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Aprender a envejecer para encarar la próxima revolución

publicado
DURACIÓN LECTURA: 12min.

Un libro en defensa de los viejos, «bestseller» en Alemania
«Tenemos que resolver el problema de nuestra propia vejez para resolver el problema del mundo», reza el subtítulo de un libro que este año ha ganado el premio «Pluma de Oro» de la editorial Heinrich Bauer, y que tras encabezar las listas de ventas en Alemania durante semanas, lleva más de tres meses entre los 20 primeros. «La conspiración de Matusalén» (1) no pretende sólo abrir los ojos al lector frente al envejecimiento de las sociedades occidentales. Interpelándole en primera persona, califica este hecho de revolucionario -por primera vez en la historia la mayoría de la población vivirá 80 o más años- y lo encara positivamente.

Frank Schirrmacher es, a sus 44 años, uno de los cinco codirectores del diario más importante de Alemania, Frankfurter Allgemeine Zeitung. En su libro advierte que la guerra entre generaciones es una amenazadora posibilidad sólo en la medida en que los nuevos «proletarios» -una mayoría sociológica que, paradójicamente respecto al significado etimológico de la palabra, tendrá pocos hijos- sigan siendo los parias de la tierra. Schirrmacher apuesta decididamente por los «viejos», y piensa que tiene fundamento para hacerlo.

Revolución a la vista

La próxima revolución tiene fecha: entre 2010 y 2020 superará la edad de la jubilación (65 años) la generación que en torno a 1968 dio lugar a la actual cultura dominante: la generación del baby boom de la posguerra mundial. De que esa misma generación sea capaz de cambiar de esquemas culturales dependerá su propio futuro y el de quienes vengan detrás.

En concreto, se trata de acabar con el «racismo» que exalta a la juventud y denigra a todo aquel que ha pasado los cuarenta años de edad. Los baby boomers están llegando a la cincuentena, y aunque siguen comportándose como si fueran jóvenes, comienzan a sentirse rechazados por la cultura que ellos mismos crearon.

«Usted aún no lo sabe -así comienza el libro de Schirrmacher-, pero es uno de los nuestros. La movilización general ha empezado. Usted está implicado en la guerra de las generaciones. Concéntrese y alégrese: está del lado de los hombres a los que se ha encomendado llevar a cabo una revolución en los próximos decenios. Pero en el horizonte del futuro se levanta contra los viejos una de las más terribles fuerzas armadas que hayan existido. Marchan contra nosotros, los que ahora tenemos 20, 30 ó 60 años, y que seremos más viejos cuando la guerra comience. La sociedad que hemos creado le quita todo al que envejece: la confianza en sí mismo, el puesto de trabajo, la biografía. Tenemos que actuar ahora. Nos separa ya poco tiempo de la estigmatización. Hasta entonces tendremos que hacer avanzar hacia el futuro las ideas sobre la vejez, que ahora están ancladas en la Edad de piedra».

Algunas de las afirmaciones de Schirrmacher pueden sonar a demagogia. Pero no lo son en el contexto animante que pretende ser esta obra. El autor considera que la frialdad es parte importante de lo que llama racismo contra los viejos. Y tiene datos sobre ello. En 1975 se comenzó en el Estado norteamericano de Ohio una encuesta que había de durar veinte años, acerca de lo que las personas pensaban sobre el envejecimiento propio y ajeno. Los resultados no fueron publicados hasta 2002, y mostraban que quienes tenían (entre 1975 y 1995) una visión positiva sobre su propia vejez y la de los demás vivieron, en conjunto, siete años y medio más que quienes no esperaban nada de la ancianidad. «Una imagen propia positiva y una imagen positiva de la ancianidad influyen sobre la tasa de supervivencia de los hombres más que la presión arterial o el nivel de colesterol, que pueden acortar la vida como máximo cuatro años», aseguraba el informe.

Evitar la guerra de las generaciones

Algunos piensan que la inmigración podrá evitar el envejecimiento de la sociedad. Sin negar la importancia del fenómeno migratorio, Schirrmacher opina que esto es un engaño, porque el envejecimiento no es una apariencia, sino una realidad: las personas que seremos viejos ya estamos viviendo y por tanto el proceso no se puede frenar. La inmigración no es una varita mágica: para mantener el porcentaje de jubilados por trabajador del año 2000, Alemania necesitaría recibir 180 millones de emigrantes hasta 2050, una media de 3,6 millones anuales. Con un ritmo previsto de 210.000 inmigrantes por año, Alemania perderá en medio siglo entre 12 y 17 millones de habitantes (23 millones si no hubiera inmigración) y el 30% de su población será inmigrante o descendiente de inmigrantes.

