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Ascensos y caídas de la extrema derecha

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Contrapunto

El pasado 9 de febrero, el Frente Nacional (FN) francés conseguía la alcaldía de Vitrolles, en duelo contra todos los partidos de izquierda. Su victoria con el 52,4% de los votos era significativa, pero más por el carácter de símbolo que sus adversarios habían dado al escrutinio que por su verdadera entidad: el total de electores que votaron por el partido de Le Pen fue 8.169, lo que no parece una prueba suficiente de que haya una marea de votos derechistas. Y aunque es la cuarta alcaldía que consigue el FN, tampoco resulta algo tan insólito habida cuenta de que el partido suele obtener en torno al 12% de votos en las elecciones nacionales.

Sin embargo, la trascendencia que los partidos y la prensa dieron a los comicios de Vitrolles ha contribuido a exagerar la importancia del triunfo del FN. A juzgar por algunos titulares y comentarios, daba la impresión de que la mayoría de los franceses, asustada por el paro y la inmigración, se echaba en brazos de la extrema derecha. Y, ante la reaparición del fantasma del fascismo, los llamamientos advertían que estaba en peligro la libertad en Francia, por no decir en Europa.

Es discutible si el episodio de Vitrolles muestra el auge de la extrema derecha en Europa. Pero, puestos a sacar conclusiones europeas de elecciones parciales, habría que atender a otras no menos importantes. En Alemania, las elecciones municipales del 2 de marzo en el populoso Land de Hesse eran la ocasión para tomar el pulso al electorado, inquieto por un creciente paro que alcanza un nivel récord desde la postguerra. Y, a pesar de las dificultades económicas, el partido de los Republicanos, de extrema derecha, sólo ha obtenido el 6,6% de los votos, perdiendo un 1,7% respecto a las anteriores elecciones de 1993. En cambio, los partidos mayoritarios -democristianos y socialdemócratas- han mejorado sus posiciones. Extrapolando también estos resultados, podría decirse que el extremismo retrocede en Europa. En la propia Alemania, no faltan incidentes esporádicos de violencia contra los inmigrantes. Pero el informe anual de la Oficina para la Defensa de la Constitución constata un descenso considerable de los actos de violencia ultraderechista. Y si medimos el apoyo popular por los resultados electorales, se observa que el partido de los Republicanos nunca ha alcanzado el 5% de los votos necesario para estar representado en el Parlamento federal.

Por otra parte, también es un cliché simplificador presentar a los actuales partidos derechistas como si fueran réplicas clónicas del fascismo de los años treinta. En algunos casos, su éxito proviene precisamente de haber roto con sus orígenes. Así, la Alianza Nacional Italiana, de Gianfranco Fini, ha alcanzado su mayor respaldo tras realizar una «revolución cultural» que le ha alejado de su pasado neofascista.

En todo caso, las diferencias por países son demasiado grandes como para que pueda hablarse de una tendencia europea. Mientras en Alemania la extrema derecha ha alcanzado su techo, en la vecina Austria sube el Partido liberal de Joerg Haider; y si el FN francés hace una bandera de la postura anti-inmigrantes, la Alianza Nacional italiana no explota la xenofobia ni el rechazo de la Europa unida.

Puestos a luchar contra los extremismos, la democracia y la información saldrían ganando si la prensa evitara clichés simplistas a la hora de explicar el respaldo o el rechazo a la extrema derecha.

Ignacio Aréchaga

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