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Asia no es impermeable al cristianismo

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Jesús, nacido en suelo asiático, es también el Salvador para los hombres de este continente, cuya cultura no es impermeable al cristianismo. Esta convicción está en el centro de la exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Asia, que Juan Pablo II ha presentado durante su viaje a Nueva Delhi.

El documento, de 140 páginas, recoge las conclusiones del Sínodo de los obispos para Asia, celebrado en el Vaticano en mayo de 1998.

Los obispos de Asia hicieron presente durante el Sínodo la «dificultad de proclamar a Jesús como el único Salvador» y describieron la situación en estos términos: «Algunos de los seguidores de las grandes religiones asiáticas no tienen problema alguno para aceptar a Jesús como una manifestación de la divinidad o (…) como a un ‘ser iluminado’. Pero sí lo tienen para considerarlo como la única manifestación de la divinidad». Y la dificultad se agrava por el hecho de que «Jesús se percibe a menudo como extraño a Asia».

Ante esta situación, Juan Pablo II escribe: «Es paradójico que tiendan a ver a Jesús, nacido en suelo asiático, como a un occidental antes que como a una figura asiática». La Iglesia proclama que «ninguna persona, ninguna nación, ninguna cultura es impermeable al llamamiento de Jesús, que habla desde el corazón mismo de la condición humana».

Pero los padres sinodales eran bien conscientes de la necesidad de «presentar el misterio de Cristo a sus pueblos según los criterios culturales y las formas de pensar de éstos, subrayando también que una tal inculturación de la fe en el continente implica un redescubrimiento del rostro asiático de Jesús».

Esta inculturación de la fe debe llevarse a cabo en algunas áreas que merecen particular atención; entre ellas, la reflexión teológica, la liturgia, la formación de los sacerdotes y religiosos, la catequesis y la espiritualidad.

«La prueba de una verdadera inculturación -dice el Papa, refiriéndose a la reflexión teológica- es la de si los creyentes se comprometen más en la fe cristiana, porque la perciben más claramente con los ojos de la propia cultura». Teniendo como trasfondo las acusaciones de «conversiones forzadas» al cristianismo, la exhortación subraya la importancia de la libertad religiosa. La proclamación del Evangelio, afirma, es «una proclamación que respeta los derechos de las conciencias y no viola la libertad, desde el momento en que la fe requiere siempre una respuesta libre por parte del individuo».

El Papa lamenta que en algunas naciones asiáticas se reconozca «una religión oficial del Estado que permite poca o incluso ninguna libertad religiosa a las minorías» y que «en algunos lugares los cristianos son vistos como traidores a su país».

Refiriéndose a los fieles que viven su fe «entre restricciones o total negación de la libertad», el Santo Padre hace un llamamiento a los gobiernos «para que adopten y pongan en práctica políticas que garanticen la libertad religiosa para todos los ciudadanos». En cuanto a los católicos en China continental, recuerda que los padres sinodales han rezado para que «sean libres de practicar la fe en plena comunión con la Sede de Pedro y la Iglesia universal».

El Papa volvió a insistir en la libertad religiosa durante su homilía en el estadio Jawaharlal Nehru, donde dijo que «ningún Estado tiene derecho a controlar, directa o indirectamente, las convicciones religiosas de una persona». La libertad religiosa, dijo, «es tan importante que se debe reconocer a todas las personas el derecho a cambiar de religión si su conciencia se lo pide».

Al tratar de la promoción humana que va unida a la evangelización, la exhortación propone, entre otras cosas: «La Iglesia en Asia podría defender de un modo más visible y eficaz la dignidad y la libertad de las mujeres, alentando su papel en la vida de la Iglesia, incluida la vida intelectual, y ofreciéndoles mayores oportunidades para estar activamente presentes en la misión de amor y de servicio que les es propia».

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