Michael Ende contra los hombres grises

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En el 75 aniversario del autor de «Momo» y de «La historia interminable»
Una próxima exposición en Munich, con ocasión del 75 aniversario del nacimiento de Michael Ende (1929-1995), traerá de nuevo a un primer plano la figura de uno de los mejores escritores de literatura infantil y juvenil del siglo XX. El autor de «Momo» y de «La historia interminable» nos previno contra los grises ladrones de tiempo y nos hizo ver la necesidad y los peligros de la fantasía.

Michael Ende nació en 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Baviera, una ciudad en la frontera con Austria. Su padre fue un pintor surrealista perseguido por los nazis. Al terminar la segunda Guerra Mundial estudió humanidades, fue actor, escribió piezas teatrales que no se publicaron ni representaron y tuvo varios trabajos poco estables.

Michael EndeReivindicó la fantasía

En 1958 terminó su primer libro («Jim Boton»), que fue rechazado por varias editoriales debido a su extensión. Finalmente fue publicado en dos entregas en 1960 y 1962, y logró un gran éxito. Esto le convirtió en un autor destacado y, al mismo tiempo, le colocó en el centro de una polémica: en la Alemania de la posguerra muchos consideraban que la fantasía para niños era un género escapista y que los libros dirigidos a ellos debían contener algo de crítica social y de didáctica política.

Hacia 1970 Ende abandonó Alemania y se instaló con su mujer cerca de Roma. En 1974 publicó «Momo», obra con la que ganó premios importantes y afirmó su reputación internacional. Esta crecería más aún en 1979 con «La historia interminable», que obtuvo una gran resonancia debido a su calidad literaria y narrativa pero también a otras razones: eran innovadores el armazón de la historia y el diseño físico del libro, con el recurso a la impresión en dos tintas para mostrar los dos planos en los que se desarrolla el argumento; contenía una vibrante reivindicación del poder de los libros; supuso una cierta renovación del género de aventuras y, al conseguir lectores de todas las edades, avivó la discusión acerca de qué libros deben ser catalogados como literatura juvenil.

Después de la muerte de su mujer, en 1985, volvió a vivir a Munich. Se casó con la traductora de sus obras al japonés y continuó produciendo relatos, todos ya más cortos, la mayoría infantiles, que son de menor calidad que su producción anterior. Falleció de cáncer el año 1995.

Influencias: Novalis, Tolkien, Lewis

Las ideas de Ende tienen su primer origen en la educación artística que recibió en su hogar, en particular en la tendencia de su padre a la continua búsqueda de lo misterioso de la vida. Él mismo explica cómo la pintura de su padre, calificada de surrealista, no tiene nada que ver con la variante francesa del surrealismo. Califica a esta como «la deformación de algo verdadero», pues no lleva a un encuentro con lo espiritual, sino a una intuición de lo caótico y demoníaco, que también es espiritual pero desfigurado. Para su padre, la realidad de un mundo espiritual no perceptible por los sentidos estaba fuera de toda duda.

En 1946 entró en contacto con el movimiento antroposófico, fundado por Rudolf Steiner. También, con ocasión de sus viajes a Japón intentó ahondar en la filosofía zen. Ende manifestó que, a lo largo de su vida, anduvo metido en azarosos laberintos siempre a la busca de referencias y que, por esa razón, no había figura medianamente importante del esoterismo, del ocultismo, de la cábala, de la magia, y de todo tipo de materias semejantes cuyas enseñanzas no hubiera estudiado.

En lo literario, se confesaba heredero del romanticismo alemán en primer lugar y, particularmente, del poeta Novalis (1772-1801) y del movimiento calificado por él mismo de «idealismo mágico», una interpretación mística y panteísta del universo. Ende sigue a Novalis cuando afirma que no busca verdades objetivas sino sabiduría, que su religión es la poesía, entendida como «la capacidad creativa que tiene el hombre de vivirse y de reconocerse a sí mismo una y otra vez en el mundo y al mundo en sí mismo».

