El legado espiritual de la Madre Teresa

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.

La Madre Teresa de Calcuta deja en herencia, además de la congregación de las Misioneras de la Caridad, el ejemplo de una vida entregada por completo a Jesucristo en los pobres. Su heroica tarea corre el riesgo de hacer de ella una figura más admirada que imitada. Pero la Madre Teresa supo despertar muchos deseos de hacer el bien. Y su mensaje espiritual nos recuerda que también en la vida ordinaria es posible servir a los necesitados que tenemos cerca, tanto en Calcuta como en París.

Ahora que ha muerto la fundadora, algunos se preguntan si su congregación continuará trabajando con tanto tesón. La propia Madre Teresa no lo dudaba: «Estoy firmemente convencida de que cuando yo me vaya, si Dios encuentra a una persona más ignorante e inútil que yo, llevará a cabo cosas mayores por su medio, porque quien las hace es Él» (1).

Teresa de Calcuta estaba convencida de que Dios no pretendía de ella el éxito. «Dios sólo exige que le sea fiel. A los ojos de Dios no son los resultados lo que cuenta. Lo importante para él es la fidelidad» (2). Y también decía: «Yo soy un lápiz en las manos de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe lo que quiere» (3).

Servir a Cristo en los pobres

El trabajo de las Misioneras de la Caridad ha llegado a los cinco continentes y ha servido para cambiar el modo de tratar a los pobres: «Antes mucha gente hablaba sobre los pobres, pero ahora cada vez más gente está hablando con los pobres. Esta es la gran diferencia. (…) Los pobres deben sentirse queridos y aceptados. Son Jesús para mí. Creo en esto más que en hacer grandes cosas para ellos», declaraba a la revista Time (4-XII-89).

Pero tantas obras de misericordia no se resumen en el simple esfuerzo de brazos. «Podemos emborracharnos a trabajar -decía la Madre Teresa-. Si lo que hacemos no está permeado de amor, nuestro trabajo será inútil a los ojos de Dios» (4).

Su esfuerzo es cristiano en su origen y en su fin, y por eso ha llegado a ser tan humano. «Suelo decir a mis Hermanas que cada vez que servimos con amor a Cristo en los pobres, no lo hacemos cual si fuéramos asistentas sociales. Lo hacemos en calidad de almas contemplativas en el mundo» (5).

Aunque es común la idea vaga de que las Misioneras de la Caridad se dedican sobre todo a la atención material de los pobres, en todo el mundo se repite lo que sucedió en 1976 al inaugurar su primera casa en la capital de México: «Todas las zonas que las Hermanas visitaban por las afueras eran extremadamente pobres. Las peticiones de la gente produjeron mucha sorpresa en las Hermanas. Lo primero que pedían no era ropa, medicinas o alimentos. Se limitaban a pedir: – Hermana, háblenos de Dios» (6).

La pobreza de los ricos

Habiendo fundado su congregación en un país tan pobre como la India, ¿por qué la Madre Teresa ha permitido que sus Hermanas misioneras fuesen a países más desarrollados? A esta objeción respondía que «en los países occidentales existe otra clase de pobreza, la del espíritu, que es mucho peor. La gente ya no cree en Dios, no reza… Está insatisfecha con lo que tiene; le aterra el sufrimiento y esto le lleva a la desesperación. Es una pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil de remediar» (7).

Es una pobreza que cada uno puede intentar remediar. «El hambre no es sólo de pan. Es mucho peor el hambre de amor. La soledad se extiende cada vez más en Occidente, y la gran pobreza es no ser querido. (…) Debemos buscar a los pobres, primero en nuestro hogar; después, entre los vecinos, en el barrio, en nuestra ciudad y en todo el mundo» (8).

Su gran preocupación por los pobres -en atención de los cuales las Misioneras añaden un cuarto voto religioso a los tres tradicionales- no altera en absoluto el orden de la caridad. Y decía: «El amor empieza al dedicarnos a quienes tenemos a nuestro lado: los miembros de nuestra propia familia. Preguntémonos si somos conscientes de que acaso nuestro marido, nuestra esposa, nuestros hijos, o nuestros padres viven aislados de los demás, de que no se sienten queridos, incluso viviendo con nosotros. ¿Nos damos cuenta de esto?» (9).

