Alemania se pregunta si la coeducación discrimina a las chicas

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En unos tiempos que han visto tambalearse tantas certezas, no es de extrañar que también se pongan en duda las nuevas ideas establecidas. Así, un feminismo menos dogmático está reconsiderando su modo de abordar algunos asuntos, como lo demuestran tres debates de actualidad. En Alemania, la defensa de la educación diferenciada para las chicas surge ahora desde las filas feministas; Naomi Wolf, una célebre feminista norteamericana, sorprende al mantener que la legalización del aborto, que ella sigue defendiendo, no debe hacer olvidar que se está suprimiendo una vida humana; y para el feminismo italiano, los métodos naturales de regulación de la fertilidad recobran su valor.

Viena. «Lo que a finales de los años sesenta se celebró como una gran reforma -la enseñanza conjunta de chicos y chicas en todas las asignaturas- ha resultado ser un fallo tremendo. Por aquel entonces profesores, políticos e investigadores creyeron que la coeducación traería consigo automáticamente la igualdad de derechos. La idea de los reformadores, como se está viendo cada vez más claro, fue uno de los errores pedagógicos más graves de los últimos decenios».

Esta drástica afirmación no ha sido sacada de una revista «conservadora» norteamericana, sino del semanario alemán Der Spiegel (6-V-96), que siempre se ha caracterizado por su tendencia socialista. La revista dedica 15 páginas a analizar lo que los expertos empiezan a llamar «el fallo de la coeducación». El artículo resulta chocante y ha provocado mucha discusión en Alemania. Pero demuestra que los resultados están llevando a replantearse los pros y los contras de la coeducación, que hasta ahora parecía intocable. Muchas feministas alemanas se han pasado al otro extremo, y mantienen que la coeducación es una forma más de opresión de la mujer. Así, la revista feminista Emma habla siempre de la «K.O. edukation» y pide una separación inmediata por sexos para «proteger a las chicas del dominio masculino».

Dominio masculino

Der Spiegel describe así la situación actual en las clases mixtas alemanas: «Los chicos intervienen en las clases el doble que las chicas y reciben muchas más alabanzas y castigos ya que por su activismo llaman más la atención; las intervenciones de las chicas son interrumpidas y completadas por aclaraciones de los chicos; los chicos con buenas notas son calificados por los profesores como despiertos e inteligentes, mientras que las chicas con buenas notas son consideradas como trabajadoras y ordenadas».

Ante este panorama, Peter Struck, de la Universidad de Hamburgo, dice que «aunque las clases mixtas siempre se han presentado como un avance, la separación de chicos y chicas sería una ventaja para todos». Y la feminista Lore Hoffmann, pedagoga de la Universidad de Kiel, reconoce que con la educación diferenciada se consigue que las chicas se interesen mucho más por «las típicas asignaturas de chicos como son informática, química o matemáticas, al estar las clases orientadas según sus necesidades».

Heide Simonis, parlamentaria del Bundestag alemán por el partido socialista (SPD) y conocida feminista, defiende claramente la educación diferenciada: «Es necesario deshacerse definitivamente de un prejuicio: el de pensar que las escuelas femeninas producen sólo feministas enemigas de los varones, y que las chicas necesitan clases conjuntas con los chicos para no estar en desventaja en el trabajo profesional. Esto es totalmente falso, como lo es también la afirmación de que chicos y chicas aprenden a conocerse mejor gracias a clases mixtas».

En algunos Länder se ha llegado a aprobar leyes experimentales que quieren volver a la llamada educación diferenciada, al menos en algunas asignaturas. Lo que más llama la atención es que la iniciativa ha salido del SPD, que ya en 1990 a través de la consejera de Educación Eva Rühmkorf incluyó en la legislación que «por razones pedagógicas se puede tener clases separadas en algunas asignaturas». Este parágrafo se ha incluido también en Berlín y Hessen.

Las ciencias, en manos de los chicos

El semanario alemán destaca también que la educación separada puede acabar con el cliché de las asignaturas para chicos y asignaturas para chicas: en las clases los chicos dominan las asignaturas técnicas y las chicas los idiomas. Las estadísticas muestran que en la Universidad hay carreras donde predominan los varones y carreras para mujeres. Así, en Alemania, en 1993, el 96,3% de los alumnos de Electrotécnica eran varones. El predominio era abrumador también en Ingeniería industrial (81,7%), Física (89,5%), Informática (77%), Química (71,5%) e incluso Económicas (65,2%); mientras que las mujeres eligen sobre todo humanidades e idiomas: Filología inglesa (71,5%), Filología Alemana (71,9%)… «De este modo, desde la educación en los colegios mixtos se prepara a la mujer para una desigualdad en el mundo laboral, no dejándole desarrollar todas sus funciones en estudios que le permitirían mayores ingresos económicos», sentencia Der Spiegel.

