Antisemitismo sin antisemitas

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

David Klinghoffer, judío estadounidense, director literario de National Review, escribe en First Things (Nueva York, abril 1998) sobre las denuncias contra amenazas antisemitas.

(…) The New York Times informaba de que algunos [judíos] hasidim habían sido acusados de defraudar al fisco varios millones de dólares en una operación inmobiliaria. Se cursaron a todos citaciones judiciales un mismo día a las seis de la mañana, a fin de asegurar que los citados estuvieran en sus domicilios para recibir los documentos personalmente. Ser despertados a tan temprana hora, dijeron aquellos judíos, fue causa de miedo para los niños, y algo que «recordaba el Holocausto que hace décadas sufrieron tantos judíos».

Para muchos de nosotros, judíos, últimamente cualquier cosa, en cualquier parte, evoca el Holocausto. La verdad es que el antisemitismo se ha convertido en una obsesión. Ya han oído la expresión «antisemitismo sin judíos», que se emplea para describir la hostilidad hacia los judíos que existe en países donde no hay judíos, como Polonia. En la comunidad judía estadounidense tenemos antisemitismo sin antisemitas. O casi sin antisemitas. En un país tan grande como este es inevitable encontrar chalados y maniáticos, odiadores y despreciadores de todo género, si uno se esfuerza lo suficiente por buscarlos.

Por lo visto, todos los meses la Liga Anti-Difamación denuncia a algún militar de tres al cuarto que dijo «judío» con la boca torcida, o a algún grupo evangélico que tuvo la temeridad de contratar a un hombre y a una secretaria para emprender el quijotesco empeño de convertir al baptismo a todos los judíos del país. Nosotros seguimos estos sucesos con ojos de horror.

Periódicamente recibo una carta, dentro de un gran sobre negro, del Centro Simon Wiesenthal, que pide donativos y anuncia un porvenir oscuro para el pueblo judío: «Los brotes de una nueva y virulenta cepa de antisemitismo que surge por todo el mundo exigen una decisión de su parte. Urgente: se pide pronta respuesta». O recibo un sobre de formato comercial de la Liga Anti-Difamación (¿o es del Congreso Judío Mundial?), también para recaudar fondos, que contiene una foto de dos adolescentes skinheads de desagradable aspecto, con una bandera nazi de fondo y un pie que dice: «Protegemos a tus chicos de estos chicos». En realidad, por supuesto, los niños judíos norteamericanos corren mucho mayor peligro de ser atropellados por un conductor borracho, o de electrocutarse al caérseles al agua una radio enchufada mientras están en la bañera, que de que un neonazi les arranque un solo pelo de la cabeza.

Nuestra obsesión con el símbolo supremo del antisemitismo, el Holocausto, ha llegado a ser notorio. No se alcanza a ver el fin de los libros de historia sobre el Holocausto, las novelas sobre el Holocausto, los programas de televisión sobre el Holocausto, los artículos de prensa sobre el Holocausto, las cátedras universitarias de estudios sobre el Holocausto, los museos del Holocausto, los poemas, pinturas o esculturas sobre el Holocausto. Es más, parece que la corriente cobra fuerza. Toda sinagoga o centro judío que se precie ha de tener su memorial del Holocausto, cuanto más rebuscado y grotesco, mejor. Cierto día atravesaba en coche una zona residencial de Seattle, rica en arbolado, cuando vi una especie de edificio público con un enorme y extraño cilindro negro de hormigón delante, que tenía en su superficie lo que parecía ser el rostro del demonio. ¿Quién habría erigido aquel siniestro tótem? Sí, por supuesto, era el centro judío del barrio que exhibía con orgullo su memorial del Holocausto.

Cada vez que nos pasa algo desagradable, cada vez que se nos juzga o critica, con razón o sin ella, tendemos, colectivamente, a ver nuestro malestar desde la perspectiva del Holocausto. Funcionamos con la suposición de que el antisemitismo siempre amenaza surgir de debajo de la superficie de la sociedad y puede traernos otra prueba como aquella. Si así no fuera, ¿qué sentido tendría recordar y recordar, acusar y acusar, tal como hacemos? (…) El impulso de ver antisemitismo donde no lo hay es tan poderoso, que impregna la cultura judía en todos los niveles, tanto entre los judíos practicantes como entre los no creyentes. (…)

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.