Por una información religiosa más transparente

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Uno de los logros más significativos del viaje de Benedicto XVI a Estados Unidos ha sido el cambio en la percepción de la figura del Papa por la opinión pública. Los comentarios de prensa coinciden en reflejar la sorpresa de mucha gente -católicos y no católicos- ante ese Papa que les ha encantado. Muchos no habrán leído sus profundos discursos y homilías, pero han visto directamente o en la televisión imágenes, gestos y retazos de palabras que les han revelado un hombre muy distinto del que creían conocer. La autenticidad del pastor ha hecho pedazos las caricaturas tan repetidas antes y después de su elección.

El cliché del “guardián de la ortodoxia” ha quedado obsoleto ante un sacerdote que anima más que regaña, y que asegura que “nuestro desafío más urgente es comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios”. La imagen estereotipada del severo profesor ha dado paso a la del pastor afable y cordial, que atiende a unos niños discapacitados y recibe, escucha y consuela a un grupo de víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes. La acusación de una supuesta altivez intelectual ha sido desmentida por su actitud humilde y su sentido del humor. La idea de que su reafirmación de la identidad católica dificultaría el diálogo ecuménico e interreligioso, resulta incompatible con su cálido encuentro con los representantes de otras confesiones y su visita a la sinagoga de Park East para felicitar la Pascua judía.

Ciertamente, esto no quiere decir que el Papa se haya convertido a la espiritualidad del “todo el mundo es bueno” y “no hay que juzgar a nadie”. Ha seguido denunciando con rotundidad la “dictadura del relativismo”. Ha hecho una llamada vibrante a la coherencia entre fe y vida, y ha descalificado la tendencia individualista de la religión a la carta. Ha asegurado que no hay auténtica libertad que no esté basada en la verdad.

Lo nuevo no es la doctrina. Lo nuevo es que el público americano ha descubierto que Benedicto XVI es un pastor que anuncia un mensaje exigente de un modo esperanzador y estimulante.

Ciertamente, después de tres años de pontificado, ya había habido tiempo de descubrirlo. Un Papa que dedica sus dos primeras encíclicas al amor y a la esperanza está demostrando que no es un simple “legalista”. Sus encuentros con los fieles que miércoles tras miércoles llenan la plaza de San Pedro y sus primeros viajes habían demostrado ya su profundo carácter pastoral. Quien se hubiere preocupado de leer sus obras o sus entrevistas habría descubierto ya que es un pensador atento a las tendencias de la época y dispuesto al matiz.

Entonces, ¿cómo es que el público norteamericano no lo había descubierto hasta ahora? Quizá porque esta vez las cámaras han transmitido a millones de hogares cada gesto y cada expresión del Papa, en directo, y con un mínimo de filtros. Así, la realidad se ha impuesto sobre el cliché.

Todo esto es muy positivo, pero también obliga a preguntarse por qué la información religiosa predominante en la prensa internacional ha transmitido con frecuencia una imagen tan desfigurada del Papa. A menudo los informadores pedimos que la Iglesia sea más transparente, que desvele más sus actividades, que no tenga miedo a salir al debate de la opinión pública. Es verdad. Pero también sería deseable que los informadores religiosos fueran más “transparentes”, es decir, que dejaran pasar el mensaje y los hechos de la vida de la Iglesia sin nublarlos con sus propios prejuicios, con la pereza repetidora de estereotipos o con un afán instrumentalizador.

Un informador es siempre un filtro, pues selecciona lo que le parece noticioso, lo enmarca en un contexto y lo presenta con mayor o menor relieve. Lo que se le debe pedir es que lo haga con honradez y profesionalidad, que no oscurezca la doctrina de la Iglesia cuando no le gusta, que no sitúe la información religiosa en un contexto político que la desvirtúa, que nos diga lo que ha hecho y dicho un personaje sin descalificarlo o alabarlo de antemano con su opinión. Y lo que cabe reprochar a buena parte de la información religiosa a propósito del personaje Ratzinger-Benedicto XVI, es que muchas veces haya actuado como un filtro bastante opaco. De lo contrario, no se explica este equívoco de la opinión pública americana sobre la personalidad del Papa.

Esperemos que este viaje de Benedicto XVI a Estados Unidos sirva también para promover una información religiosa más diáfana. No es una cuestión de prensa confesional o laica. Es una cuestión de profesionalidad.

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