Según una directora de colegio, Johanna Mehler, «las chicas pierden el interés por las matemáticas y ciencias al verse superadas constantemente por los chicos. Pero eso se debe a que con la coeducación no se han tenido en cuenta las diferencias reales entre chicos y chicas. Los planes de estudio no se han adaptado, sino que se han dejado como estaban, pensados para los chicos. Las chicas van a otro ritmo, pero pueden llegar a entender y asimilar mejor que los chicos aspectos de físicas o matemáticas».

«Experimentos escolares en Berlín, Hamburgo, Baja Sajonia y Westfalia han demostrado que las chicas se pueden entusiasmar por las asignaturas calificadas de masculinas, tan pronto como se encuentran entre ellas y se ven liberadas del cliché de muñecas sin aptitudes en las asignaturas técnicas».

Aunque el debate se centra en la enseñanza primaria y secundaria, la revista señala una iniciativa de fundar en Alemania una universidad sólo para mujeres. Der Spiegel trae como ejemplo el éxito de los colleges femeninos en EE.UU., donde existen 84 escuelas superiores que sólo admiten a alumnas. Desde 1990 se ha doblado el número de solicitudes de admisión. Las estadísticas muestran que a pesar de que sólo un 7% de las universitarias norteamericanas estudian en esas universidades, el 25% de las parlamentarias en el congreso y un tercio de las managers de las mil empresas con más éxito provienen de esas escuelas.

Lo cierto es que la coeducación empieza a ser discutida, al igual que ha ocurrido en países como Gran Bretaña, Escandinavia, Australia o Suiza (1). Y si antes se consideraba como un modelo uniforme para todos, ahora empieza a considerarse como una opción junto a la educación diferenciada. Poco a poco se está viendo que la igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer no pasa obligatoriamente por tratar de forma igual a seres que son distintos.

José María López-Barajas

 


Aborto: ¿un derecho al mal?

En el debate sobre el aborto en EE.UU. ha causado sorpresa y cierto revuelo un artículo (2) de la destacada feminista Naomi Wolf. Ella sigue defendiendo el aborto a petición; pero dice que habría que reconocer abiertamente que el aborto es un mal y que supone la muerte de un ser humano.

Wolf, conocida sobre todo por su libro The Beauty Myth, es una de las feministas que en los últimos años han suavizado sus posturas. Muestra de este revisionismo es su última obra, Fire with Fire (1993): allí sostiene que el feminismo «se ha cerrado a una enorme multitud: mujeres que no están seguras de apoyar el aborto, o se oponen activamente a él; (…) mujeres que rechazan firmemente considerarse víctimas; mujeres descontentas con lo que les parece una actitud antimasculina; mujeres conservadoras, y los hombres mismos». Por eso se muestra a favor de sustituir el viejo «feminismo victimista» por otro que «odie el sexismo sin odiar a los hombres».

También su propuesta en relación con el aborto se dirige, desde al punto de vista táctico, a que el bando prochoice recupere «el centro». El movimiento pro-choice debe admitir «que la muerte del feto es una muerte verdadera; que en la decisión de abortar hay grados de culpabilidad, conciencia y responsabilidad; que el feminismo bien entendido implica enfrentar a las mujeres, así como a los hombres, con las responsabilidades inseparables de sus derechos; y que necesitamos tener la valentía de reconocer que la elevada tasa de abortos de este país -más del 25% en relación con los embarazos- sólo puede entenderse (…) como un fracaso».

Según Wolf, la actual retórica abortista conduce a tres errores: dos morales -endurecimiento de la conciencia y falsedad- y uno estratégico.

Niños deseados o indeseables

El primer error moral viene de cerrar los ojos a la realidad de la vida humana que se desarrolla en el seno materno. Los abortistas -recuerda Wolf- rechazan con fuerza que se muestren fotografías de no nacidos -como gustan hacer los pro-vida-, práctica que consideran terrorismo psicológico.

Pero, señala Wolf, «aunque las imágenes de la muerte violenta de un feto [abortado] sean magníficos instrumentos de polémica para los pro-vida, las fotos no son polémicas en sí mismas: son hechos biológicos, y lo sabemos». Así que «el eslogan pro-vida ‘El aborto para un corazón que late’ es una verdad incontrovertible».

La prueba es que la exhibición de fotos y ecografías de fetos no provoca esa reacción, cuando se dirige a padres que desean el hijo que esperan. «Entonces, ¿los fetos queridos son criaturas encantadoras (…) que en las ecografías son igual que papá, pero los no queridos son simple ‘material uterino’?».