Pensar que Alemania es una excepción es falso: en 2050, el 43% de la población española tendrá más de 60 años, y casi una cuarta parte de la población de China será mayor de 65 (334 millones). Ningún Estado será ajeno al aumento absoluto de personas mayores: en Bangladesh viven actualmente 7,2 millones de mayores de 60 años y en 2050 serán más de 40 millones. Lo peculiar de los países occidentales es que al aumento absoluto de ancianos se añadirá la necesidad de integrar en la sociedad a gran número de inmigrantes -en Europa al menos 200.000 por año procedentes de los países en torno al Mediterráneo- en condiciones muy difíciles a causa de la «guerra de civilizaciones» desatada el 11 de septiembre de 2001 y que, nos guste o no -Schirrmacher califica esta situación de «catastrófica»-, nos acompañará el resto de nuestra existencia.

El aumento absoluto de ancianos será compatible con un aumento de población y con su rejuvenecimiento precisamente en países considerados potencialmente peligrosos desde el punto de vista de la «guerra de civilizaciones»: en los próximos decenios, los jóvenes serán más del 20% de la población en Egipto, Irán, Arabia Saudita, Kuwait, Pakistán, Irak, Afganistán y Siria… Lo absurdo sería que Occidente, donde los viejos serán más que los jóvenes, no sólo no contara con los primeros en el esfuerzo por integrar a los inmigrantes, sino que agravara la situación declarando la guerra a los viejos.

El mito de la juventud

La guerra entre generaciones sólo será un problema -y muy grave- si se continúa negando el valor de las personas mayores y sobreestimando la importancia de la juventud. Por ese camino, terminaremos por negar el derecho a la vida de los ancianos: la enormidad de este crimen aumentará, naturalmente, cuando los mayores sean mayoría; pero además, no tendrá base científica alguna.

Según Schirrmacher, los mitos del siglo XX recurrieron a transformar una ideología en «verdad» seudocientífica. El actual culto a la juventud se basa en las afirmaciones hechas en 1905 por «el hasta hoy más importante e influyente médico del mundo anglosajón»: William Osler. Ante un auditorio mayoritariamente juvenil -el de la Universidad de Baltimore-, Osler «previno» frente a los peligros de una sociedad envejecida, asegurando que sería mejor que los mayores de 60 años se retiraran por completo, voluntariamente, de la vida profesional y política. Incluso los mayores de 40 años serían, para Osler, inútiles: «La historia mundial, si la leemos correctamente, confirma esta afirmación. Sumen todos los adelantos humanos en política, ciencia, arte, literatura; resten las obras de los mayores de 40 años y se quedarán en el mismo lugar en que hoy estamos».

Einstein, a quien la revista Time eligió como «el hombre del siglo XX», tenía 26 años cuando formuló la teoría de la relatividad especial, 37 cuando la completó con la teoría de la relatividad general y 43 cuando recibió por ello el premio Nobel. Quien piense que ahí acabó la genialidad de este gran físico, debería tener en cuenta la trascendencia de las decisiones que tomó a los 54 años de edad, cuando abandonó la Alemania nazi, y a los 60, cuando rompió con su pensamiento pacifista y propuso al presidente Roosevelt fabricar la bomba atómica.

Einstein no es uno de los personajes citados por Schirrmacher, pero sí es un ejemplo de que la creatividad, la productividad y la iniciativa no terminan con los 40 años. Un caso más distante en el tiempo pero más elocuente puede ser el de Ramon Llull (tampoco mencionado por Schirrmacher), que comenzó a estudiar filosofía con 30 años, a escribir con 42 -lo que en el siglo XIII significaba haber sobrepasado la esperanza media de vida- y murió con casi 85 años tras haber escrito más de 280 obras y haber viajado por tres continentes tratando, por cierto, de proponer una solución a la «guerra entre civilizaciones».

Schirrmacher sostiene que los ejemplos de creatividad y productividad en personas ancianas no son excepciones sino lo normal, y que la medicina moderna, al prolongar casi indefinidamente el ejercicio de las facultades humanas, no hace sino apuntalar esa normalidad. Entre las personalidades que produjeron obras geniales en la vejez cita a Tiziano, que murió con 99 años, Bernard Shaw (94), Miguel Ángel (89), Verdi (88), Monet (86), Richard Strauss (85), Goethe, Victor Hugo y Degas (83), Tolstoi y Goya (82)… Lo raro son los niños prodigio y no que los ancianos produzcan obras valiosas.