Además, Michael Ende admiraba las obras de Tolkien y Lewis, a las que hay numerosas referencias en «La historia interminable», y compartía con los autores ingleses un alto concepto de la fantasía como género literario.

Era confeso deudor de Borges, de quien toma ideas e imágenes y recursos dialécticos, y la querencia por escenarios laberínticos y oníricos. En esta última línea se pueden apreciar también, tanto en los textos como en las ilustraciones que él mismo hace para «Momo», la influencia de pintores como Magritte, Dalí, de Chirico… Otro elemento que contribuyó a configurar y a reforzar sus planteamientos son las mismas controversias públicas en las que participó, no pocas motivadas por críticas poco sensatas a sus libros.

Rechazo de la visión materialista

Tal como él lo exponía, y como se puede deducir de sus libros más conocidos, su pensamiento se apoyaba primero en el rechazo a la visión cientificista y materialista de la vida, cuya incapacidad para dar cuenta de los más profundos anhelos humanos para él resultaba evidente. Ende afirmaba que «el materialismo es una ideología que ofrece una explicación para todo excepto para su propia existencia» y que «sólo puede existir mientras que no se piense a sí mismo hasta las últimas consecuencias».

Los hombres grises que Ende dibujó en «Momo», que luego llegaron a ser un nuevo arquetipo de malvado en tantas ficciones populares posteriores, ejemplifican ese modo de contemplar la vida que sólo valora lo que se puede pesar, medir y contar: «Los hombres grises son el puro intelectualismo científico en el sentido materialista».

A la vez, y como consecuencia de lo anterior, pensaba que la fantasía es un camino necesario para llegar a un conocimiento más profundo de la realidad, aunque advertía que puede ser un camino peligroso. El lector de «La historia interminable» recordará la escena en la que Graógraman, el león, explica un lugar de Fantasia que no tiene exterior pero cuyo interior está formado por un laberinto de puertas. Cualquier puerta, «una puerta completamente corriente de establo o de cocina, incluso la puerta de un armario, puede ser, en un momento determinado, la puerta de entrada al Templo de las Mil Puertas. Si el momento pasa, la puerta vuelve a ser lo que era. Por eso nadie puede entrar una segunda vez por la misma puerta. Y ninguna de las mil puertas conduce otra vez al lugar de dónde se vino. No hay vuelta atrás». El león le dice a Bastián que para orientarse debe guiarse por «un deseo auténtico», por su «Verdadera Voluntad», que es el secreto interior más profundo que sólo puede ser conocido con una gran autenticidad.

La huella de la New Age

En respuesta a las críticas que advertían la influencia de la New Age en su producción, Michael Ende afirmaba que no hay unos «maquinadores ocultos por encargo de los cuales hasta yo habría escrito mis libros. El concepto de New Age es bastante amplio y difuso e intenta abarcar el conjunto de las modernas corrientes esotéricas surgidas en todo el mundo en los últimos veinte o treinta años. Hay en ello, como siempre sucede en tales casos, mucha charlatanería, mucho espíritu exaltado y algunas cosas que (…) merecen ser consideradas seriamente».

En general, continúa el autor alemán, la New Age puede ser calificada como «un intento de abandonar la cosmovisión puramente positivista-materialista y de tender un puente hacia una imagen espiritual o, mejor dicho, integral, del mundo, con el fin de superar el ya intolerable abismo que separa el mundo del conocimiento (ciencias de la naturaleza) del mundo de las verdades de la fe (religión)».

Este intento de «establecer y mantener una relación viva con lo espiritual del mundo» y de «adquirir una nueva conciencia de la importancia del hombre en el mundo», a Ende no le parecía contradictorio con ninguna de las religiones monoteístas. Pero, a pesar del conocimiento que tenía y del uso frecuente que hacía de los textos evangélicos, el autor alemán no parecía comprender el verdadero significado de que el cristianismo sea una religión basada en las palabras y los hechos de Jesucristo ni, mucho menos, parecía compartir la creencia en que Jesucristo es Dios.