Así, «los pro-vida tienen un fondo de razón cuando advierten que la difusión del aborto supone el peligro de que se rebaje la reverencia por la vida: una retórica de libre mercado sobre el aborto puede, ciertamente, contribuir a la extraña situación que contemplamos, donde parece que se ve a los niños no como criaturas a las que los padres dedican la vida, sino como equipamiento para elevar la calidad de vida de los padres».

En segundo lugar, añade Wolf, la retórica abortista es, en muchas ocasiones, la máscara de la insinceridad. A veces, abortan mujeres en situaciones muy difíciles. Pero hay también «millones» de abortos decididos «por estudiantes de universidad, profesionales y gente de clase media y media-alta». Y cuenta por qué ella misma decidió usar la «píldora del día siguiente» cuando estudiaba en Europa: «Había dos pesos en la balanza: yo y el bebé, y pesó más el primero». Wolf cree que la embarazada tiene derecho a obrar así; pero «no blanqueemos el interés propio con el lenguaje del sacrificio».

En conclusión, «el aborto debe ser legal; a veces es incluso necesario. A veces la madre ha de poder decidir que el feto, un ser plenamente humano, debe morir. Pero nunca es justo ni necesario rebajar el valor de la vida que se sacrifica». Lo contrario es, además, una mala estrategia que priva al bando pro-choice del apoyo del «centro», que no podrá aceptar una defensa del aborto que no lo reconozca como un mal lamentable y sea ajena a toda consideración ética.

Expiación

Pero ¿cómo defender el derecho a abortar y a la vez estimular a no hacerlo? Aquí está la parte más novedosa y más discutida de la argumentación de Wolf. Si el aborto es un mal, no vale escudarse en referencias a la «intimidad» o a que es «una decisión intensamente personal», como hace la retórica pro-choice. «No, la elección de una alfombra es una decisión intensamente personal». Para defender la posibilidad de abortar en un contexto moral, dice Wolf, hay que introducir dos elementos distintos del simple yo: Dios y la conciencia.

Que el aborto deba ser legal, explica, no significa que sea moral. La retórica abortista confunde ambas cosas. Wolf afirma que la mujer que aborta «debe comprender que no ha estado a la altura debida, y que tiene que pedir perdón y expiar por ello».

A partir de aquí, el artículo adquiere un fuerte tono religioso. La penitencia -ante Dios, o ante la propia conciencia, si uno no es creyente- repara el mal que es el aborto. Ahora bien, ¿cómo se puede afirmar que se tiene derecho a hacer algo por lo que habrá que expiar?

Escribe la autora, a propósito de los modos de «expiar»: «Si uno cree que abortar es matar pero sigue siendo pro-choice, podría intentar emplear siempre anticonceptivos; si tuviera que abortar, podría entonces esforzarse para proporcionar anticonceptivos, o empleo, u otras posibilidades a las chicas jóvenes; podría dar dinero a programas de atención prenatal a mujeres pobres; si es madre o padre, podría recordar al hijo abortado cada vez que estuviera tentado de ser menos cariñoso con el hijo vivo, y mostrarle renovado amor. Y así sucesivamente: penitencia».

Todo sigue igual

En suma, Naomi Wolf expone con claridad verdades nunca oídas en boca de los pro-choice. Pero ¿representa su propuesta un verdadero cambio en la postura abortista? En el número del primer trimestre de este año, The Human Life Review publica varios comentarios al artículo de Wolf. En general, los autores elogian su sinceridad, pero también señalan la incoherencia de la solución que propone.

Por ejemplo, Wolf subraya que la anticoncepción es la forma de prevenir el aborto. Pero en todas partes lo uno y lo otro aumentan juntos. Atribuir el aborto a un «fallo del anticonceptivo» puede ser verdad en algún caso, o en muchos, tomados uno por uno; pero en conjunto y en el fondo, el aborto muestra la victoria final de la mentalidad anticonceptiva. En fin, es incoherente lamentar que haya abortos y defender el uso irresponsable del sexo.

George McKenna advierte que es contradictorio llamar mal al aborto y sostener el derecho a cometerlo. Pues Wolf, aun reconociendo que hay abortos decididos por «malos motivos», no dice en qué casos sería inmoral: remite el asunto a la conciencia y Dios. Pero, si -como afirma Wolf- siempre se puede decidir abortar, Dios funciona como un mero recurso retórico, pues en todo caso podrá ser invocado como testigo aquiescente. Entonces, no es más que el yo quien decide el aborto consigo mismo.

