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Familia y profesión: sin esquemas rígidos

publicado
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Nuevas relaciones entre el hombre y la mujer
La masiva incorporación de las mujeres al mundo laboral ha sido uno de los cambios sociales más notables de nuestra época. Discutir todavía si esto es, por principio, bueno o malo para la familia y los hijos, mostraría que se sigue aferrado a una mentalidad anticuada. El mundo de hoy es mucho más flexible y permite a los padres gran variedad de modos de organizarse; a la vez, el bien de la familia no depende de formas de vida tradicionales. Así dijo Jutta Burggraf, profesora de Antropología en el Instituto Universitario Internacional de Kerkrade (Holanda), en una reciente conferencia pronunciada en Madrid (1). La Dra. Burggraf glosó el concepto de familia como communio personarum, comunidad de personas, en el pensamiento de Juan Pablo II, y extrajo algunas consecuencias prácticas. El texto que figura a continuación es una parte de la conferencia.

La communio personarum significa que, en el matrimonio, hombre y mujer son personas libres, autónomas y con igualdad de derechos. El ser humano no es absorbido completamente por ninguna asociación, ningún grupo y ninguna sociedad, ni siquiera por el matrimonio o la familia. Por eso es necesario reconocer la necesidad de una sana distancia, incluso dentro del matrimonio. Un cónyuge no debe privar al otro de la posibilidad de desenvolverse y desarrollarse, de iniciativas, pensamientos y proyectos propios. Para alcanzar la unidad, debe permanecer la individualidad.

Según el concepto de persona que tiene Juan Pablo II, el hombre está orientado, en su misma esencia, hacia la relación. Particularmente significativo es que el ser humano exista en dos sexos. Por tanto, la sexualidad humana no es algo exclusivamente biológico; significa la disposición personal e integral hacia otra persona. La persona sólo llega a realizarse si es un «don» para el otro, como dice Juan Pablo II.

Communio se puede traducir por «comunidad de personas amantes», y es la relación entre personas que alcanza más profundidad. La communio es siempre acción y reacción, llamada y respuesta al mismo tiempo. Es desinteresada en sí misma, es decir, no tiene más objetivo que la otra persona en cuanto que es tal. Según una expresión de Juan Pablo II, la communio consiste precisamente en «confirmarse y afirmarse mutuamente en su existencia como personas».

Abolir esquemas

La familia como communio exige una responsabilidad compartida frente a todos los problemas que se presentan. Al principio esto concierne solamente a los padres, pero también a los hijos cuando se hacen mayores. La enojosa problemática relativa a la distribución de competencias -si la mujer debe trabajar en casa y el hombre fuera de ella, o al revés- parece a este respecto superficial y ociosa. Las perspectivas de nuestro tiempo consisten precisamente en la abolición de toda clase de esquemas. En el centro de la atención ya no están «el» hombre y «la» mujer, sino más bien «este hombre concreto» y «esta mujer concreta». La situación de cada persona, y de cada matrimonio y cada familia, es compleja y, después de todo, única e irrepetible.

Hoy en día existen en la vida familiar menosasignaciones unilaterales de deberes que en tiempos anteriores. Así, por ejemplo, es muy laudable que el «amo de casa» haya obtenido una razón de ser al lado del ama de casa. Una razón puede ser el hecho de que hay mujeres para las que psicológicamente sería casi imposible no trabajar fuera de casa, a pesar de su deseo natural de tener una familia. Si estas mujeres están casadas con hombres a quienes gusta quedarse en casa, la solución del problema será fácil. Para los hijos, de todas maneras, es mejor tener una madre contenta con una profesión fuera del hogar que una madre que sea resignadamente ama de casa.

Pero si aquellas mujeres están casadas con hombres tan deseosos como ellas de participar activamente en la vida pública, tendrán que llegar a un compromiso. Lo que se logrará hoy en día con mayor facilidad, dadas las circunstancias laborales y la mayor flexibilidad en cuanto a las concepciones vitales.

