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Aborto seguro, niñas en riesgo

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Ecografía y aborto seguro se suelen presentar como actos médicos que suponen un progreso para las mujeres. En Asia, sin embargo, es una combinación letal, que se está utilizando a gran escala para eliminar a millones de niñas. Hasta tal punto que hay ya un desequilibrio de sexos en gigantes demográficos como India y China. Ante esta deriva inesperada del derecho al aborto, es significativa la reacción de organizaciones que trabajan a favor de los derechos de las mujeres.

En una población normal, nacen aproximadamente 105 niños por cada 100 niñas, proporción que después se equilibra por la mayor mortalidad masculina. Pero en Asia es distinto. En la India, nacen 112 niños por cada 100 niñas. En consecuencia, según el censo de 2001, hay 93,3 mujeres por cada 100 hombres. Esto supone un déficit de unos 35 millones de mujeres, que nunca se había alcanzado en el país. Además el déficit es más acentuado en las generaciones más jóvenes, lo que indica que la eliminación de niñas se está acelerando.

La misma evolución hacia una sociedad más masculina se advierte en China. Allí nacen 117 niños por cada 100 niñas. En el censo de 2000 había aproximadamente 36 millones menos de mujeres que de hombres, dentro de una población total de 1.300 millones. Pero la eliminación de niñas podría ser incluso mayor, habida cuenta de que no pocas nacen y mueren sin ser registradas.

El fenómeno, aunque menos acentuado, se observa también en otros países de la región, como Taiwán, Bangladesh, Pakistán, Afganistán, con poblaciones anormalmente masculinizadas. Corea del Sur, donde todavía nacen 107,4 niños por cada 100 niñas, es el primer país asiático donde la desproporción está declinando desde 2002. En cambio, un dato significativo: hay una auténtica paridad en el único país católico de la zona, Filipinas, donde el aborto no está legalizado.

La tiranía de la dote

¿Por qué en Asia se da esta preferencia por el varón hasta llegar al aborto y al infanticidio selectivo de niñas? Junto al tradicional orgullo por tener un hijo varón, que transmitirá el nombre del padre y se ocupará de sus ritos fúnebres, hay una razón económica poderosa: una hija, al casarse, se va de casa de sus progenitores y pasa a formar parte de la familia de su esposo, mientras que un hijo varón es durante toda la vida el pilar en el que se apoyan sus padres, sobre todo en la vejez, en países donde la protección social es débil. Una hija es una carga, y más si hay que casarla con dote; un hijo, una inversión útil.

La situación que lleva al aborto selectivo de las niñas está bien descrita en el reciente libro de Bénédicte Manier Cuando las mujeres hayan desaparecido1, que se centra sobre todo en lo que ocurre en la India.

En la India la dote, que en su origen era algo que los padres daban a la hija porque no iba a heredar tierras, ha pasado a ser una cantidad pagada al esposo y a la familia política. En los últimos tiempos, para buena parte de la nueva clase media, la dote se ha convertido en la ocasión para una exigencia creciente de regalos, dinero, electrodomésticos… A menudo se chantajea a la familia de la novia con rechazar el matrimonio, e incluso después de la boda la familia del novio puede seguir pidiendo más. Sin dote, las posibilidades de casarse son casi nulas. En teoría, la dote es ilegal desde 1961, pero sigue plenamente implantada en las costumbres.

Una paradoja de la prosperidad

Contra lo que cabría esperar, el rechazo de las niñas y el recurso al aborto no hay que imputarlo a la pobreza, al subdesarrollo y al analfabetismo, sino a la prosperidad. Los grupos sociales más hostiles a las niñas no son los pobres, sino las clases medias, para las cuales el coste de la boda y la dote de la hija constituyen un obstáculo para su ascenso social. Por eso, no es extraño que la proporción de nacimientos de niñas sea menor en los barrios acomodados que en los populares, en las ciudades que en el campo, en los estados más ricos del norte que en los de menor renta. “Casi cabría decir -escribe Manier- que un feto femenino tiene algunas oportunidades más de venir al mundo en un barrio de chabolas del medio rural que en un barrio de clase media”.

En China, la tradicional preferencia por el varón se ha acentuado por la política del “hijo único”, impuesta obligatoriamente desde 1979 con medidas coercitivas (vigilancia de los embarazos, sanciones económicas, abortos forzosos…). Pero las parejas chinas enseguida interpretaron la política del hijo único como la del varón único. Y aunque en el medio rural se permitió luego tener una segunda criatura si la primera había sido niña, el aborto selectivo de niñas sigue dándose a gran escala.

Sinergia funesta

A pesar de que en la India el déficit de mujeres se advirtiera ya en los primeros censos al comienzo del siglo XX, la actual eliminación masiva de niñas es fruto de la “sinergia” entre la preferencia tradicional por el varón y otros factores asociados a la modernidad: el mayor control de la natalidad, la legalización del aborto y el conocimiento del sexo del feto mediante la ecografía.

Tanto en la India como en China, el control de la población ha sido objeto de intensas campañas, a menudo con medidas coercitivas, que han reducido mucho la fecundidad. Las mujeres tienen hoy día una media de 2,9 hijos en la India y 1,6 en China. Pero uno de los efectos de la natalidad planificada es que hay más intolerancia hacia los fetos femeninos.

Así lo explica uno de los testimonios recogidos en el libro: “Antaño, tenías descendencia hasta que por fin llegaba un varón. Luego apareció la planificación familiar (…) y ahora solo hay que tener dos. Así que, si el primero es niña, el segundo necesariamente tiene que ser niño. Y haces todo lo necesario para conseguirlo, abortando los fetos siguientes si son niñas”.

