El itinerario de dos intelectuales hacia la Iglesia católica

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Our Sunday Visitor (Huntington [EE.UU.], 12-XII-99) relata la conversión del historiador Eugene Genovese y su esposa, Elizabeth Fox-Genovese, autora de libros como Feminism Is Not the Story of My Life (ver servicio 14/97).

(…) Genovese es uno de los historiadores norteamericanos vivos mejores y más y respetados, muy conocido por sus obras en torno a la esclavitud en Estados Unidos, en especial Roll Jordan Roll: The World the Slaves Made (1974), sobre la vida cotidiana de los esclavos, que ha recibido numerosos premios.

No hace muchos años, Genovese era también un comunista comprometido y quizás el intelectual marxista más famoso del país. En 1960, el presidente Richard Nixon intentó que la Universidad Rutgers le destituyera de su puesto docente por su abierto apoyo a la «inminente victoria del Vietcong».

Aunque nació en una familia culturalmente católica («Si se le preguntaba, mi padre decía que era católico, pero nunca iba a la iglesia»), Eugene Dominik Genovese ingresó en el Partido Comunista de Estados Unidos a los 15 años, la misma edad a la que abandonó formalmente la Iglesia.

(…) Genovese decidió que era marxista y que en su vida no había lugar para Dios, y pensó dedicarse en exclusiva al partido, probablemente en la lucha sindical. Pero a los 20 años fue expulsado del partido por «una larga serie de motivos», entre otros, por indisciplina. (…) Paradójicamente, después de salir del partido fue cuando Genovese se puso a estudiar marxismo en serio. Durante su madurez fue un decidido defensor de la Unión Soviética.

Su mujer, Elizabeth Fox-Genovese, también historiadora, y destacada profesora feminista, fue a Atlanta como fundadora del programa de estudios sobre la mujer en la Universidad Emory. Entre sus libros figuran el premiado Within the Plantation Household: Black and White Women of the Old South y Feminism without Illusions: A Critique of Individualism. Intelectual brillante, se definía «no creyente adulta», fruto de un padre ateo y una madre judía no practicante y agnóstica. (…) En su familia, explica, «había un fuerte sentido moral, del bien y del mal, un calvinismo profundo. Yo me sentía orgullosa de mi ascendencia judía, pero no tenía ni la más remota idea de lo que significaban las fiestas judías o de qué era un acto de culto. (…) Pero no era creyente. Vivía en un ambiente completamente ajeno a la religión».

Sin embargo, con el paso del tiempo, Fox-Genovese se sintió cada vez más molesta con la calidad moral e intelectual de la universidad. Le perturbaba «el relativismo, la tendencia a apartarse de la idea de que existe lo bueno y lo malo, especialmente en los círculos feministas» (…). Escribí mucho sobre el aborto: me preocupaba cada vez más la falta de toda justificación moral o filosófica de la postura abortista».

A la vez, Fox-Genovese incluyó en su amplio catálogo de lecturas algunos escritos de Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia católica, la Biblia, Edith Stein y Santa Teresa de Jesús, que ahora es su patrona. También leyó a su colega la profesora Mary Ann Glendon, católica, «porque ella y yo tenemos ideas muy similares sobre la mujer».

(…) Fox-Genovese dice que no pensaba hacerse católica. «Simplemente, un día supe que daría ese paso. Lo llamo la telaraña de la gracia. No fue resultado de un razonamiento. No fue tampoco una luz cegadora, ni una gran experiencia emocional. Simplemente, supe que eso era lo que iba a hacer».

(…) Betsey y Gene comenzaron su itinerario común en 1968, cuando el destacado marxista Genovese, a la sazón de 38 años, dos veces divorciado, se presentó en la puerta de Betsey Fox (27 años), después de concertar con ella una cita a ciegas. (…) Cuando Betsey empezó a profesar su fe recién hallada, Gene reconoció que también él se debatía entre dudas. «Durante muchos años -dice- me turbaba profundamente la falta de fundamento moral que observaba en nuestro movimiento y, en general, en el movimiento secularista. (…) La frase de Dostoievski -‘Si Dios no existe, todo está permitido’- me causó honda impresión cuando la leí por primera vez en la universidad, pero durante años la tuve apartada, dando siempre por supuesto que de algún modo arreglaríamos eso».

Después, «llegué a la conclusión de que Dostoievski tenía toda la razón y que yo había ido, paso a paso, abandonando el ateísmo desde el punto de vista intelectual». Sin embargo, anota Genovese, una cosa es «llegar hasta ese punto intelectualmente y otra, preguntarte si de verdad crees eso». Hace una pausa y añade despacio: «Al final, tienes que decidir tú solo. Es una lucha prolongada. No hubo camino a Damasco. (…

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