Sin embargo, a pesar de toda la comprensión para las situaciones concretas, no parece que hoy la mayoría de las mujeres sean más felices en su profesión y más infelices en casa que la mayoría de los hombres. Por eso, el «amo de casa» seguramente seguirá siendo más bien una excepción. Además, la llamada «inversión de papeles» entrehombre y mujer nunca es realizada plenamente. Pues en la vida práctica hay tareas para ambos, padre y madre, que no son intercambiables, aunque sea indiscutible que cada uno tiene que encontrar su propia manera de ser padre o madre.

Las aptitudes para el trabajo del hogar, que de hecho existen en el hombre, se manifiestan sobre todo cuando surgen necesidades apremiantes. Por ejemplo, cuando un padre ha de sacar adelante a sus hijos pequeños él solo. En esa dolorosa situación saca fuerzas extraordinarias que le permiten atender a todas sus tareas.

Lo positivo de los nuevos tiempos

Ahora bien, normalmente es la mujer la que percibe de manera más aguda, ama más los contactos sociales, la que manifiesta una mayor sensibilidad en su modo de relacionarse con las realidades concretas. Su felicidad al crear un hogar y su interés por lo espiritual y lo personalno son simplemente frutos de la educación. Por eso, con frecuencia, no deseará en absoluto que su marido ocupe su puesto en el hogar.

Pero, en principio, se puede decir que la mujer actúa hoy en día con mayor frecuencia en campos que por tradición estaban reservados al sexo masculino, mientras que el hombre se atreve más y más a emprender tareas denominadas «femeninas». (Hoy es casi natural que también los padres cambien los pañales a sus hijos.) Esta nueva situación no debe ser observada con desconfianza, con escepticismo o recelo; antes bien quisiera mostrar su balance positivo: significa, en la convivencia privada y también en la profesional, un gran alivio para el hombre y para la mujer; ha desaparecido una gran dosis de hipocresía y de doblez moral; se dan mejores posibilidades de conocerse y de demostrar comprensión mutua. Así, la nueva situación significa, bajo muchos puntos de vista, una ganancia para los interesados.

La aspiración de la mujer a trabajar fuera de casa comporta otra ventaja más: la mujer ya no depende de su esposo, ni en el aspecto económico ni en el jurídico o en el social. Algunos han lamentado esta nueva situación porque ven en ella un peligro para la persistencia del matrimonio: si se facilita a la mujer hacerse independiente, dicen, entonces se romperá la comunidad conyugal a la menor dificultad. Pero para la communio vale todo lo contrario. Una de sus condiciones previas es justamente que ambos cónyuges sean libres y, en cierto modo, autónomos, y que se sepan unidos por el amor, y no por la necesidad.

Además, el deseo de anular todas las convenciones ha dejado de constituir, a mi juicio, una meta tentadora. Hoy en día reconocemos más y más nuestra tarea de desarrollar soberanamente nuestras libertades; y reconocemos igualmente que hemos de descubrir de nuevo nuestra responsabilidad, también y especialmente en el matrimonio y en la familia.

Viejos clichés masculinos

Es evidente que ante todo los niños pequeños necesitan un hogar protegido y una persona de inalterable confianza, que les dé amor y seguridad. Por regla general, ésta será la madre. Empero esto no significa necesariamente que la mujer se ocupe exclusivamente del hogar y de los hijos. Muchas mujeres desean, además, hacer algo diferente y no quieren experimentar por ello remordimientos de conciencia.

Ahora bien, si se esfuerzan por lograr una communio, el bien de su familia será también para estas mujeres el objetivo supremo. Y su trabajo fuera de casa podrá, efectivamente, redundar de muy diversas maneras en beneficio de la familia: en primer lugar porque esto facilita el diálogo abierto y la comprensión con el marido y los hijos. Hoy en día, no sólo se requieren madres que sepan llevar perfectamente la casa, sino ante todo madres que sean capaces de ser amigas; y si para ello las mujeres precisan de una cierta distancia respecto del hogar, esto bastaría para justificar plenamente el trabajo fuera de casa.