La falta de solidez de su pensamiento se derivaba de que sus únicos puntos de apoyo eran, por una parte, su conciencia de las debilidades del pensamiento racionalista; y, por otra, sus propias ideas que no pocas veces son sólo dudas o simples «¿por qué no?», como cuando defiende la reencarnación. Aquí viene a cuento una interesante observación de su admirado Borges cuando explicaba que, si uno lee libros religiosos famosos u obras de autores importantes, siempre hay frases que defraudan. A un lector imparcial, decía el argentino, «la oscuridad o la trivialidad de tal dictamen, piadosamente recogido por los discípulos, le habrá parecido incompatible con la fama de las palabras, que resonaron, y siguen resonando en lo cóncavo del espacio y del tiempo». Pero, continuaba Borges, «que yo recuerde, los Evangelios nos ofrecen la única excepción a esta regla».

Respeto a los niños

En cuanto a los libros que han de darse a los niños, Ende manifestaba estar «convencido de que un libro infantil, debido justamente a la porquería, al desamor, a la fealdad que se vierte sobre los niños por dondequiera que se mire, ha de ofrecer a sus lectores algo que ellos consideren hermoso y que puedan amar. Ninguna otra cosa es importante, pues sólo de eso pueden alimentarse espiritualmente los niños».

Para él era casi un crimen mostrar a los niños antes de tiempo algunos aspectos de la realidad tal como es: es como si «a un niño que tiene frío se le quita también la chaqueta para que se haga consciente del frío y se distancie críticamente de él». Sus palabras más duras se dirigían contra esos «inculcadores de una actitud crítica» que «sólo traspasan a los niños su propio relativismo intelectual, su propia impotencia para encontrar valores vitales».

Su mismo respeto a los niños, su mismo tomarse en serio su trabajo como escritor de libros infantiles le hicieron ser cuidadoso en las formulaciones de sus ideas. Por eso sus libros infantiles y juveniles pueden ser mal interpretados, como pueden serlo los Evangelios -según él mismo apuntó una vez que alguien le criticó-, pero no contienen nada inconveniente ni molesto para nadie con sentido común.

Luis Daniel González______________________— En la sede de la Internationale Jugendbibliothek de Munich, situada en el castillo de Blutenburg, se aloja el Museo Michael Ende, formado cuando su segunda esposa entregó una parte de su herencia a esa institución: manuscritos y libros publicados, su biblioteca privada, cartas, fotografías y otros documentos, muebles, cuadros y objetos personales. En el mismo recinto, pero en la contigua sala de exposiciones Jella Lepman, tendrá lugar la exposición en su honor y en el de su padre, el pintor surrealista Edgar Ende, del 24 de septiembre al 4 de noviembre, que se titulará «Der Spiegel im Spiegel: Michael Ende und Edgar Ende» (El espejo en el espejo: Michael Ende y Edgar Ende).— Los textos entrecomillados de Michael Ende usados en el artículo están tomados de «Carpeta de apuntes» («Michael Ende’s Zattelkasten», 1994); Alfaguara, Madrid, 1996; 406 págs.; Tradución: Carmen Gauger.)Los mejores libros de Michael Ende

De su obra merecen ser destacados, en primer lugar, «Jim Botón y Lucas el maquinista» (1960) y «Jim Botón y los trece salvajes» (1962). Algunos especialistas consideran estos libros como los más originales, los más sueltos, los que revelan mejor el ingenio y el dominio de los mundos imaginativos que tiene su autor. Aunque no faltan puntadas irónicas hacia los comportamientos burocráticos y hacia los modos de gobierno tiránicos, aquí Ende se deja llevar y no se le notan ni la retranca ni el afán de llenarlo todo de símbolos y significados que a veces lastrarán sus libros posteriores.

El atractivo de «Momo» se basa, en primer lugar, en la definición acertadísima de la protagonista y de sus enemigos, los grises ladrones de tiempo, seres que roban el tiempo a los hombres y así consiguen que las amistades se distancien y la convivencia se deteriore. Ende consiguió con «Momo» un relato tenso, que consigue mantener el interés hasta el final. Acierta a combinar lo real y lo fantástico, y plantea sabiamente cuestiones de gran calado humano.