Por tanto, Wolf parece aconsejar el remordimiento como medio de tranquilizar la conciencia. La suya es una extraña idea de la penitencia: una especie de patente de corso con que se compra el derecho moral a cometer el mal. O, como dice McKenna, el mensaje de Wolf es: «Siéntete mal y te sentirás bien».

Por eso, al final, todo queda como antes: se mantiene el aborto legal a petición, que es lo que a los pro-choice en definitiva importa.

Rafael Serrano

 


Feministas italianas a favor de la «contracepción natural»

Roma. «¿Por qué dejar a los católicos la contracepción practicada conforme a los métodos naturales?». Es la cuestión que se plantea un artículo publicado por la revista Noi Donne (mayo 1996), considerada órgano de expresión del feminismo italiano. Además de destacar su carácter ecológico, la revista pone de relieve que «los científicos de todo el mundo concuerdan en confirmar hoy que los porcentajes de eficacia de los métodos naturales son parejos a los de la píldora».

Bastó que este baluarte del feminismo dedicara al tema dos páginas, firmadas por una colaboradora, para que los diarios lo interpretaran como un síntoma de cierto cambio de fondo en los planteamientos del feminismo «histórico». Pero la directora de la publicación, Bia Sarasini, ha precisado en unas declaraciones a la prensa cuál había sido su intención: «Hemos querido subrayar, simplemente, que la contracepción natural es una de las opciones con las que cuentan las mujeres, sobre todo porque les ayuda a vivir con mayor respeto la relación con su cuerpo y con su sexualidad. Elementos que desde siempre son patrimonio de la cultura femenina».

Un observador podría comentar que hasta ahora poco se había notado que ese punto formara parte de tal patrimonio, por más que Sarasini insista en puntualizar que el «movimiento feminista conoce desde siempre los contraceptivos naturales». La impresión, más bien, es que el feminismo radical ha ignorado, cuando no ridiculizado, esos métodos. Ejemplo reciente son las escasas referencias que merecieron en los documentos preparatorios para las conferencias de El Cairo y Pekín, elaborados bajo la evidente influencia de ese feminismo radical.

Valores ecológicos y feministas

Por si alguien dedujera lo contrario, la articulista deja claro que la defensa de la llamada «contracepción natural» no se debe a motivos morales, sino al deseo de acomodarse a los ritmos de la naturaleza.

Su razonamiento es que las sociedades industrializadas han favorecido el desarrollo de una cultura pragmática y utilitarista. «Hoy somos testigos de una inversión de tendencia que tiende a recuperar valores más respetuosos con la naturaleza». Florecen así soluciones alternativas (agricultura biológica, bioarquitectura, medicinas naturales, etc.), que ponen en relación el microcosmos y el macrocosmos. «Las mujeres particularmente sensibles a valores ecológicos y feministas siguen los ritmos biológicos de fertilidad no sólo para evitar la contracepción sintética, sino también para decidir el momento en que concebir su hijo, para elegir el sexo, o para lograr la concepción. Todas sienten la necesidad de conocer mejor las interrelaciones entre cuerpo, mente y energía, para vivir en el respeto de su naturaleza incluso la sexualidad».

El afán por alejar todo lo que pueda sonar a un «arrepentimiento» se manifiesta también, por ejemplo, en calificar repetidamente como contraceptivos los métodos naturales de regulación de la natalidad, con lo que se presentan sólo como una opción más.

En este sentido, se mantienen naturalmente las distancias con los católicos. Es más, se observa una palpable desinformación: al referir unos datos estadísticos sobre la contracepción en Italia, la articulista afirma que «los métodos naturales los utilizan el 3,9 por ciento de los italianos, con un presumible aumento después de la histórica concesión del Papa, que en 1993 concedió su uso para limitar los nacimientos».

Naturalmente, el Papa no hizo ninguna «histórica concesión», sino que, con ocasión de un congreso científico sobre la materia, reafirmó la doctrina católica sobre la regulación de la fertilidad y puso el acento sobre la visión antropológica que la sostiene, radicalmente distinta del utilitarismo contraceptivo.

Con lo dicho hasta aquí, no se puede sostener que se haya producido un cambio radical en cierta mentalidad feminista; pero sí que existen síntomas de que han caído algunos tabúes. Hace años, por ejemplo, hubiera sido impensable leer en este contexto frases como: «la presión ejercida por los lobbies farmacéuticos en el campo de la información científica hizo que se duplicara en diez años el uso de la píldora».

Diego Contreras

_________________________

(1) Una síntesis de los argumentos a favor y en contra, la presenta Víctor García Hoz, El debate sobre la coeducación (servicio 143/95). Referencias al debate en distintos países en los últimos años se encuentran en la voz Educación diferenciada.

(2) «Our Bodies, Our Souls», The New Republic (16-X-95).

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