Cambio cultural

La periodista inglesa Victoria Cohen ha estudiado el comportamiento económico de los jubilados: ¿compran sólo zumos de fruta -como cabría suponer-, o bien ordenadores y reproductores de DVD? La respuesta es que hacen ambas cosas. Pero, sobre todo, a los viejos les gusta devolver lo comprado y cambiarlo por cosas nuevas. Les gusta empaquetar y desempaquetar, cambiar sin perder dinero, pero perdiendo tiempo: o, mejor dicho, empleándolo en una actividad que les da sensación de participar en la vida social. Cohen asegura que en las ventanillas de devoluciones de la cadena Marks & Spencer (único sitio de Inglaterra donde cambiar un artículo comprado es gratis) todos los clientes rondan los 80 años, y que hay jubilados que se han hecho ricos recogiendo botellas retornables en los supermercados ingleses.

La conspiración de Matusalén pretender derribar el que Schirrmacher considera mito más exitoso del siglo XX. Para ello, llama a filas a una ancianidad que se resiste a ser enterrada en vida. Citando un estudio realizado por P.B. Baltes con berlineses de edades entre 70 y 100 años, concluye Schirrmacher: «Más de dos tercios opinan que pueden decidir sobre su propia vida y se sienten autónomos e independientes. Más de nueve de cada diez se plantean aún metas claras en la vida, y sólo un tercio está preferentemente orientado hacia el pasado».

El libro de Schirrmacher no propone soluciones concretas, aunque su autor opina que retirar a ancianos perfectamente sanos del ciclo productivo es un error. Los cambios en ese sentido requerirán un consenso político, pero ante todo un cambio cultural: y hacia éste apunta el libro. Hay que perder el miedo a reconocer que el mito de la eterna juventud es falso. Naturalmente, una sociedad envejecida comporta problemas: pero un anciano no es un problema. Y no contar con los ancianos para resolver esos problemas sería, quizá, el más grave error del siglo XXI.

Santiago MataLa misiónEn la introducción a la tercera parte, Schirrmacher expone la «misión» de los que en el futuro constituirán la mayoría de la población en los países con un sistema sanitario desarrollado (y que no son «Occidente», ya que también China forma parte de ellos).

Nuestra misión es hacernos viejos. No tenemos otra. Es la tarea de nuestra vida.

Tiene usted que aprender a tener 50 y 60 años. Sus próximos cumpleaños adquirirán un peso totalmente distinto, en razón del cambio en la composición de nuestra sociedad. Y tiene que aprender qué significa tener 70, 80 e incluso 90 años sin volverse por ello mudo.

Sobre todo tiene usted que vivir, por muy chocante que este llamamiento pueda parecerle hoy.

Habrá muchos que le ofrezcan la huida o la deserción, por ejemplo en forma de suicidio. Mientras usted hace deporte, sigue una alimentación sana y se encarga de pagar su jubilación, ya se han escrito los libros y ensayos que argumentan cómo justificar moralmente que le maten a usted cuando sea viejo.

La propaganda del enemigo tratará de convencerle para que deje de creer en su misión. Los enemigos están por todas partes: son gente vieja y joven, la publicidad y los medios, los burócratas que quieren ponerle bajo la tutela social del Estado, aquellos que creen poder definir el tiempo de vida durante el cual se puede trabajar. Usarán todo tipo de trucos para conquistar y colonizar la confianza que usted tiene en sí mismo. El ataque empieza en su imagen ante el espejo y termina en su cerebro.

Usted debe estar prevenido frente a dos oleadas de ataque, a cual más monstruosa. La primera (la de la imagen del espejo) dice: «viejo y feo». La segunda (la del cerebro) dice: «viejo y senil». No se deje engañar. No cometa el error de desperdiciar ahora sus recursos emocionales e intelectuales con el miedo al futuro. Los va a necesitar.

Las diez tesis de SchirrmacherEl semanario Focus resumió así las diez tesis principales de este libro:

1. Estamos perdiendo nuestro recurso más importante: nuestro tiempo vital.

2. Los juicios discriminatorios sobre la mente y el aspecto de los viejos son en su mayoría tonterías.

3. El cerebro es un músculo que al parecer se deja entrenar hasta la más profunda vejez.

4. Ya son muchos los que no se dejan convencer de que son inútiles porque tienen 50, 60 ó 70 años.

5. No sólo envejecemos las personas: también la sociedad y el continente serán cada vez más viejos.

6. Estamos ante un cambio radical: nunca en la historia hubo más viejos que jóvenes.

7. La esperanza de vida parece no tener límite: todos seremos más viejos de lo que nos habíamos imaginado.

8. Hemos llegado a un punto en el que quien escribe un libro sobre el envejecimiento muestra con ello tener un problema del que se avergüenza.

9. ¡Tenemos que defendernos frente a la tiranía de las ilusiones juveniles y del racismo contra los viejos!

10. Si no cambiamos nada, nuestras sociedades occidentales presenciarán una guerra entre las generaciones y un enfrentamiento global entre Estados jóvenes y Estados envejecidos.

____________________(1) Frank Schirrmacher. Das Methusalem-Komplott. Blessing. Múnich (2004). 200 págs. 16 €.

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