También está muy bien dibujado el protagonista de «La historia interminable», Bastián, y es un gran logro el entrelazamiento de las dos líneas argumentales: la lectura que hace Bastián del libro que ha robado y las aventuras de Atreyu dentro del libro. Se unen perfectamente las dos historias cuando Bastián entra en Fantasia y allí une sus fuerzas con las de Atreyu pero, a partir de ahí, hay tramos que pueden resultar más arduos: Ende tiende a dejarse arrastrar por su poder de fabulación y a incrementar en exceso tanto los ambientes y personajes como la complejidad simbólica y descriptiva. El final, sin embargo, es de nuevo excelente. En cualquier caso, el relato es una presentación brillante de los poderes a la vez curativos y adictivos de la fantasía, de su necesidad y de sus peligros.

Entre los demás cuentos, los más populares son los más sencillos. En cada uno se intenta explicar algo: la obediencia en la familia en «El secreto de Lena»; una lección al modo de la fábula de la tortuga y la liebre en «Tragaleguas»; la vinculación afectiva de un niño con sus juguetes en «El muñequito de trapo»; la vanidad tonta del poderoso en «Norberto Nucagorda»… Todos ellos y varios más, en general apropiados para un público infantil, están reunidos en una edición titulada en castellano «Los mejores cuentos de Michael Ende».

De algunas historias contenidas aquí y de otras, hay ediciones independientes, unas en formato álbum y otras como libros, con ilustraciones de calidad: la riqueza imaginativa de las descripciones de Ende hace que sus textos sean apropiados para que un buen ilustrador se luzca.

Dentro de los relatos juveniles tuvo eco en su momento «El ponche de los deseos», debido en parte a que se publicó después del impacto de «La historia interminable». Pero es una historia más floja que otras: el texto es sencillo y el mensaje resulta obvio. Una idea recurrente de Ende es la dificultad de lidiar con los propios deseos porque, muchas veces, uno no sabe de verdad lo que quiere. Eso está bien expuesto en «La historia interminable», y en cuentos como «La escuela de magia» y «La historia del deseo de todos los deseos», ambos contenidos en la edición mencionada más atrás.

Otros libros con colecciones de relatos, como son «El espejo en el espejo: un laberinto» (1984), y «La Prisión de la libertad» (1992), podrían ser calificados de relatos de fantasía para mayores. Gustan a quienes conectan con el peculiar mundo del autor, pero en ellos son más patentes su inclinación a cargar el texto de simbolismos, a ser a veces innecesariamente prolijo en las descripciones y en los desarrollos argumentales.

Ediciones«Jim Boton y Lucas el maquinista» («Jim Knopf und Lukas, der Lokomotivführer», 1960). Noguer. Barcelona, 2002, 1ª ed., 16 reimpr.; 232 pags. Traducción: Adriana Matons de Malagrida. ISBN: 84-279-3304-5. Precio: 5,20 €.«Jim Boton y los trece salvajes» («Jim Knopf und die Wilde 13», 1962). Orbis. Barcelona, 1988; 256 pags.; col. Biblioteca Juvenil Orbis. Traducción: Adriana Matons de Malagrida. ISBN: 84-402-0541-4. Precio: 2,25 €.«Momo» (1973). Alfaguara. Madrid, 2004, 2ª ed., 6ª reimpr.; 202 pags; col. Próxima parada Alfaguara; ilust. del autor; trad. de Susana Constante. ISBN: 84-204-6498-8. Precio: 10,40 €.«La historia interminable» («Die unendliche Geschichte», 1979). Alfaguara. Madrid, 2004, 2ª ed., 7ª reimpr.; 422 pags.; col. Próxima parada. Traducción: Miguel Sáenz. ISBN: 84-204-6439-2. Precio: 6 €.«Los mejores cuentos de Michael Ende» («Die Zauberschule und andere Geschichten»). Everest. León, 2003, 8ª ed.; 288 pags. Traducción: José Miguel Rodríguez Clemente. ISBN: 84-241-5981-0. Precio: 21,39 €.

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