En defensa de la razón

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El pasado 17 de mayo, el físico norteamericano Lawrence Krauss publicó un artículo en el «New York Times» donde, contra los partidarios del «designio inteligente», aducía el apoyo de la Iglesia católica a la teoría de la evolución. Esto ha movido al Card. Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, a precisar que no toda versión del evolucionismo es compatible con la doctrina católica («New York Times», 7 julio 2005).

«Desde que en 1996 el Papa Juan Pablo II dijo que la evolución (término que no definió) era «más que una hipótesis» [cfr. Aceprensa 147/96], los defensores del dogma neodarwinista han invocado a menudo la supuesta aceptación -o al menos aquiescencia- de la Iglesia Católica para defender su teoría como compatible, de algún modo, con la fe cristiana». Pero eso, aclara el Card. Schönborn, solo puede decirse de la evolución en sentido general, según el cual unos seres vivos provienen de otros, no del neodarwinismo que considera la evolución como «un proceso, sin guía ni plan, de variaciones aleatorias y selección natural». «La Iglesia católica, a la vez que deja a la ciencia el estudio de muchos detalles sobre la historia de la vida en la Tierra, proclama que, por la luz de la razón, la inteligencia humana puede percibir con certeza y claridad que hay finalidad y designio en la naturaleza, incluido el mundo de los seres vivos». «Todo sistema de pensamiento que niegue o trate de descartar la abrumadora evidencia a favor de la finalidad en la biología es ideología, no ciencia».

El Card. Schönborn señala que Juan Pablo II trató el tema en distintas ocasiones, además de la carta de 1996. Y cita, en particular, la audiencia general de 10-07-85, a la que los neodarwinistas no suelen prestar atención. «La evolución de los seres vivientes -dijo Juan Pablo II-, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una «finalidad interna» que suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador». Más adelante, el anterior Papa añadió: «A todas estas «indicaciones» sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del azar o de mecanismos propios de la materia. Hablar de casualidad para un universo que presenta una organización tan compleja en los elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría así a pensar, a buscar una solución a sus problemas». Y en otra audiencia general (5-03-86) afirmó: «Está claro que la verdad de fe sobre la creación se contrapone de manera radical a las teorías de la «filosofía materialista», las cuales consideran el cosmos como resultado de una evolución de la materia que puede reducirse a pura casualidad y necesidad».

Con todo ello, añade el cardenal, concuerda el «Catecismo de la Iglesia católica», al afirmar que la existencia de Dios creador puede ser descubierta por la razón humana (n. 286) y que el mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar» (n. 295).

Sin embargo, dice Schönborn, los neodarwinistas -Lawrence Krauss en concreto- han intentado presentar al nuevo Papa, Benedicto XVI, como si estuviera de su parte, citando una frase de un documento de la Comisión Teológica Internacional («Comunión y servicio: La persona humana creada a imagen de Dios», 23-07-04) que alude a la ascendencia común de todos los seres humanos. Y señalando que «Benedicto XVI era entonces presidente de la Comisión, han concluido que la Iglesia católica no tiene reparos con respecto a la idea de «evolución» tal como suelen usarla muchos biólogos, es decir, como sinónimo de neodarwinismo. Sin embargo, el documento de la Comisión reafirma la enseñanza perenne de la Iglesia católica sobre la existencia de designio en la naturaleza. Comentando el extendido abuso de la carta de Juan Pablo II de 1996 sobre la evolución, la Comisión advierte que «la carta no se puede entender como una aprobación general de todas las teorías de la evolución, incluidas las de inspiración neodarwinista que niegan expresamente cualquier papel verdaderamente causal de la providencia divina en el desarrollo de la vida en el universo»».

Y en cuanto a las enseñanzas del Papa actual, Schönborn recuerda que «en la homilía de inauguración de su pontificado, hace solo unas semanas, Benedicto XVI proclamó: «No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»».

El cardenal concluye: «A lo largo de la historia, la Iglesia ha defendido las verdades de fe (…). Pero en la era moderna, la Iglesia católica se encuentra en la extraña posición de salir con firmeza en defensa también de la razón. (…) Al comienzo del siglo XXI, ante tesis como el neodarwinismo y las diversas hipótesis cosmológicas inventadas para esquivar los abrumadores indicios de finalidad y designio hallados por la ciencia moderna, la Iglesia católica de nuevo defenderá la razón humana proclamando que el designio inmanente evidente en la naturaleza es real. Las teorías científicas que intentan explicar la apariencia de designio como si fuera resultado del «azar y la necesidad» no son científicas en absoluto, sino -como dijo Juan Pablo II-, una abdicación de la inteligencia humana».

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