia y la fidelidad) que beneficia a la sociedad del modo en que ninguna relación afectiva puede hacerlo. Es la forma en que el matrimonio une el sexo al amor, el hombre a la mujer, el sexo a los hijos, y el padre a la madre, lo que justifica que el Estado reconozca, regule y proteja el matrimonio.

También los partidarios de la “visión revisionista” reclaman el reconocimiento legal, ya que el Estado –argumentan– tiene interés en promover las relaciones estables y, si es el caso, la crianza de los niños que conviven con la pareja. Pero el debate sobre las bodas gay está mostrando que el énfasis en los deseos de los adultos a menudo lleva a aparcar las necesidades de los niños, a la vez que convierte el matrimonio en un mero sistema para obtener el reconocimiento social y ciertos privilegios económicos.

Una sola carne
Frente a la idea de matrimonio como una comunidad de apoyo mutuo, pero en la que desaparece todo vínculo entre sexualidad y reproducción, George hace hincapié en el principio de conyugalidad.

El matrimonio, explica, es una unión completa entre un hombre y una mujer: abarca la unión de corazones y de mentes, pero también –de manera muy particular– la unión de cuerpos, posible gracias a la complementariedad de los dos sexos. Esta entrega mutua entre los esposos –física, afectiva y mental– convierte al matrimonio en una comunidad de vida orientada a procrear y educar a los hijos. Por eso demanda un compromiso estable y exclusivo.

La comunión carnal –también en los matrimonios estériles– establece entre los esposos una unión real y biológica, por la que realizan una misma función y forman un solo organismo (“una sola carne”, en lenguaje bíblico). Esta unión de cuerpos en una relación caracterizada por la división sexual es lo que consuma el matrimonio, con independencia de que la relación sexual genere o no una nueva vida.

En cambio, las parejas del mismo sexo –por muy intensa que sea su relación afectiva– nunca podrán establecer el tipo de unión biológica que está en la base de aquella unión completa que es el matrimonio.

El liberalismo progresista no es neutral
En su libro Para hacer mejores a los hombres (3), George critica la idea liberal de que el Estado debe ser éticamente neutro. Tras muchos años en la esfera pública, este intelectual no se impresiona ante quienes invocan la neutralidad para imponer sus propias ideas. Tampoco tiene miedo de reenmarcar las posiciones en las llamadas “guerras culturales”: son los secularistas –y no los creyentes– quienes a menudo aparecen sometidos a una fe basada en la “ortodoxia laica” del feminismo, el multiculturalismo o la militancia gay.

“Los progresistas contemporáneos raramente son relativistas”, sostiene en una entrevista realizada con motivo de su nuevo libro Conscience and Its Enemies (4). “Ya me gustaría a mí que lo fueran. Pero son unos moralistas: unos moralistas embarcados en una misión. La misión consiste en reformar la vida política y social, y, en la medida de lo posible, la creencia individual de acuerdo con sus firmes convicciones morales”. Por eso plantan batalla a la Iglesia católica, “cuyas enseñanzas morales están en conflicto con las creencias liberales sobre el estado de la vida humana naciente, la naturaleza y el significado del matrimonio, y la libertad religiosa”.

Frente al mito de la neutralidad relativista, George aclara que estos liberales “no niegan que existan verdades morales. Al revés, están tan convencidos de su existencia y de que las conocen bien que tratan de imponérselas al resto de la sociedad. Algunas de ellas son: el derecho al aborto libre; el derecho a comportarse en el terreno sexual como cada uno quiera, siempre que no dañe a terceros; la convicción de que el matrimonio puede ser la unión entre cualesquiera dos personas con independencia de su sexo; la idea de que el Estado puede e incluso debe usar su poder coercitivo para prohibir todo aquello que la ideología liberal considera una forma de discriminación; la convicción de que todo aquel que discrepa con ellos en los asuntos que más les importan es un fanático…”.

Un ejemplo concreto de lo que denuncia George son las batallas judiciales en torno a temas controvertidos. Los jueces, dice, no deben ser “legisladores con toga” y han de limitarse a aplicar imparcialmente la ley. De lo contrario, vulneran la Constitución al usurpar la autoridad que esta norma reserva a otros poderes. “Interpretar la Constitución, que es fidelidad al Estado de Derecho –un principio clave de la ley natural– exige que los jueces respeten los límites constitucionales propios de su autoridad”.

En el encuentro con estudiantes universitarios, el profesor de Princeton mostró con realismo el estado de la cuestión. Y después ofreció, para quien lo quisiera, su particular consejo contra el progresismo establecido: “A medida que se hace con el control de la sociedad –incluidas las instituciones educativas a cualquier nivel– será capaz de perseguir y castigar a los discrepantes, intimidando a muchos para que guarden silencio o se conformen al orden establecido. La pregunta es: ¿habrá gente valiente dispuesta a dar la cara por sus ideas?”.

_____________________________________

Notas
(1) Robert P. George, Moral pública: debates actuales. Ediciones Instituto de Estudios de la Sociedad (2009).

(2) Sherif Gergis, Ryan T. Anderson y Robert P. George. What is Marriage? Man and Woman: A Defense. Encounter Books (2012). 152 págs. Los argumentos principales de este libro se encuentran resumidos en un artículo publicado en 2010 por la Harvard Journal of Law and Public Policy.

(3) Robert P. George, Para hacer mejores a los hombres: libertades civiles y moralidad pública. Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid (2002). 226 págs. Traducción española de Making Men Moral. Civil Liberties and Public Morality. Oxford University Press (1993).

