Alemania busca un culpable de la baja natalidad

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¿Son culpables las mujeres de que no nazcan más niños? ¿Los varones? ¿O hay que buscar la causa en una mentalidad que quiere planificarlo todo, sin capacidad ni deseo de sorpresa, paralizada por el miedo a un futuro que no está en nuestras manos controlar? ¿Se trata sólo de dinero? Alemania busca desesperadamente respuestas. Los estudios demográficos y sociológicos compiten por encontrar alguna explicación satisfactoria a por qué la tasa de fecundidad es de sólo 1,37 hijos por mujer.

Eva Herman, presentadora de televisión, considera responsable al feminismo del invierno demográfico que padece Europa, y cree que ha llegado la hora de romper tabúes y hacer balance del resultado de medio siglo de «emancipación de la mujer». ¿Son las mujeres hoy más felices, o por el contrario se han visto «desbordadas» por la exigencia de competir con los hombres en un mundo laboral, que desde hace milenios es el «hábitat natural» del hombre?

La tesis más políticamente incorrecta de Eva Herman es que Dios ha creado a la mujer y al hombre distintos, iguales en dignidad y complementarios, y no como seres destinados a competir entre sí por el poder y las riquezas. En el artículo «Die Emanzipation -ein Irrtum?» (La emancipación, ¿un error?), publicado en la revista «Cicero» (mayo 2006), sostiene que ese modelo está en crisis debido a que «desde hace algunas décadas, las mujeres hemos luchado contra todas aquellas leyes que han garantizado la supervivencia de la especie humana».

Herman no cuestiona el trabajo de la mujer fuera de casa, sino el abandono del hogar, que afecta también al hombre desde el momento en que ha perdido fuerza la complementariedad entre los sexos. El marido no siente ya la misma «vinculación ni responsabilidad» hacia la mujer y la familia.

¿Y qué ha ganado con todo esto la mujer? «La presión materialista nos somete», escribe. «Tanto, que estamos dispuestas a sacrificar a nuestros hijos y el dinero que tanto nos ha costado ganar para que otra persona los cuide. ¿Absurdo? Más que eso (…) La mujer trabajadora se ha convertido en una parte esencial de la sociedad de consumo. Pero libertad y verdadera emancipación sólo hay en muy pocos casos. Y esta sopa, queridas amigas, nos la hemos cocinado nosotras solas».

Es la cultura, estúpido

La novedad, en Alemania, es que estas explicaciones de tipo cultural a la caída de la natalidad comienzan a ganar peso. Ingrid Fischbach, portavoz de la fracción democristiana en el Bundestag para relaciones Iglesia-Estado, cree que lo fundamental hoy es «transmitir señales positivas» sobre los hijos. Pide por ello a los medios de comunicación que asuman su responsabilidad, ya que programas de televisión como «Super-Nanny» (que en España emite la cadena Cuatro) reflejan un cuadro «absolutamente horrible».

Alemania tiene una de las políticas familiares más desarrolladas de Europa, en lo que se refiere a incentivos fiscales y ayudas económicas. Pero también una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. El semanario «Die Zeit», de tendencia izquierdista, ha abierto una sección especial sobre demografía (www.zeit.de/wissen/demografie/index). La novedad del enfoque radica en que no se quieren dar respuestas, sino rebatir las que dan otros. «Die Zeit» descalifica las perspectivas de tipo cultural, que inciden en la difusión del materialismo, el consumismo o el individualismo. Su justificación es que harían falta estudios de muy difícil realización, que analizaran los valores de esta generación y de las precedentes y descubrieran el vínculo con la natalidad.

Más elaboradas están las críticas al modelo economicista, que se fundamenta en el cálculo de «costes y beneficios». El sociólogo Thomas Klein, de Heidelberg, ha estudiado a más de 5.000 mujeres durante un período de 12 años. Su conclusión es que lo decisivo no son tanto los aspectos materiales ni el trabajo o la carrera, sino la percepción del valor que pueden aportar los hijos a la propia vida.

Cuando el varón no ayuda

Un enfoque de pareja es el que hace la socióloga norteamericana Berna Miller Torr, citada por «Die Zeit». Cuando una mujer no recibe ayuda de su marido en casa, la probabilidad de que tenga un segundo hijo es del 51%, pero aumenta al 81% cuando el hombre comparte las tareas domésticas.

El peso de la voluntad del hombre es también destacado en un reciente estudio del Instituto Federal de Investigaciones sobre Población y la Fundación Robert Bosch. A partir de 10.017 entrevistas a personas de entre 20 y los 49 años, se concluye que el número de hijos deseado por los varones es, de media, 1,59, frente a 1,75 por mujer.

En común hay sin embargo una percepción negativa del impacto de los hijos en el nivel de vida: dos de cada tres encuestados responden que empeorará, y sólo uno de cada cuatro cree que la paternidad aumentará su ilusión de vivir. Los datos confirman la tesis del sociólogo de la Universidad de Bielefeld Franz-Xaver Kaufmann, convencido de que el alto valor otorgado al bienestar personal es el principal desincentivo a la natalidad.

Esto es lo que sostiene también, aunque en otros términos, la profesora de Filosofía de la Religión en la Universidad de Dresde Hanna-Barbara Gerl-Falkovitz en una ponencia que recoge www.kath.net. Uno de los rasgos de la mentalidad postmoderna, cree, es que el hombre quiere ser dueño de su destino. Todo se planifica, y la vida nueva pierde su sentido de don divino. Los hijos deben ser perfectos, como uno los ha imaginado, y ahí se abren inquietantes perspectivas de manipulación genética, culminación de la concepción del hijo como propiedad y «derecho».

El misterio no tiene lugar en la vida de muchas personas, y con ello tampoco la alegría para afrontar lo nuevo que traerá cada nuevo día. Pero justamente es novedad lo que llega con un hijo. Todos los planes pueden venirse abajo. Por eso la pareja se lo piensa una y otra vez antes de decidirse a ser padres, o resuelve abortar si cree que aún no ha llegado el momento. Mientras se piensa, se retrasa la llegada del primer hijo, con lo que disminuye la probabilidad de tener más. El sociólogo Günter Bukart, en «Die Zeit», lo llama «Kultur des Zweifels», «cultura de la duda».

Ricardo Benjumea

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