Más que dinero, la Madre Teresa pedía a la gente que diera lo que más cuesta: nuestro tiempo, la propia vida. «Prefiero que la gente nos eche una mano en el servicio a los necesitados y les ofrezca su amor concreto, empezando por los pobres de sus hogares y familias: por los que tienen más cerca» (10).

A los padres les animaba a educar a sus hijos en la sobriedad: «Los jóvenes de hoy, como los de cualquier tiempo, son generosos y buenos. Pero no debemos engañarlos estimulándoles a consumir diversiones. La única manera de que sean felices es ofrecerles la ocasión de hacer el bien» (11).

Una sencilla anécdota sucedida en la India refleja cómo exigía y con qué sentido común a las personas que viven con holgura: «Una señora comentó con la Madre Teresa que todos los meses se compraba un sari que le costaba quinientas rupias.

– Cómprese uno que le cueste cuatrocientas y dé las cien restantes a los pobres. La señora lo hizo. Al cabo de un mes, le aconsejó que se comprara uno de trescientas y diese las doscientas restantes a los pobres. La señora obedeció. Lo mismo sucedió cuando, al mes siguiente, le dijo que se comprara uno que valiese doscientas. Finalmente, cuando le aconsejó que se comprara uno de cien añadió:

– Ya está bien. Por cien rupias, todavía puede comprarse un sari digno de su posición. Está usted casada con un alto funcionario y no puede hacer de menos a su marido» (12).

Que recen más

Otro de sus públicos secretos es la importancia que concedía a la oración, a la Eucaristía diaria o a la Confesión. Las Misioneras de la Caridad empiezan el día con la Misa, la acción de gracias y un rato de oración y lo culminan con una hora de adoración a Jesús sacramentado. Porque para ella, «lo más importante que puede hacer un ser humano es rezar».

Por eso, cuando un periodista norteamericano le preguntó: «- ¿Tiene usted algún mensaje especial para los norteamericanos, Madre?». Ella repuso sin vacilar: «Sí, que recen más» (13).

Ella afirmaba que «se puede rezar en cualquier momento, en cualquier parte. No hace falta estar en una capilla o iglesia. Se puede rezar en el trabajo: el trabajo no tiene que impedir la oración, como la oración no tiene que impedir el trabajo. (…) Sin oración yo no podría trabajar ni media hora. Dios me da fuerzas a través de la oración (…)» (14).

Y cómo rezar?: «Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos sino lo que Él nos dice y nos transmite (…). Cuando tienes un corazón limpio, quiere decir que eres sincero y honesto con Dios, que no le ocultas nada, y eso le permite tomar lo que Él quiere de ti» (15).

Y se puede recobrar la limpieza de corazón, aunque se haya manchado. «Si algo te remuerde la conciencia, puedes ir a confesarte si eres católico y salir totalmente limpio, porque Dios lo perdona todo a través del sacerdote. La confesión es un maravilloso don de Dios al que podemos acercarnos manchados de pecado y salir totalmente purificados. Sin embargo, tanto si vas a la confesión como si no, tanto si eres católico como de otra religión, debes aprender al menos a pedir perdón a Dios» (16).

En una entrevista para el periódico belga De Standaard (25-XII-95) le preguntaron cuál era su testamento espiritual, el mensaje que dejaría a la posteridad. Y respondió: «Amaos los unos a los otros como Jesús os ama. En realidad no tengo nada que añadir al mensaje que nos trajo Jesús. Para poder amar hay que tener el corazón puro. Y para tener un corazón puro hay que rezar. El fruto de la oración es profundizar en la fe, y el fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio al prójimo y esto lleva a la paz».

Toda vida es valiosa

En coherencia con su tarea de servicio a los pobres, niños y enfermos, la Madre Teresa ha combatido con decisión la eutanasia y el aborto.

Una mujer que en sus 87 años ha ayudado a tantos moribundos y ha contemplado tantas agonías largas no veía ninguna necesidad de la eutanasia: «No tenemos derecho. Tenemos que ayudar a los moribundos cuidándoles y haciéndoles notar que aún se les quiere. Muchos de esos hombres que quieren poner fin a su vida piden eso porque sienten que no son deseados ni amados a su alrededor. Las mejores medicinas son la ternura, el cariño y el amor» (17).

