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Agresiones sexuales y contexto social

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Recientemente el Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Navarra suscitó la polémica al afirmar en su Memoria que en el aumento de agresiones sexuales influía un nuevo contexto social, que da por buenas ciertas situaciones y los comportamientos de algunas mujeres que pueden desencadenar estos hechos. Frente a los que se han rasgado las vestiduras, Aurelio Arteta, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco, ofrece unas reflexiones en El País (25-XI-95).

(…) Aquí cualquier esfuerzo por comprender, con acierto o sin él, el atroz fenómeno de la violación se confunde con una voluntad encubierta de justificarlo, cuando no de animarlo; en todo caso, de atenuar moral o penalmente su condena. Nada de eso hay. (…) La violación es sobre todo un asunto de Código Penal. Pero las costumbres o mores en que aquélla se enmarca, en cambio, son propias del código moral, menos preciso que aquél pero más exigente. De modo que la condena sin paliativos de ese delito -de esa conducta extrema, patológica, criminal- no ha de olvidar medir la calidad de nuestras relaciones sexuales de cada día. Al contrario, acentúa aún más el deber, en unos y en otras, de alcanzar vínculos más humanos entre los sexos. Pues, aunque un comportamiento no sea delictivo, tampoco se convierte sin más en virtuoso o excelente.

(…) Se plantea, por ejemplo, la conveniencia de una conducta, su sentido personal o colectivo, los factores que la fomentan o los efectos que de ella puedan derivarse. Indefectiblemente la respuesta será que el sujeto de tal conducta tiene (o no) derecho a ello, y sanseacabó el debate. (…) Por tan cómodo como necio procedimiento, el qué mismo del problema se olvida en beneficio del se puede o no. Y del se puede se pasa enseguida al se debe, de igual modo que, si algo resulta legal, entonces pasa a ser perfectamente legítimo. (…)

La otra barbaridad acostumbrada en el presente es la reducción de lo moral a lo normal. Esto normal comienza siendo lo sociológicamente mayoritario, lo estadísticamente corriente, pero acaba por ser lo moralmente debido. Si algo es habitual, entonces es como debe ser. Lo normal deviene la norma ideal, y pobre de aquel que se aleje de ella o la ponga en solfa.

(…) Oigamos cómo se expresa la satisfecha conciencia común sobre lo que aquí nos concierne (…). Pues bien, aquella conciencia dirá ante todo que la mujer es muy dueña de vestir como quiera, que es del todo libre para componer los gestos y las poses que le vengan en gana. Desde la legalidad y la normalidad, nada más cierto y, si lo comparamos con la situación argelina en este punto, una notable ganancia. (…) Lo alarmante es que estas mujeres defiendan ese derecho sin restricción, como si -tratándose de una conducta que tiene como forzoso destinatario al otro- no acarreara deber alguno. Pues no es seguro que siempre se haga buen uso de aquella libertad sexual, cada vez al menos que propicia un mal uso de la libertad sexual del varón. Como tantas otras, por lo demás, ha ejercido y ejerce mal el hombre la suya en detrimento de la libertad de la mujer.

Ya me llega el clamor desatado… ¿Pretendo acaso que la violencia sexual masculina viene por sistema precedida de una provocación femenina? Si por tal se entiende una incitación deliberada a esa violencia, claro está que no. Primero, porque habrá casos morbosos que no requieran la menor instigación ajena. Después, porque son ciertas industrias del ocio y de la publicidad, y no la mujer misma, las que parecen favorecer aquella violencia. Y, sobre todo, porque sería absurdo que alguien animara voluntariamente a cometer un delito del que fuera a ser su víctima segura.

Supuesto que no una invitación a la violencia sexual ni siquiera al acoso, parece obvio que muchas mujeres y de una manera regular introducen ante el hombre un estímulo artificial objetivo al contacto o a la aproximación sexual (póngase aquí el término que mejor convenga). Y éste es, como se sabe, el primer origen de un malentendido tan capital como ordinario. ¿O es que la coquetería se apoya en otro fundamento? Algo que el hombre interpreta como una señal clara de ofrecimiento, y que de hecho le excita, en el otro sexo puede carecer por completo de semejante intención, o, aun dándose a medias, ser negada con asombro y disgusto. Tan natural desde la niñez, tan común es su práctica, tan arraigado está ese papel en nuestras compañeras, que bien podrían algunas confesar con franqueza ser inconscientes del estímulo añadido que entrañan la hondura de su escote, la cortedad de su falda, la transparencia de su blusa o las aberturas y apreturas de su vestido.

Cabe preguntar, con todo, si, ésa no es una ignorancia culpable. ¿O aún no han caído en la cuenta de cómo su cuerpo se ha convertido en el más manido reclamo del publicitario, ese psiquiatra perverso de nuestros días?

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