Los cruzados ateos de la ciencia

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La convicción de que ciencia y religión son incompatibles nunca ha sido mayoritaria. Pero hoy un puñado de científicos han emprendido una particular cruzada atea publicando libros de divulgación con los que quieren sacar a la humanidad de la vana creencia en Dios. El más conocido es el profesor de Oxford Richard Dawkins, estudioso de la evolución, cuyo libro The God Delusion, traducido ahora al castellano (1), ha alcanzado amplia difusión, y también bastantes críticas de otros colegas científicos.

Dawkins describe su libro como la culminación de su guerra contra la religión. Y aunque es un mamotreto de 480 páginas, es de lectura fácil, casi podríamos decir una lectura ligera. Hay poco que Dawkins no haya dicho antes.

Comienza exonerando a científicos como Einstein de cualquier sospecha de creencia religiosa y condenando el puesto privilegiado que a su juicio tiene la religión en la sociedad. También rechaza el agnosticismo, pues Dawkins cree que «la hipótesis Dios» puede ser abordada por la ciencia, y por lo tanto es empíricamente verificable. Dedica dos capítulos a desacreditar los argumentos a favor de la existencia de Dios. El primero trata de las cuatro primeras vías de Tomás de Aquino y el segundo lo dedica específicamente al argumento del diseño.

Dawkins se ocupa también de la religión en general. Especula sobre posibles motivos para dar razón de que la religión haya estado presente en todas las sociedades. Trata de explicar la moralidad humana utilizando el concepto darwinista de selección natural. En los siguientes capítulos pasa a la ofensiva: los preceptos religiosos son inmorales; las creencias religiosas han causado la mayoría de los problemas del mundo; y la educación de los niños en la fe es una forma de abuso de menores. En el capítulo final Dawkins explica su idea de cómo la ciencia puede ser para la humanidad esa fuente de inspiración que ha sido usurpada por la religión.

Muchas metáforas, pocos argumentos

Aunque trata de la religión, hay pocas referencias directas a textos de teología o filosofía. Cuanto más rico y reconocido es un argumento sobre la existencia de Dios, menos atención le dedica. Su estilo coloquial es claro, pero al precio de la superficialidad. Y es que Dawkins utiliza muchas metáforas, pero pocos argumentos. Prefiere arremeter con ataques indiscriminados: la gente no cree realmente en Dios, pues les entristece morir; el Dios del Antiguo Testamento es «celoso, mezquino, injusto, sanguinario…» (y sigue así durante varias líneas). La mayoría del libro se alimenta de anécdotas personales, burlas sobre fundamentalistas cristianos, terroristas islámicos y la piedad popular católica, junto a historias horribles sobre el fanatismo y la intolerancia religiosa.

Pero Dawkins ciertamente no ha pretendido escribir un trabajo académico. Después de todo, ocupa la cátedra Charles Simonyi para el Conocimiento Público de la Ciencia, y para Dawkins el «conocimiento público» significa dos cosas: popularidad y persuasión. La personalidad y la posición de Dawkins garantizaban que «The God Delusion» sería popular. Pero ¿es convincente?

El tipo de persuasión que Dawkins busca es una persuasión psicológica. Explícitamente dice que se propone hacer consciente al público de cuatro cosas: el poder de la selección natural como causa explicativa; la educación religiosa como una forma de abuso de menores; la posibilidad de ser feliz, equilibrado, ético e intelectualmente completo siendo ateo; y el «orgullo ateo» para contrarrestar la persecución contra los ateos. Dawkins quiere que la gente «atrapada por la religión» sea capaz de «salir del armario» y declarar su ateísmo.

En este sentido, el libro puede ser visto como una especie de guía de autoayuda para ateos.

Aunque Dawkins declara que el culto a la personalidad es altamente indeseable, su libro está plagado de anécdotas personales en las que él sale triunfador, comentarios joviales que ponen de relieve el ingenio colectivo de Dawkins y de los colegas que piensan como él. Se supone que el lector debe sentirse un privilegiado porque se le permita echar un vistazo a las sutiles mentes de esta elite. ¿Pero esto es convincente?

Lo que explica todo

La selección natural es una idea extremadamente poderosa y Dawkins es muy experto a la hora de utilizarla. Sin embargo, cuando la utiliza filosóficamente cae en la redundancia. Por ejemplo, en su modo de entender la moralidad. Dawkins sostiene que tenemos códigos morales porque en el pasado supusieron alguna ventaja selectiva en la evolución. ¿Y cómo sabemos que esos códigos morales conferían alguna ventaja en la selección natural? Porque los tenemos.

Así que tenemos la moral que teníamos que tener: una conclusión redundante y determinista. (Curiosamente, Dawkins «no está interesado» en la cuestión del libre albedrío). La misma conclusión inadecuada vale para su aplicación de la selección natural a Dios, la causalidad, la verdad, la existencia… La selección natural por sí misma no puede explicar el «porqué» de nada.

Otra de las convicciones que Dawkins quiere difundir -«no hay algo así como un niño cristiano»- simplemente manifiesta su prejuicio antirreligioso. Se pregunta por qué un niño con una etiqueta religiosa no es tan escandaloso como «un niño marxista» o como «un niño ateo». Pero ¿sería también indignante que hubiera un «niño inglés» o una «niña india» o un «niño judío»? En realidad, Dawkins disfraza su verdadero propósito -quitar la religión de cualquier identidad cultural- con una acusación emotiva de abuso de menores.

Un espantapájaros religioso

La crítica más repetida contra el libro de Dawkins es que desconoce a su enemigo (la religión), y que monta en su lugar un espantapájaros. Dawkins cree que la llamada «hipótesis Dios» -que «existe una inteligencia sobrehumana y sobrenatural, que deliberadamente diseñó y creó el universo y todo lo que existe en él, incluidos nosotros»- es científicamente comprobable. En el sentido moderno, ciencia es el estudio de la materia física o natural. Pero ¿cómo se puede comprobar una hipótesis que es, por definición, sobrenatural y metafísica?

En realidad, Dawkins no cree que la existencia de Dios sea comprobable. Pero no admitirá ninguna epistemología fuera de la ciencia. Para él, la realidad no material no existe, y por lo tanto Dios no existe. No es extraño que «no esté interesado» en el libre albedrío, o en la causa de que la materia exista. No cree que pueda salir la luz de cualquier cuestión filosófica, sea cual sea. Es un rancio positivista, lleno de prejuicios contra la metafísica.

Phillip Elias
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(1) Richard Dawkins. El espejismo de Dios. Espasa-Calpe. Madrid (2007). 480 págs. 23,90 €. T.o.: The God Delusion.

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