Daniel Turbón: “De los primates al hombre hay un salto enorme”

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Hace 150 años, el 24 de noviembre de 1859, veía la luz la primera edición de El origen de las especies, libro en el que Charles Darwin formuló la moderna teoría de la evolución mediante la selección natural. Este segundo aniversario del “año de Darwin” (tras el bicentenario de su nacimiento, el pasado 12 de febrero) nos da oportunidad de hablar con un experto en la materia, el Prof. Daniel Turbón. Hoy, dice, “no aceptar la teoría de la evolución es un absurdo científico”; pero presentarla como la explicación total del ser humano equivale a sustituir la ciencia por la ideología.

El Prof. Turbón es catedrático de Antropología Física en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. Ha hecho su contribución particular al año de Darwin publicando un libro en colaboración con el Prof. Carlos A. Marmelada. En Darwin y el mono (Sello Editorial), los dos autores quieren hablar del Darwin real, desmitificándolo y hablando de su vida. Y, como dice Turbón -emulando a su maestro Mariano Artigas-, en un “lenguaje de kiosco” que pueda llegar a todo el mundo: “Son cuestiones demasiado complicadas como para zanjarlo con un ‘venimos del mono’ y ya está. Hay que saber razonar y explicarlo para que todos lo entendamos”.

“No aceptar la teoría de la evolución es un absurdo científico. Pero en el hombre hay un salto enorme, ya que en él se da una capacidad de abstracción que no existe en los demás seres”

Hace poco salía en la prensa que en Estados Unidos habían descubierto la “piedra filosofal”, la clave genética que nos permite hablar y nos diferencia tanto de los monos…

— Hay algunos científicos que quieren demostrar que el hombre es un simple cúmulo de moléculas, pero eso no es verdad. El cerebro es algo tremendamente complicado y decir que el habla sólo depende de ese gen, es fijarse en una parte muy pequeña del todo. Es una de las claves, sí; pero no la única. Si yo tengo uno de esos cuadros pintados a base de puntos, pegado en la nariz, sólo veré un punto, dos; tres a lo sumo… En cambio, si me aparto, veré toda la realidad de esa obra puntillista. La ciencia es muy limitada en sus conocimientos y esto es sólo una parte de la realidad. Defenderlo como el todo es por una cuestión de simple ideología.

Entonces, ¿qué es para usted el ser humano? ¿Qué nos hace tan distintos de los primates?

— Somos seres muy superiores. La persona humana es un ser que tiene que decidir qué quiere ser en su vida, e intentar llevarlo a cabo. Somos animales, pero ningún otro tiene un intelecto como el nuestro. Los monos se mueven en el nivel que podríamos llamar “subhumano”, donde todo es pura biología, y algunos parece que nos quieran encerrar en eso. Pero aún quedan los niveles intermedio -ese poder llegar a ser más- y reflexivo, el del que puede “filosofar”, y lo hace. ¿Que podemos vivir en ese “subhumanismo”? Sí; pero eso no significa que estemos ahí. Los primates no hablan, no porque no tengan capacidad de hablar, sino porque no tienen qué decir. El mensaje es lo importante, y hablar, en definitiva, es comunicar o comunicarse; eso también se puede hacer sin palabras, pero para ello necesitas la reflexión, propia del tercer nivel.

El darwinismo a los 150 años

¿Darwin, afirmaba que en el hombre todo viene dado por selección natural y que surgía de la materia?

— No lo dijo explícitamente. Él negaba la teología natural fijista imperante en el momento, según la cual todo lo que existía venía por un acto creador, puntual. En este sentido, Wallace -co-descubridor de la teoría evolucionista- fue mucho más claro al no aceptar que el psiquismo humano pudiera haber surgido de la materia. Darwin no lo siguió porque estaba obsesionado con las bases experimentales del comportamiento de los animales, y quería aplicarlo en el ser humano, pero sin lograrlo. Quizá el problema es que su enfoque tuvo mucho de pugna con esa explicación fijista tan presente en las universidades británicas.