Pero también los hombres han de liberarse de los clichés pasados de moda. Así, por ejemplo, los varones han considerado desde siempre el éxito como obligación, por ser un símbolo de masculinidad. Sin embargo, lo más importante para la familia no son ni el éxito profesional ni el aumento constante de los medios económicos. Mucho más decisivo es que el esposo tenga tiempo para su mujer, que el padre tenga tiempo para sus hijos, que sepa sustraerse del stress de nuestra sociedad competitiva.

Para el hombre -tanto como para la mujer- será indispensable atender siempre de nuevo a la relación entre trabajo y tiempo libre, que no es simplemente el tiempo que sobra: el tiempo libre se ha de crear, pues nunca se encontrará por sí solo. «A muchos padres ocupados por su profesión les es más fácil dar dinero que darse a sí mismos -observó un conferenciante suizo en un Congreso Internacional de la Familia en Bonn-. Y hoy, muchos padres sacrifican las familias a su propio éxito profesional. Un empresario prestigioso dijo una vez: He subido la escalera del éxito. Al llegar al último escalón me di cuenta que había apoyado la escalera en una pared equivocada».

No hay soluciones hechas

De la misma manera que hoy en día ya no es monopolio del hombre ganar el sustento, no debe ser la mujer la única que lleve el peso de la responsabilidad en el hogar. Me refiero aquí a algo más que una ayuda ocasional en la cocina. Se trata de un acto interior de solidaridad por parte del esposo frente a su mujer. La disposición positiva de ambos cónyuges frente a la familia es más importante que una repartición externa de las tareas. Ambos pueden demostrar esta actitud individualmente y de modos muy diversos. Pero siempre debe quedar clara la voluntad de compartir -sea como sea- las preocupaciones del hogar.

Se habla poco de tantas cosas que hoy en día pueden hacer juntos mujeres y hombres, hijos y padres, en comparación con lo que era posible hace pocos decenios. La diversidad de las circunstancias vitales ha originado variaciones completamente nuevas.

Actualmente, solemos vivir muchas cosas simultáneamente. Ya no conocemos definiciones unívocas de tareas «masculinas» y «femeninas». Tampoco seguimos diferenciando con nitidez entre acciones reservadas exclusivamente a la juventud y otras permitidas solamente a los mayores de edad. Ya no hay ningún deporte ni ninguna moda reservada a los jóvenes, y ya sólo hay pocas preocupaciones que los padres no confíen a sus hijos adolescentes. Los padres de hoy con frecuencia tienen menos distancia hacia sus hijos y permiten que se acerquen más a ellos. La organización de la vida se ha hecho más flexible, no sólo en lo referente a los diferentes sexos, sino también referente a las distintas generaciones.

En todo esto, naturalmente, no podemos pretender que todos hagan lo mismo y de la misma manera. Por el contrario, se trata de reflexionar de nuevo todos juntos cómo se podría vivir sensatamente la diversidad, dando por sentado que existen muchos puntos en común.

Cuando hombre y mujer estén dispuestos a sacrificarse por su matrimonio y su familia, su amor habrá llegado a la madurez. En la realidad concreta, este amor maduro puede originar situaciones muy distintas, y hasta contrarias. Para algunas mujeres, por ejemplo, puede significar un sacrificio quedarse en casa con los hijos; para otras puede ser heroico hacer compatibles por amor a su familia una profesión fuera de casa y los deberes del hogar. Ni hay soluciones hechas para la organización individual de la vida familiar cotidiana, ni es apropiado juzgar desde fuera sobre una situación concreta. No se puede exigir lo mismo a todas las personas.

El ascenso del empleo femenino se concentra en el sector de servicios

Entre 1980 y 1992 la población activa femenina ha aumentado en 33 millones en los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Esto supone un incremento anual del 2%, el doble del que se ha producido entre los hombres.