A mediados de la década de los años 80 empezó a extenderse el SIDA. Muchos médicos y hospitales rechazaron a estos enfermos por el peligro de contagio. En 1986 la Madre Teresa se plantó ante el alcalde de Nueva York para que le diese un local donde atenderlos. «Antes mucha gente se suicidaba cuando descubrían que tenían el SIDA. Pues bien, ninguno de los admitidos en nuestras casas muere con desesperación o amargura. Todos, también los no católicos, mueren en paz con Dios» (18).

El mismo deseo de defender la vida, le llevó a alinearse contra la proliferación del aborto. «Un país que permite el aborto es un país muy pobre, porque tiene miedo de un niño y el miedo es siempre una gran pobreza» (19).

«Los niños que aún no han nacido son los más pobres entre los pobres. (…) Yo siempre les digo a los médicos de los hospitales de la India que no maten jamás a un niño. Si nadie lo quiere, me lo quedaré yo. Veo a Dios en los ojos de todos los niños. Acogemos a cualquier niño no deseado y posteriormente le buscamos un hogar para que sea adoptado. Todo el mundo se preocupa por los niños inocentes que mueren en las guerras y querríamos evitarlo. Pero ¿qué esperanzas hay de impedirlo si hay madres que matan a sus propios hijos» (20).

En uno de sus frecuentes manifestaciones en defensa del no nacido (21), la Madre Teresa sostenía que si la mentalidad anticonceptiva entraba en una pareja, el aborto se colaría fácilmente. Siguiendo la enseñanza de la Iglesia, las Misioneras de la Caridad enseñan a los pobres métodos naturales de planificación familiar.

La explicación de por qué los difunden tiene mucho que ver con la generosidad que mueve sus vidas: «Al destruir el poder de dar la vida con la anticoncepción, el marido y la esposa se dañan a sí mismos. Esto hace que centren toda su atención en sí mismos y que destruyan el don de la vida que hay en ellos. Al revés, cuando el marido y la esposa se aman verdaderamente, cada uno dirige toda su atención al otro, de modo recíproco, recurriendo al método natural de planificación familiar, y nunca a los métodos anticonceptivos. Una vez que el amor se destruye con el uso de los métodos anticonceptivos, el aborto es algo que entra fácilmente en la mentalidad de la pareja».

El valor del sufrimiento

Tal vez la faceta que más admira de la Madre Teresa y de su congregación es su presteza para abordar el sufrimiento, que tanto espanta.

Pero para la Madre Teresa «el sufrimiento en sí mismo no tiene valor alguno». Lo que cuenta, «el mayor don de que podemos disfrutar es la posibilidad de compartir la Pasión de Cristo» (22). «A quienes dicen admirar mi coraje tengo que decirles que carecería por completo de él si no estuviese convencida de que cada vez que toco el cuerpo de un leproso, el de alguien que despide un olor insoportable, estoy tocando el cuerpo de Cristo, el mismo Cristo a quien recibo en la Eucaristía» (23).

 


Críticas a una figura admirada

Ignacio Aréchaga

Para la beatificación de la Madre Teresa podría haber un único obstáculo: la admiración y homenaje universal. La fama de santidad es un criterio importante. Pero una santa que se precie debe ser signo de contradicción como lo fue Cristo, porque «no es el discípulo más que el Maestro». Afortunadamente, tampoco falta este requisito en la vida de la Madre Teresa.

El reproche más frecuente es que sólo se dedicaba a paliar las consecuencias de la pobreza, sin preocuparse de luchar contra las injusticias que la provocan. Para combatir la pobreza, ¿no es más decisivo cambiar las estructuras sociales? Cuando le preguntaban esto, la Madre Teresa no pretendía defender qué era más importante: «Si alguien siente que Dios desea de él la transformación de las estructuras sociales, esa es una cuestión entre él y su Dios. Todos tenemos el deber de servir a Dios allí donde nos sentimos llamados. Yo me siento llamada a ayudar a los individuos, a amar a cada ser humano (…). Si pensase en muchedumbres, no empezaría nunca. Lo que importa es la persona».