Ecografía + aborto

La ecografía permite ahora conocer el sexo del feto a partir de la decimosexta semana. Y como el aborto, legal en la India desde 1971, está permitido hasta la vigésima semana, hay tiempo de eliminar a la niña indeseada. A las ecografías que conducen al aborto selectivo se les denomina eufemísticamente por las siglas “SD” (iniciales de Sex Detection), de modo similar a como el aborto se denomina aquí IVE.

Para luchar contra el aborto selectivo de niñas, en 1994 se prohibió el diagnóstico prenatal del sexo. Pero no se puede prohibir que un servicio de ginecología haga ecografías, y en la India hay más de 30.000 clínicas de este tipo registradas, y otras muchas clandestinas, donde no hay ningún problema para conocer el sexo del feto. De este modo, ha surgido un negocio muy lucrativo para estas clínicas, que proponen forfaits de “ecografía+aborto” por entre 5.000 y 10.000 rupias (de 95 a 190 euros).

Según las estadísticas oficiales, cada año se realizan en la India 600.000 abortos. Pero los demógrafos aseguran que hay muchos más abortos no declarados. Un estudio publicada en The Lancet a comienzos de 2006, estimaba que cada año 500.000 niñas eran víctimas del aborto.

El aborto “desvirtuado”

Las organizaciones feministas que, como la autora del libro, defienden el derecho al aborto, ven con angustia que se ha convertido en un arma contra las mujeres. Y, aunque evitan utilizar un lenguaje afín al de los grupos pro vida, no pueden evitar que muchas de sus reacciones y propuestas se asemejen.

Hay que ir a la India para oír decir a una feminista: “Es sencillamente el grado máximo de violencia contra las mujeres: el que les niega el mismísimo derecho a nacer”. Sin cuestionar el aborto, lo que las feministas condenan allí es que la ecografía y la interrupción del embarazo, que supuestamente deberían representar un progreso para las mujeres, se hayan “desvirtuado” para volverse contra ellas.

Pero, con la lógica del derecho al aborto, poco se puede objetar. Si el feto puede ser eliminado por cualquier motivo (económico, social, psicológico…) que le haga indeseable para la mujer, ¿por qué no por razón del sexo? Las mujeres indias, al igual que sus maridos, prefieren hijos varones, a los que no hay que dar una dote, entre otras cosas.

El negocio de las clínicas privadas

En la India, las organizaciones feministas no tienen palabras suficientemente fuertes para descalificar a las clínicas que se lucran con los abortos selectivos de niñas. En el libro de Manier se denuncia “la impunidad generalizada de una clase médica” que vive de “esta industria multimillonaria”. El comportamiento de los médicos que utilizan la ecografía para los abortos selectivos es calificado como “ilegal, inmoral y contrario a la ética médica”.

Por eso piden que se obligue a las clínicas a cumplir la ley y reclaman sanciones más duras. Ya en 2001 se reforzaron las penas por abortos selectivos: multas elevadas y hasta cinco años de prisión para los médicos, embargo del aparato de ecografía, suspensión del ejercicio de la medicina y prohibición de ejercer en caso de reincidencia.

Pero, como suele alegarse en el caso del aborto clandestino, si las ecografías para saber el sexo no son legales, siempre se hará lo mismo por la puerta de atrás. La realidad es que el aborto ha entrado en las costumbres, y estas leyes se quedan en papel mojado.

Cruzada selectiva

Junto a las sanciones legales, las organizaciones que luchan contra el aborto selectivo en la India proponen también una serie de medidas que erradiquen las causas del rechazo de las niñas: abolir la dote, un seguro para que los progenitores no dependan en la vejez de la asistencia de un hijo varón, el acceso de las mujeres a empleos que les den una autonomía económica y contribuir así en términos de igualdad a la renta familiar, acceso a la herencia… En definitiva, lo que está en juego es un cambio en el estatus de las mujeres, que pasa por una transformación de las mentalidades.

Pero la gran mayoría de la sociedad india, reconoce Manier, permanece insensible ante este problema de la discriminación prenatal. La autora lamenta incluso que “en el plano religioso, no se ha pronunciado ninguna excomunión”, y las condenas emitidas por las autoridades religiosas (cristiana, sij, musulmana…) surten escaso efecto.

Algunas ONG han decidido luchar contra la eliminación de las niñas con acciones que si las utilizara un grupo pro vida causarían escándalo. “En los pueblos de Tamil Nadu -cuenta Manier- se han creado comités de vigilancia denominados sangam, que llevan un registro de los embarazos en curso en cada aldea y amenazan con denunciar a las familias a la policía en caso de que la madre aborte un feto femenino, de que cometan un infanticidio neonatal o de que se produzca una muerte prematura sospechosa de una niña”.

Si esto no es una “cruzada antiabortista”, se le parece mucho. Pero sería más convincente si no fuera tan selectiva, y abarcara a los dos sexos.

Porque, ante el libro de Bénédicte Manier, que respira indignación moral en muchas de sus páginas, es inevitable plantearse una pregunta: si en vez de haber en Asia, por obra del aborto selectivo, un déficit de cien millones de mujeres, faltaran 50 millones de niñas y 50 millones de niños, ¿ya no habría ningún problema?

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(1) Bénédicte Manier. Cuando las mujeres hayan desaparecido. Cátedra. Madrid (2007). 187 págs. 16 . T.o.: Quand les femmes auront disparu. Traducción: Magalí Martínez Solimán.

 


DOS PELÍCULAS SOBRE EL ABORTO

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