A medida que la mujer se integra en el mercado laboral está desapareciendo la tradicional distinción entre los países del norte de Europa -donde la mujer trabajaba fuera del hogar- y los del sur. Así, en 1991 los países con mayor tasa de actividad remunerada de mujeres entre 25 y 49 años son Dinamarca (89%), Francia (75%) y Portugal (74,6%). Y las tasas más bajas se dan en Irlanda (40%), Luxemburgo (40,5%) y España (42,4%), según destaca una estadística de la Comisión de las Comunidades Europeas.

En el conjunto de la Unión Europea, el 74% de las mujeres de 25 a 49 años y sin hijos ejercieron una actividad remunerada en 1991. Pero es más significativo el porcentaje de mujeres que trabajan y tienen un hijo (66%), dos hijos (58%) y tres o más (42%).

Donde los porcentajes de población activa por sexos están casi igualados es en los países nórdicos. Pero allí sucede un fenómeno particular: menos del 10% de las mujeres (u hombres) ocupan empleos en empresas donde los dos sexos están representados a partes iguales, y la mitad de las mujeres (y hombres) trabajan en lugares donde el 90% del personal es de su mismo sexo.

En cuanto a las perspectivas del empleo femenino, el sector más prometedor sigue siendo el de servicios colectivos, sociales y personales (sanidad, educación, trabajos domésticos…). En la mayoría de los países que han concluido su transición agrícola, este sector agrupa alrededor de la mitad del empleo femenino total. En él se concentran profesiones que han ocupado tradicionalmente las mujeres: puericultoras, institutrices, enfermeras, etc. En Suecia, por ejemplo, el 73% de los empleados en este sector son mujeres. También se observa que hay más proporción de trabajadoras en el sector público que en el privado. En los países nórdicos, más de la mitad de las mujeres que trabajan están empleadas en la Administración pública, donde dos tercios de los trabajadores son mujeres.

A pesar de que las mujeres trabajan cada vez más fuera del hogar, también siguen realizando la mayor parte de las tareas domésticas y familiares. En algunos países es corriente que trabajen a tiempo parcial, al menos durante una época. Pero cada vez es menos frecuente que las madres interrumpan su actividad profesional cuando los hijos son pequeños.

La proliferación del empleo a tiempo parcial varía según países. Por ejemplo, constituye menos del 5% del empleo total en países mediterráneos, pero el 30% en Holanda. Estos contratos afectan especialmente a las mujeres, que en 1991 ocupaban el 76% de los empleos a tiempo parcial en los países de la OCDE. Por ejemplo, en Holanda el 62% de las mujeres empleadas lo están a tiempo parcial, y en países como Reino Unido, Noruega, Suecia y Australia el porcentaje supera el 40%.

No es fácil saber hasta qué punto el aumento de trabajos a tiempo parcial es una innovación del empleador o responde a las demandas de un nuevo tipo de trabajador. Pero coincide que el trabajo a tiempo parcial es una modalidad extendida en profesiones frecuentes entre las mujeres y poco común en otras con escasez de personal femenino. En principio, el aumento del empleo a tiempo parcial puede contribuir a la igualdad laboral de las mujeres, siempre que se desarrollen este tipo de puestos en los diversos sectores y la legislación laboral no lo considere como un tipo menos cualificado.

La creación de empresas y el trabajo independiente puede ser otra vía de acceso al empleo y de promoción social de la mujer. Actualmente, es un camino mucho más seguido por hombres. Sin embargo, interesa especialmente a dos tipos de mujeres. En primer lugar, a las que tienen profesiones liberales y se encuentran en empresas donde los sistemas de formación o de promoción impiden su progreso profesional. Y puede ser también una salida para las que desean compaginar las tareas del hogar y un empleo remunerado.

ACEPRENSA

_________________________(1) «El matrimonio y la familia como communio personarum», conferencia pronunciada en el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, Madrid, 23-V-1994.

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