·

Byung-Chul Han, filósofo de la lentitud

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.
Byung-Chul Han (fot: Isabella Gresser, Herder)

Byung-Chul Han (Foto: Isabella Gresser)

 

El pensador surcoreano Byung-Chul Han se ha convertido en un auténtico fenómeno mundial. Sus ensayos, que aparecen en las listas de los libros más vendidos, analizan con brevedad y precisión las causas de la insatisfacción del hombre de hoy. Frente al predominio de la productividad, sugiere atajar gran parte de los males contemporáneos cultivando el ocio, la contemplación y la serenidad.

Byung-Chul Han (Seúl, 1959) resulta atractivo no solo porque acierta a explorar las heridas de las sociedades occidentales, sino por el estilo sobrio y puro de sus libros, todos breves, a los que ni falta ni sobra nada. En ellos encadena sentencias concisas. No menos importante es el misterio que rodea a este escritor de rostro ascético, cuya filosofía, muy próxima al budismo zen, constituye un contrapunto exótico para una cultura que, como la nuestra, parece buscar simientes más lejanas.

Lo cierto es que, desde que llegó a Alemania, con 26 años, para estudiar literatura, sin saber el idioma y tras abandonar sus estudios de metalurgia en Seúl, ha conseguido asimilar las principales corrientes de pensamiento europeo –conoce muy bien las contemporáneas, no tanto las clásicas–, amalgamando, de un modo fascinante y sin soslayar la crítica, las contribuciones de los epígonos de la modernidad, entre ellos Heidegger o Foucault, con sus propias tradiciones.

Aunque se puede tener la impresión de que realiza un diagnóstico excesivamente negativo –su interés es mostrar la sinuosidad que oculta nuestra inclinación por lo plano–, sugiere vías de escape, lo que de entrada resulta esperanzador. Por ejemplo, con motivo del coronavirus, ha señalado que la crisis puede hacer resentirse la cooperación, pero también puede ser inicio de una revolución humana. Sea como fuere, no deja de ser sintomático que haya tenido que venir de un confín tan remoto para ayudarnos a desempolvar la cuestión de la que depende la vida del hombre: la del sentido.

Libertad encadenada

Desde cierto punto de vista, cabe decir que Han es un aguafiestas: en lugar de celebrar los logros científico-técnicos y el progreso económico, los destripa, descubriendo sus repercusiones más negativas e intentando aclarar sus paradojas. Sostiene que es urgente cambiar de paradigma para comprender la dinámica del poder, ya que, a diferencia de lo que sucedía en las sociedades de épocas anteriores, en las que la dominación restringía la libertad, en el actual universo del rendimiento la coacción se ha interiorizado. Ya no se requieren, por tanto, instancias para encauzar el yo: es el propio individuo el que consiente en su autoexplotación y es su propia libertad la que le subyuga.

Para Byung-Chul Han, la autorrealización es una forma silenciosa de autodestrucción

En sus palabras: “El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo (…) La supresión del dominio externo no conduce hacia la libertad: más bien hace que libertad y coacción coincidan”.

A la hora de identificar la causa de esta transición, no duda en referirse a la preponderancia de lo económico que caracteriza a la fase del capitalismo que llama, sin precisar mucho, “neoliberal”. La dinámica economicista va engullendo ámbitos vitales, hasta que, en este último periodo mefistofélico, devora la subjetividad individual, que pasa a estar regida por los mismos cálculos de coste y beneficio que el mercado. También la belleza o los valores terminan siendo meros objetos de cambio, simples bienes de consumo.

Colapso psíquico

Es la primacía del mercado lo que subyace, asimismo, en el afán consumista, en la dictadura de la utilidad y del provecho. Han, como un detective, advierte de la ubicuidad de ese poder que excede lo económico, sorprendiendo los recónditos espacios alcanzados por sus tentáculos. Lo diabólico es que en la actualidad la dominación –política, económica, emotiva– depone su faz represiva y toma un talante permisivo, afable, cordial. No niega, en definitiva, la libertad, sino que la explota. La lucha de clases queda sustituida por la lucha interna del yo consigo mismo.

La exigencia de rendimiento que el sujeto contemporáneo se impone a sí mismo no se refleja exclusivamente en el mundo del trabajo; se manifiesta en el tiempo de descanso y en el propio desarrollo personal, en esa hiperactividad y prisa que inunda la existencia con viajes, planes y proyectos, convirtiendo la interioridad en una caja de resonancia completamente vacía. Según el pensador coreano, y por paradójico que pudiera parecer, la autorrealización es una forma silenciosa de autodestrucción.

El enjambre es la imagen que mejor representa nuestra sociedad digital, con su acumulación de individuos atomizados que concurren en las redes

También se entiende, desde esta óptica, que se hayan multiplicado las afecciones psicológicas. O que la psicopolítica haya desbancado en su papel a la biopolítica, porque no es el cuerpo, sino la psique, lo que interesa al poder. Tampoco es extraño que el síndrome del quemado (burnout) –que, por cierto, no es una enfermedad laboral, sino, de algún modo, una dolencia cultural–, sea la contrapartida de “la sociedad del cansancio”, como se titula uno de sus libros más conocidos. Al hombre lo que le postra no es la escasez, sino la abundancia, el exceso. El incremento de estímulos, de información, de excitaciones amenaza con “infartar el alma” del ser humano y esclavizarlo.