En un mundo donde para conseguir la riqueza algunos utilizan a las personas como si sólo fueran material de explotación, y donde otros revolucionarios no dudan en pisotear a las personas concretas para salvar a la Humanidad, esta preocupación de la Madre Teresa por el hombre y la mujer de carne y hueso ha sido verdaderamente radical. Nos ha enseñado a hablar a los pobres, en vez de hacer discursos sobre los pobres. Nos ha advertido también que no habrá cambio de estructuras mientras no cambiemos el corazón del hombre que las crea: «Hay que empezar por cambiar al hombre, por transformarnos nosotros mismos… No nos amamos mutuamente y eso provoca la miseria de tantos». Nos ha dado ejemplo de no renunciar a hacer algo, con la excusa de que es imposible cambiarlo todo. Y, aunque no lo pretendiera, ha enlazado así con los nuevos enfoques del desarrollo, que consideran más efectiva la acumulación de pequeños cambios que los grandes y tantas veces despilfarradores programas administrados por una burocracia.

Ella nunca descartó otros modos de ayudar a los pobres. Pero no quiso que las confundieran a ella y a sus hijas: «Todo lo hacemos por Jesús. Somos, sobre todo, religiosas, no asistentes sociales, maestras, enfermeras o doctoras». Esto irritaba a algunos que ven las cosas de tejas abajo. Pero quizá no se dan cuenta de que sólo gracias a ese enfoque sobrenatural la Madre Teresa encontró la fuerza necesaria para perseverar en su ayuda a los pobres en el pozo negro de los suburbios de Calcuta. Y, gracias a su ejemplo, ha logrado en todo el mundo la colaboración de asistentes sociales, maestras o doctoras, que han puesto también su esfuerzo en favor de los más débiles.

Otros la criticaban porque se oponía a lo que ellos consideran un medio indispensable para erradicar la pobreza: los anticonceptivos y el aborto. ¿No es la India un país superpoblado? La verdad es que la población es sólo un factor en la ecuación del desarrollo, y el mayor freno al avance de la India ha sido el estatalismo dirigista de sus gobiernos. En cualquier caso, para la Madre Teresa todas las vidas eran valiosas: por lo mismo que se preocupaba del moribundo abandonado no podía aprobar que se quitara la vida a los niños aún no nacidos, a los que consideraba «los más pobres entre los pobres». Ella se ofrecía a hacerse cargo del niño rechazado y a buscarle un hogar donde sería deseado. Sin duda, esto exige más trabajo que repartir anticonceptivos, y resulta incomprensible para quienes los pobres del mundo en desarrollo son sólo números de una estadística.

Nadie discutirá que la Madre Teresa de Calcuta alivió el sufrimiento. Pero también se le ha reprochado que no viera en el sufrimiento algo inútil, sino un filón con una potencial riqueza si se sabe extraerla. Ciertamente, hace falta sentido sobrenatural para decir con la Madre Teresa: «Sufrir no es nada en sí mismo… Pero si lo aceptamos con fe, se nos brinda la oportunidad de compartir la Pasión de Jesús y de demostrarle nuestro amor». En esto, la Madre Teresa de Calcuta fue «piedra de escándalo» para todos los que no saben qué hacer con el sufrimiento cuando ya no es posible anestesiarlo. No así para los indigentes, los más experimentados en el sufrimiento. Estos, insensibles a estas críticas, han aguardado con paciencia horas y horas para dar el último adiós a quien tanto hizo por ellos mirándoles a la cara.

_________________________

Referencia de las obras con las que se ha confeccionado este servicio: Madre Teresa de Calcuta. Miguel Ángel Velasco. Folletos MC, 1996; Orar. Su pensamiento espiritual. Madre Teresa de Calcuta. Planeta Testimonio, 1997; Camino de sencillez. Teresa de Calcuta. Planeta Testimonio, 1995; La Madre Teresa. Lo hacemos por Jesús. Edward Le Joly. Palabra. Edición de 1994.(1) Orar, pág. 193; (2) Orar, pág 75; (3) Orar, pág. 193; (4) Orar, pág. 74; (5) Orar, pág. 69; (6) Orar, pág. 78; (7) Le Joly, pág. 435; (8) Declaraciones a la agencia alemana NKA, 15-X-78; (9) Orar, págs. 96-97; (10) Orar, pág. 197; (11) Orar, pág. 100; (12) Le Joly, pág. 425; (13) Le Joly, pág. 424; (14) Camino de sencillez, págs. 51-52; (15) Camino de sencillez, pág. 51; (16) Camino de sencillez, pág. 55; (17) De Standaard, 25-XII-95; (18) Ibid.; (19) Folleto MC, pág. 27; (20) Camino de sencillez, pág. 79; (21) cfr. ABC, Madrid, 19-IV-94; (22) Orar, pág. 153; (23) Orar, pág. 191.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.