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Ancianos de países ricos, atendidos gracias al personal sanitario inmigrante

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La calidad de los cuidados a las personas mayores en los países desarrollados va a depender cada vez más de las enfermeras y auxiliares procedentes de países del Tercer Mundo. Esta es la conclusión de un estudio realizado por la American Association of Retired Persons (AARP) -titulado «We Shall Travel On»-, que revela esta faceta de la inmigración, tan positiva para los países ricos con poblaciones envejecidas.

El caso de Estados Unidos es paradigmático. El estudio se hace eco de las últimas predicciones del Ministerio de Sanidad de este país y señala que, para el 2010, el número de profesionales dedicados a cuidados de larga duración debería pasar de 1,9 a 2,7 millones (equivalente a un crecimiento del 45%). Esto significa que, a menos que haya más nacionales dispuestos a trabajar en estas profesiones, habrá que recurrir al extranjero para atender la demanda.

Debido al envejecimiento de la población y al desinterés por este tipo de trabajos en los países industrializados, la realidad es que en los últimos años se ha disparado la presencia de extranjeros en el sector sanitario (ver Aceprensa 77/03) y asistencial. En Estados Unidos, el número de enfermeras extranjeras dedicadas a cuidados de larga duración se ha multiplicado casi por cuatro desde 1990, mientras que el de auxiliares sanitarias extranjeras se ha duplicado. En las grandes ciudades 1 de cada 4 enfermeras y auxiliares que trabajan en residencias de ancianos es inmigrante. En conjunto, la proporción de trabajadores extranjeros dedicados a cuidar a mayores pasó del 6% en 1980 al 16% en 2003.

En el Reino Unido, que es el mayor importador de personal sanitario del mundo, el número de enfermeras y trabajadoras asistenciales procedentes de África se ha multiplicado por cuatro entre 1998 y 2004. En los países escandinavos, el porcentaje de trabajadores inmigrantes que se dedican a servicios sanitarios y asistenciales ronda el 20%. En Italia, casi la mitad de trabajadores inmigrantes poco cualificados -muchos de ellos indocumentados- se dedican a cuidar a ancianos en sus domicilios. En España no hay datos sobre personal sanitario, pero es cada vez más habitual la imagen de ancianos atendidos por inmigrantes jóvenes.

Invertir en formación

Para Donald L. Redfoot, co-autor del estudio, el creciente número de cuidadoras extranjeras en los países industrializados plantea también algunas dificultades. En primer lugar, dice, las diferencias de lengua y cultura suponen inevitablemente barreras entre las cuidadoras y las personas a las que atienden (en su mayoría ancianos, a veces con demencia senil). Según el estudio, el 12% de las cuidadoras extranjeras admite tener problemas para entenderse en inglés con el paciente.

Para los países en desarrollo, la emigración de personal cualificado debilita unas estructuras sanitarias ya de por sí deficientes. Así, en el África subsahariana, muchos países tienen menos de 20 enfermeras por cada 100.000 habitantes, mientras que en Noruega o en Finlandia la proporción es 50 veces mayor.

Pero no todos los países de emigración sufren tanto las consecuencias. En Filipinas, el 70% de las enfermeras ha trabajado en otro país en los últimos años (cada año lo hacen unas 15.000). Sin embargo, el país se beneficia de las remesas que envían las emigrantes y de la formación con la que regresan luego a casa.

China ha seguido el ejemplo de Filipinas y ha entrado con fuerza en el mercado. Como explica Ron Hoppe en declaraciones a «Los Angeles Times» (20-10-2005), en poco tiempo China ha sabido formar a nuevas trabajadoras cualificadas para que se dediquen a los cuidados de larga duración. En las universidades hay programas de formación especializada y se ofrecen cursos de inglés.

Con el fin de ofrecer una solución en la que salgan ganando todos, el estudio concluye advirtiendo que es necesario un compromiso mayor por parte de los países industrializados con respecto a los países en desarrollo. A juicio de los autores, invertir en la formación del personal asistencial en estos países es invertir en la calidad de la atención que luego reciben los beneficiarios en los países industrializados.

Juan Meseguer Velasco

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