El infierno de lo igual

Una de las metáforas que Han emplea con más frecuencia es la de lo liso o lo pulido. Lo hace para destacar que vivimos en el seno de una cultura que huye de lo negativo, de las aristas, y demoniza las anfractuosidades, las tensiones, lo heterogéneo. Se trata de un fenómeno que corre parejo con la expansión del yo y que, paulatinamente, va comprimiendo la alteridad, hasta que hace desaparecer “el mundo”. Pone el ejemplo de los “me gusta” y de los selfies, en los que se eliminan los criterios objetivos así como el trasfondo de lo real en beneficio de lo subjetivo y del rostro. Ahora bien, sin el mundo, el hombre pierde su consistencia.

El enjambre es la imagen que mejor representa nuestra sociedad digital y esa acumulación de individuos atomizados e inexpresivos que concurren en las redes. Al eliminar lo extraño, se conforman comunidades uniformadas. Es el “infierno de lo igual” del que habla una y otra vez. En este sentido, en Internet no se promueve una auténtica comunicación, dice Han, porque la posibilidad de comunicarse exige la experiencia de la alteridad, justo lo que destruye la tendencia contemporánea a la homogeneidad. El entorno virtual es, por el contrario, el escenario en el que se expone la desnudez del sujeto: una burbuja, un espejo, en el que cada individuo se encuentra con seres idénticos a él.

En otro de sus ensayos más famosos, Han reflexiona sobre la moda de la “transparencia”, que interpreta como una consecuencia colectiva del vaciamiento del sujeto. La preponderancia de lo translúcido, que socava la intimidad, conduce a una sociedad pornográfica en la que se proyecta luz, incluso sobre la propia intimidad, de un modo obsceno. “Precisamente allí donde desaparece el misterio a favor de la total exposición y del pleno desnudamiento, comienza la pornografía”, dice en La sociedad de la transparencia. El furor por la más completa visibilidad es una de las nuevas formas del poder económico. Si esto ocurre es porque rige el imperativo capitalista, que obliga a exponer las mercancías.

Dialéctica de la Ilustración

A tenor de lo indicado, no nos equivocaríamos si dijéramos que Han propone una nueva “dialéctica de la Ilustración”. En efecto, si Horkheimer y Adorno llamaron la atención sobre las esclavitudes impuestas al socaire del progreso, el pensador surcoreano reivindica una “tercera Ilustración” para neutralizar los embates totalitarios del neoliberalismo. Por su parte, él desea terminar con esa situación en la que “el hombre está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir”.

Así, apuesta sin medias tintas por valores y actitudes diametralmente opuestos a los que hoy cotizan. “Necesitamos una nueva forma de vida –sostiene–, una nueva narrativa de la que surja un tiempo distinto, otro tiempo vital, una forma de vida que nos redima del desenfrenado estancamiento”. De acuerdo con esta clave de lectura, Han no deja de ser un rebelde: sobrio y comedido, pero un auténtico rebelde. Frente al frenesí, propone la revolución del sosiego. Ante la cultura del rendimiento, la vuelta a lo que no ofrece utilidad inmediata. Donde rige una economía de medios, defiende la reflexión sobre los fines. Y, por último, en el momento en que el trabajo se extiende hasta nuestras alcobas, recomienda ponerle coto.

El filósofo asiático sabe que todos los logros que el hombre ha cosechado a lo largo de la historia dependen justamente del cultivo de disposiciones muy diferentes a las que la cultura y la sociedad de hoy propugnan. No es la vida activa la que ofrece el contexto adecuado para descubrir el sentido de la existencia, sino la contemplativa, que exige una atención profunda. Para superar la degradación en la que vivimos instalados, hemos de ser capaces de “servirnos de lo inservible más allá de la producción”.

Un nuevo modelo de ocio

En las propuestas de Han es donde más claramente aparece el peso de las tradiciones orientales, aunque parece olvidar en ocasiones que tanto los griegos como la filosofía cristiana concebían también la vida del espíritu como una forma de terapia existencial. Este pensador afincado en Alemania, que se educó en el seno de una familia católica y que recuerda que de pequeño rezaba el rosario, cree, sin embargo, que el interés del cristiano por su salvación puede debilitar la atención que presta al aquí y al ahora.

En cualquier caso, si hay algo que atraviesa toda su producción, además de la obsesión por recuperar la contemplación y reencantar el mundo, es su precisa forma de entender el descanso. El ocio, subraya, no constituye una interrupción del trabajo. Si así fuera, el tiempo vital se mediría por los mismos criterios productivos y correríamos el riesgo de convertirlo en consumo. Tampoco consiste en no hacer nada, sino en un demorarse en los valores que se encuentran más allá de la utilidad.

Gracias a esta dimensión imprescindible, la vida supera el horizonte de la supervivencia. Es en el ocio donde se concita y descubre el sentido. Por ello, está relacionado con lo festivo, lo religioso y lo ritual. La desaparición de estos fenómenos resulta, para Han, suficientemente expresiva. Demorarse en el silencio es la solución, cree este pensador, que sostiene que, tras haberse democratizado el trabajo, es hora de hacer lo propio con el verdadero entretenimiento.

 

Para saber más

En Aceprensa hay reseñas de varios libros de Byung-Chul Han:

Un comentario

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.