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Dickens, un genio popular

publicado
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Charles Dickens, fotografiado por Herbert Watkins en 1858 (recortado) Wikimedia Commons

Doscientos años después de su nacimiento, Charles Dickens (1812-1870) sigue siendo un escritor vivo en el panorama editorial. Con motivo del aniversario están siendo reeditados muchos libros suyos y de otros sobre él. En lo que yo conozco –y esta es la opinión de Peter Ackroyd, el biógrafo de Dickens–, quien mejor ha explicado sus méritos y su genialidad fue Chesterton, en el ensayo biográfico (1) que le dedicó en 1906.

Chesterton reivindicó a Dickens, frente a quienes lo menospreciaban entonces, e indicó cuál es su estatura en comparación con sus contemporáneos. Subrayó los aciertos y los fallos de sus relatos, tanto los literarios como los de sus apreciaciones humanas o históricas. Razonó qué críticas sociales o históricas de las que hizo eran justas y cuáles estaban algo desenfocadas.

Explicó que Dickens siempre vio a sus personajes, en especial a los de baja condición social, como personas, individualmente, y que nunca se le ocurrió escribir novelas de tipo sociológico. Precisamente por eso, dijo, supo ver y hacer notar los cambios sociales y el núcleo de algunos acontecimientos históricos de forma instintiva, mucho mejor que novelistas como Thackeray o historiadores como Carlyle.

Chesterton puso de manifiesto que la efectividad de Dickens es máxima no cuando predica la caridad seriamente, sino cuando la presenta en acción, por medio de personalidades contundentes y escenas vívidas: si en sus páginas más pedagógicas nos dice que amemos a los hombres, en sus páginas más locas crea hombres a quienes podemos amar; si con su solemnidad nos manda que amemos a nuestros vecinos, con sus caricaturas hace que los amemos.

Inolvidables personajes secundarios

La parte más conocida de la obra de Dickens son sus novelas largas. Todas ellas las publicó por entregas y esa es una de las razones de la estructura que tienen, o, si se quiere, de que no estén bien estructuradas. Y es también la causa de que se multipliquen en ellas los incidentes y los tipos humanos singulares: cuando Dickens crea un personaje sólo para que lleve una carta, aún tiene tiempo de dar dos pinceladas y hacer de él un gigante: “Dickens no sólo conquistó el mundo: lo conquistó con personajes secundarios”, dice Chesterton.

Antes de ser novelista, Dickens había publicado artículos periodísticos, que firmaba como Boz, y que se reunieron luego en Sketches by Boz (1836): es como un montón de material narrativo donde se revelan su energía y su poder creativo, pero también su bisoñez. En cierto modo, sus primeras novelas los continúan: Papeles póstumos del Club Pickwick (1836-1837) viene a ser una prolongación de los Sketches más luminosos, y Oliver Twist (1837-1839), de los más oscuros. Abandonó esa fórmula con Nicholas Nickleby (1838-1839), una novela sobre un héroe joven que acaba triunfando.

Una buena parte de los críticos coinciden en que «Grandes esperanzas» es la novela de Dickens construida con más acierto

Publicó luego Almacén de antigüedades (1840-1841), donde cometió el imperdonable pecado de no darle un final feliz. Vino después Barnaby Rudge (1841), un relato más o menos histórico sobre unas revueltas en Inglaterra en el siglo anterior. Martin Chuzzlewit (1843-1844) fue la última de sus novelas con aire picaresco y una de las menos populares: resulta poco satisfactoria porque predomina en ella una especie de humor hostil, un poco semejante al de Oliver Twist.

Mejores tramas

Canción de Navidad (1843) es el relato más representativo de los muchos que Dickens dedicó a la Navidad. Se pregunta Chesterton por qué un hombre como Dickens ha quedado en la historia como uno de los grandes cantores de la Navidad. Una de las razones que da, no la única, es que Dickens hizo una defensa de la Navidad instintiva y no intelectual: se dejó llevar no por su modo de pensar sino por la caballerosidad de salir en defensa de la tradición, que algunos llaman una cosa muerta pero que, realmente, es algo vivo y lo más democrático pues, a fin de cuentas, viene a ser el derecho al voto concedido a los muertos.

A partir de Dombey e Hijo (1846-1848), Dickens intentó construir mejor sus tramas y que hasta los ramalazos más absurdos fueran en la misma dirección de los propósitos de la novela. Publicó David Copperfield (1849-1850), su mayor éxito entonces y siempre. Escribió después Casa desolada (1852-1853), justo en el punto más alto de su madurez intelectual, lo que, dice Chesterton, no quiere decir perfección. Siguió Tiempos difíciles (1854), un relato de crítica social. En La pequeña Dorrit (1855-1857), no traducido al castellano en ninguna buena edición (que yo sepa), Dickens volvió a un registro más sentimental.

La otra novela histórica que publicó, acerca de la Revolución francesa, fue Historia de dos ciudades (1859): en contraste con otras, tiene un argumento más lineal y acentos más sombríos, y su estilo es más retórico, algo que, suponen los especialistas, tuvo su origen en la costumbre que había ido adquiriendo Dickens de realizar lecturas en voz alta de sus obras. Si todos los libros de Dickens podrían haberse titulado Grandes esperanzas (1860-1861), el único al que dio ese nombre fue justo el único en el que las esperanzas nunca se cumplieron. Nuestro común amigo (1864-1865) fue la última novela que completó y fue una especie de regreso a sus primeras tramas; ahora bien, si en La pequeña Dorrit había vuelto a la forma de los primeros libros, pero no a su espíritu, aquí volvió tanto a su espíritu como a su forma.

Además de las anteriores novelas se pueden mencionar algunos relatos cortos pues en ellos hay muchos personajes y pasajes extraordinarios. Entre otros ejemplos Chesterton destaca Somebody’s Luggage (1862), que se inicia con una defensa de los principios del oficio de camarero, una sátira magnífica comparable, por ejemplo, con la descripción que hace Mr. Bumble (Oliver Twist) de los cuidados que dispensan en el orfanato cuando indica que allí dan a los pobres lo que no desean y así nunca vuelven; o con la descripción que hace Mr. Podsnap (Nuestro común amigo) de la Constitución británica que la Providencia concedió a los ingleses.

Los mejores y los peores libros

A la interminable discusión acerca de cuáles son los libros mejores de Dickens, se puede aportar que su novela preferida era David Copperfield y que, al mismo tiempo, consideraba que su mejor libro era Martin Chuzzlewit. Chesterton ponía los Papeles póstumos del Club Pickwick por encima de otras por su personaje Sam Weller; pero pensaba que Casa desolada era su mejor novela de madurez, que Grandes esperanzas era la más lograda de su época última, y que su relato redondo –un caso en el que se puede afirmar que han coincidido la mayor calidad y la mayor popularidad– fue Canción de Navidad. Una buena parte de los críticos está de acuerdo con que Grandes esperanzas es la construida con más acierto, pero, por su aguda y certera denuncia social, algunos opinan que Tiempos difíciles es la más valiosa.

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Notas

(1) G.K. Chesterton. Charles Dickens (1906). Pretextos. Valencia (1995). 210 págs. Traducción: Emilio Gómez Orbaneja.

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