(4) Robert P. George, Conscience and Its Enemies: Confronting the Dogmas of Liberal Secularism. American. Ideals & Institutions (2013). 384 págs.


Pensar hasta las últimas consecuencias

En un encuentro reciente con universitarios de la Ivy League, George animó a sus oyentes a cultivar la independencia de criterio. “Uno no sabe qué es divertirse de verdad hasta que no se da el placer de desafiar el pensamiento dominante en los campus. (…) Lógicamente, esto no se hace por diversión o por satisfacción. (…) Descubrirás que dar la cara por tus ideas te hace merecedor del respeto de aquellos cuyo respeto vale la pena conseguir, aunque no compartan tus opiniones”.

Para expresar libremente las propias convicciones hay que saber argumentarlas y conocer los puntos de vista contrarios, explicaba George a aquellos estudiantes. Si uno ha leído y reflexionado sobre las posturas en conflicto, siempre se puede defender de forma razonable lo que uno cree que es verdad.

En sus años de estudiante universitario en Swarthmore College (Pensilvania), desarrolló el hábito de reflexionar por su cuenta de la mano de los diálogos de Platón. “Las preguntas de Sócrates a Gorgias y a sus demás interlocutores –explica– me llevaron a cuestionarme mis creencias y mis valores. Me hicieron pensar sobre problemas existenciales, sociales y políticos que nunca antes me había planteado. Mi encuentro con ese diálogo me llevó a ver, por primera vez, el valor primordial de la verdad y la importancia de buscarla como un fin en sí misma”.

Gracias a una beca que obtuvo en 1981, realizó en la Universidad de Oxford los estudios de doctorado en filosofía del derecho bajo la guía de John Finnis. De él aprendió “la precisión analítica y el rigor lógico”. “No había manera de que hiciera la vista gorda ante un mal argumento”, asegura.

A la larga, esa exigencia dio sus frutos. En 1993 George tuvo que pelear duro para lograr una plaza fija en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey), donde llevaba impartiendo clases desde 1987. Según cuenta Anne Morse, el empujón final para sacarla lo obtuvo de un puñado de “colegas progresistas que respetaban lo suficiente la exquisita finura de su mente (junto con su talante abierto) como para dejar las discrepancias a un lado”.

Método socrático
En sus clases, George huye tanto de la indiferencia olímpica hacia lo que piensan sus alumnos como del adoctrinamiento. Ramesh Ponnuru, redactor de National Review y antiguo alumno suyo, recuerda de él su escrupulosa imparcialidad al presentar los puntos de vista con los que discrepa.

Lisa Hess, otra exalumna de George ya licenciada, dice que los estudiantes “se sentían interpelados por su forma de enseñar basada en principios que conducían a conclusiones firmes, y no solo a admiraciones relativistas hacia diferentes teorías”.

George practica con éxito el método socrático, animando a sus alumnos a que lleven sus planteamientos hasta las últimas consecuencias. Cuenta Anne Morse que, en una ocasión, un alumno defendió en clase que él nunca había sido un embrión. Sus compañeros se rieron, pero George le tomó muy en serio y empezó a plantearle preguntas hasta que él extrajo sus propias conclusiones.

Los mismos métodos que utiliza en el aula los emplea en la vida pública. George fue nombrado por Clinton para trabajar en la Comisión de Derechos Civiles de Estados Unidos y Bush le designó para formar parte de su Consejo de Bioética. El presidente de ese consejo era entonces Leon R. Kass, médico y bioquímico. Kass elogia de George su habilidad para encontrarse con sus interlocutores “en el mismo terreno en que ellos se mueven, pero luego les muestra cómo sus argumentos terminan por llevarles a lugares donde no querían llegar”.

El filósofo Michael Novak también elogia su forma de debatir: “Combina el humor sureño con el estilo directo del norte. En los debates mantiene un tono jovial, lo cual es infrecuente. En general, la gente tiende a enfadarse y a demonizar al contrario. Robby es tan brillante que no necesita ponerse nervioso”.

Un intelectual público
Frente al conformismo de ciertos ambientes intelectuales, la pasión de George por los debates le ha llevado a fundar el Programa James Madison sobre Ideas e Instituciones Estadounidenses de la Universidad de Princeton, donde ocupa la cátedra Profesor McCormick de Jurisprudencia. También ha contribuido a fundar el Witherspoon Institute, un think tank que promueve la discusión en torno a temas controvertidos de actualidad (cfr. Aceprensa, 16-09-2011).

Fue una de las cabezas pensantes de la Declaración de Manhattan, un llamamiento a los cristianos para que no abdiquen de sus convicciones en la escena pública (cfr. Aceprensa, 3-12-2009). Y actualmente asesora a congresistas, obispos y líderes de organizaciones cívicas en los debates sobre la vida, el matrimonio, la libertad religiosa y la objeción de conciencia.

Además de su producción académica (es autor de cinco libros y editor de varios más), George también divulga sus ideas en la prensa. Ha escrito sobre cuestiones sociales controvertidas en diarios como el New York Times, el Washington Post, el Wall Street Journal… y en revistas de pensamiento como First Things, National Review o Crisis Magazine.


Libros editados en español

  • Robert P. George, Para hacer mejores a los hombres: libertades civiles y moralidad pública. Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid (2002). 226 págs.
  • Robert P. George, Entre el Derecho y la Moral. Aranzadi (2009). 288 págs.
  • Robert P. George, Moral pública: debates actuales. Ediciones Instituto de Estudios de la Sociedad (2009).
  • Robert P. George y Christopher Tollefsen, Embrión. Una defensa de la vida humana. Rialp (2012). 237 págs. Ver reseña en Aceprensa, 18-12-2012.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.