¿Qué queda, hoy, de la teoría de Darwin?

— Yo creo que no aceptar la teoría de la evolución es un absurdo científico. No obstante, eso no quita que en el hombre haya un salto enorme, ya que en él se da una capacidad de abstracción que no existe en los demás seres. Ningún animal ha estudiado el universo, los átomos, los organismos… La autoconciencia hace que el ser humano sea un ser moral y ético. Un ser que se construye conviviendo con los demás hombres y mujeres. Por eso, nuestra evolución es una evolución moral, no natural.

Si Darwin viviera hoy, ¿formularia su hipótesis del mismo modo?

— No lo creo. Estaría encantado con la separación entre religión y ciencia, en el sentido de que se alegraría mucho de ver que la evolución es la “elegante manera con que Dios hizo al hombre”, como dice Collins, director del Proyecto Genoma Humano. Ya no tendría que enfrentarse con la visión fijista que estudió en Cambridge durante su juventud.

Biblia y biología no pelean

¿Qué papel daba a Dios?

— Darwin iba a ser clérigo anglicano y por eso estudió teología. De hecho, en la sexta edición de su libro, introdujo la palabra “Creador” y hablaba de unas leyes que están impresas en la materia por el Creador. Lo que pasa es que la incoherencia de aquellos que tenía por cristianos y, sobre todo, la muerte de uno de sus diez hijos, le hizo perder la fe. Por tanto, no fueron sus estudios los que le llevaron al agnosticismo, sino muchas dudas que no consiguió resolver. Y esto es lo que me hace pensar que estaría tan contento de poder compatibilizar creación y evolución.

Algunos siguen viendo incompatibilidad entre lo que dice la Biblia y el evolucionismo.

– Son dos niveles de lectura totalmente distintos. La Biblia, además de contener la revelación de Dios, es una amalgama de historias humanas, de datos geográficos y cronológicos elaborados con métodos distintos, estilos literarios distintos, metáforas… Hoy estamos seguros de que la intención del autor del Génesis no fue escribir un relato científico, tal como concebimos la ciencia experimental. Pensemos, por ejemplo, que en el Génesis, el día tercero se crea la “hierba verde”, y en el cuarto, el sol: eso es un contrasentido científico… Los libros sagrados no nos narran cómo ha tenido origen el hombre sino que nos explican cuál es su sentido más profundo; la teoría evolucionista trata de especificar los procesos biológicos que han hecho que seamos como somos -nosotros y todos los demás seres- a lo largo de los siglos.

¿Se ha querido politizar El origen de las especies?

— Ahí es donde entra el Darwin mitificado: se ha utilizado su teoría de la selección natural para justificar aberraciones como el racismo y la eugenesia. Cualquiera que haya leído sus libros Viaje de un naturalista alrededor del mundo y su Autobiografía, dictada a su hijo Francis, concluirá que Charles Darwin sentía verdadero horror por el racismo biológico. Es verdad que por su afán de explorar el origen y las bases del comportamiento humano, y por apoyar sus propios puntos de vista, probablemente se excediera en sus escritos, pero yo estoy convencido de que no hubiera sido partidario de la brutal y nefasta aplicación de la eugenesia, como más tarde ocurrió, y que si hubiera conocido lo que hoy sabemos del ser humano, se habría opuesto resueltamente al determinismo biológico como explicación del comportamiento humano.

¿Podremos llegar a conocer, verdaderamente, de dónde venimos?

— Desde luego, la teoría de la evolución puede ayudar mucho en este empeño, pero como teoría científica, reconociendo también sus límites y los problemas aún no resueltos; y no como ideología, como un dogma absoluto, definitivo e indiscutible. De hecho, no existe la ciencia acabada. La ciencia vive venciendo errores y no estableciendo verdades.

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