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Alemania: abusos de menores en la Iglesia y fuera

publicado
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En muchas ocasiones se mezclan abusos sexuales y castigos corporales o malos tratos. El ambiente en que se produce la mayoría de los abusos es la familia, no la escuela ni la Iglesia.

Colonia. El 28 de enero saltaron a los titulares de un periódico de Berlín, Der Tagesspiegel, los primeros casos de abusos sexuales cometidos en un colegio católico; se trataba de sucesos ocurridos en los años 70 y 80 en el Canisius-Kolleg dirigido por los jesuitas en Berlín. Los autores eran antiguos profesores (religiosos jesuitas) que abandonaron el colegio -y alguno, también la orden- hace ya decenios.

Según la legislación alemana vigente, todos esos casos estaban ya prescritos, porque la responsabilidad penal se extingue diez años después de que la víctima haya cumplido 18 años. Precisamente, una de las propuestas que se han hecho en este contexto es ampliar al plazo; por ejemplo, el arzobispo de Bamberg, Ludwig Schick, propone dejarlo en 30 años.

Reacción en cadena

Aquello fue el comienzo de una reacción en cadena; pocas semanas después, mientras aún seguían las noticias de los abusos en Berlín, se dieron a conocer otros casos en Baviera, en la escuela de la Abadía benedictina de Ettal, muy conocida en toda Alemania, y entre los Regensburger Domspatzen (coro de niños cantores de Ratisbona), caso que ha despertado especial eco en los medios, por haber sido su director durante treinta años -de 1964 a 1994- Georg Ratzinger, el hermano del Papa.

A Ettal acudió el Fiscal del Estado Thomas Pfister para investigar los hechos. En el balance que hacía de su investigación, Pfister mezclaba sin embargo los casos de abusos sexuales (Missbrauch) con los de castigos corporales o malos tratos (Misshandlung). Así, cuando Pfister habla de unas 100 víctimas de “un número claramente superior a 10 profesores” no queda claro si se refiere a “profesores que pegaban sistemática y brutalmente” o a verdaderos abusos sexuales. Se mezclan así -como también ha sucedido en el caso de los niños cantores de Ratisbona- dos hechos muy distintos. Los castigos corporales, por muy reprobables que se consideren hoy en día, eran en las décadas de los 60 y de los 70 una praxis muy generalizada, y no solo en las escuelas llevadas por religiosos.

Si no sorprende que el semanario Der Spiegel, por su vena anticatólica, aprovechara la situación para atacar a la Iglesia ya desde la portada, sí llamaron la atención las vehementes declaraciones de la ministra alemana de Justicia, la liberal Sabine Leutheusser-Schnarrenberger, que acusó a la Iglesia de alzar un “muro de silencio” en torno a estos casos. La ministra se escudaba en una directiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe que, según Leutheusser-Schnarrenberger, obligaba a someter esos asuntos a silencio de oficio y no ponerlos en conocimiento de la autoridad estatal (lo primero es exacto, lo segundo es erróneo: cfr. Aceprensa, 16-01-2002).

La Conferencia Episcopal, a través de su presidente, el arzobispo Robert Zollitsch, lo desmintió inmediatamente e instó a la ministra a que se retractara. El antiguo presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Karl Lehmann, descendió a más detalles en un artículo para el Allgemeine Zeitung: “Se trata de un crimen, de una falta grave y un pecado mortal”, y continúa: “Fuimos el primer grupo social en redactar una ‘guía’ para el trato con víctimas y autores (2002) y la revisamos, después de las primeras experiencias, con expertos y en dos ocasiones (2005 y 2008). Es totalmente absurdo decir que la Iglesia católica no tiene una voluntad convincente para esclarecer los hechos”.

También otros políticos, como Stephan Mayer (cristiano-social, CSU), respondieron a la ministra de Justicia: “No veo que la Iglesia católica alce un muro de silencio”; el vice-portavoz del grupo parlamentario cristiano-demócrata (CDU), Günter Krings, añadía: “Quien limita el problema a la Iglesia católica, no lo ha comprendido realmente”.

Poco después, saltaba la noticia de que también en una escuela laica, el internado de élite de Odenwald, en Heppenheim (Hessen), se habían producido casos de ese tipo. Se ha sabido ya de tres profesores que, en los años 70 y 80 (el último caso conocido hasta ahora data de 1988) abusaron sexualmente de 23 chicos y una chica.

El abuso de los abusos

El conocido psiquiatra Manfred Lütz llegaba incluso a hablar del “abuso de los abusos”: la ministra -al igual que algunos medios de comunicación- aprovecha las noticias para dar rienda suelta a sus resentimientos anticatólicos. A veces, ese furor germanicus lleva hasta el punto de producir gazapos realmente divertidos, como el del Frankfurter Rundschau que, en su versión on-line, exigía: “El Papa debe tomar postura sobre Odenwald”. Solo unas horas más tarde se dieron cuenta y cambiaron el titular: “El Papa debe tomar postura sobre las acusaciones”.

Para muchos se trata de un reflejo: en cuanto oyen hablar de abusos sexuales en el seno de la Iglesia, enseguida lo relacionan con el celibato. Que lo uno nada tiene que ver con lo otro lo acaba de recalcar Christian Pfeiffer, Director del Instituto de investigación criminológica de Hannover, según el diario Stuttgarter Nachrichten: “Pedófilo se es ya a los 15, 16 años; sin embargo, la promesa de vivir el celibato no la hacen los sacerdotes hasta los 25 ó 30 años, cuando la identidad sexual está ya plenamente fundada”. Y concluida diciendo que no entendía por qué algunos dicen que el celibato es culpable de los abusos sexuales.

A esto se ha referido últimamente, por ejemplo, Marian Eleganti, obispo auxiliar de Zúrich: “Esos abusos son crímenes horrendos. Sin embargo, los medios lo empeoran cuando despiertan la impresión de que el mayor peligro son hombres que viven el celibato. Es un hecho sabido que los abusos sexuales se producen sobre todo en la familia”.

Si se tiene en cuenta que, según las estadísticas criminales, cada año aproximadamente 15.000 niños son víctimas de abusos sexuales (y esto se refiere solo a los casos que se denuncian, que se suponen muy inferiores a la realidad), queda muy claro que no son solo la escuela o el club deportivo los ambientes en que sucede. Según Bärbl Meier, presidenta de una asociación de ayuda, más de la mitad de las víctimas tiene una relación familiar con el autor; aproximadamente en el 20 por ciento de los casos es el propio padre y en otro 20 por ciento es el padrastro o nuevo “compañero sentimental” de la madre. El Google alemán da 45.300 resultados cuando se introduce (entrecomillada) la frase “abusos sexuales en la familia” (“Sexueller Missbrauch in der Familie”).

El obispo de Ratisbona, Gerhard Ludwig Müller, se ha referido en una nota de prensa de 15 puntos, tanto a los abusos como a su instrumentalización anticatólica. La nota comienza con una claridad meridiana: “Los abusos sexuales a niños y adolescentes es una infame lesión de su dignidad personal; teológicamente es un pecado mortal”. En los últimos puntos hace referencia a la “unidad personal del espíritu, el alma y el cuerpo”, en el que ha de estar integrada la sexualidad. Y termina con las palabras: “Una renuncia al matrimonio y una vida de continencia sexual es posible y puede ser vivida, cuando se basa en una decisión libre y cuando esa forma del celibato por el servicio al Reino de Dios es aceptada como una vocación carismática”.

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